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De nunca acabar

Se va a acabar / se va a acabar / la burocracia sindical… Un cordobés de cincuenta y pico como yo recuerda este cantito, expresión de deseo, de boca de los manifestantes callejeros de casi todas las agrupaciones.

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Se va a acabar / se va a acabar / la burocracia sindical…
Un cordobés de cincuenta y pico como yo recuerda este cantito, expresión de deseo, de boca de los manifestantes callejeros de casi todas las agrupaciones. De los peronistas de Atilio López, los radicales de Juan Malvar, los comunistas de Jorge Canelles, los maoístas de René Salamanca o de los distintos sectores de izquierda que tenían como bandera a Agustín Tosco, el Gringo: un electricista que por la mañana cumplía su turno de trabajo y por la tarde lideraba el gremio de Luz y Fuerza.
Eran tiempos de sindicalismo clasista y combativo. De la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro y de discutir en las fábricas y en las universidades las experiencias que venían del Mayo Francés y que explotaron en esa rebelión popular bautizada Cordobazo, que hirió de muerte a la dictadura patricia de Juan Carlos Onganía. Aquellos representantes sindicales, mas allá de sus diferencias ideológicas, tenían muchos denominadores comunes: ponían el pecho para defender a sus compañeros y vivían en forma austera, igual que ellos. Eran de una honestidad a toda prueba. A los empresarios ni se les ocurría la posibilidad de tentarlos con coimas o con negocios en común a cambio de resignar conquistas laborales. Decidían todo en asamblea y ganaban elecciones democráticas compitiendo contra varias listas. Sentían que un delegado era el mejor de sus pares, el mejor trabajador, el más capaz y el más solidario. Tenían un proyecto político vinculado a una sociedad más justa e igualitaria aunque, obviamente, teñidos de ciertos maniqueísmos y simplificaciones de la época. Combatían a las dictaduras y peleaban por la libertad y la vigencia de la democracia. Convocaban a paros y movilizaciones que eran realmente masivos por su alto nivel de representatividad y legitimidad. Eran profundamente respetados por la sociedad. Y, sobre todo, llamaban burocracia sindical a un tipo de gremialista que vendía su conciencia a los pensamientos patronales y que con los empresarios organizaban enriquecimientos ilícitos mutuos y despidos de los delegados más rebeldes.
Por eso el grito de batalla era : “Se va a acabar / se va a acabar / la burocracia sindical…”. Eran carneros que malversaban su contrato con los trabajadores y por lo general ganaban elecciones amañadas de lista única y se quedaban por años atornillados a sus cargos y, si era necesario, apelaban a los aprietes, a los machetazos o directamente –en varios casos– a los asesinatos.
Eran otros tiempos, es cierto. No se pueden comparar. Pero hay valores culturales y comportamientos éticos que sirven para darle un contexto más rico a nuestro debate cotidiano. Hoy muchos gremios están en manos de la burocracia sindical. Es el sector en donde menor renovación hubo desde la restauración institucional de 1983. Uno de los factores de poder más desprestigiados en todas las encuestas. Uno de los ejemplos emblemáticos es el de los municipales que encabezan Amadeo Genta y Patricio Datarmini. Como su patrón es el Estado, se han dedicado toda su vida a proteger sus privilegios y a frenar todo tipo de cambio para mejorar la atención hacia los ciudadanos más pobres y desprotegidos de los hospitales, cementerios y otros sectores claves. Ante cada tibio intento, aparecían las garras, las amenazas de desestabilizar al gobierno poniendo a los enfermos en las calles o frenando los entierros, por ejemplo. Son conscientes del tremendo poder de daño del que disponen. Son una monarquía más que un sindicato. Viven como reyes. Y PERFIL con sus investigaciones lo viene confirmando.
Fernando de la Rúa y Aníbal Ibarra, por pánico o por incapacidad política, decidieron transar con ellos. Hay muchos ejemplos de pactos implícitos de convivencia pacífica, de conveniencia mutua en donde los únicos perjudicados fueron los usuarios del Estado, es decir el pueblo que más necesita y que no tiene medicina prepaga ni otras ventajas. En sus primeros 40 días, Mauricio Macri se animó a dar esa batalla. Todavía no se sabe si va a ir a fondo. De hecho, después de amagar con todo, ya empezó a recular diciendo que Genta y Datarmini son otro tipo de gente en términos de hacer política. ¿Se referirá a entregar a los 2.300 despedidos o a sacar toda la documentación comprometedora de la obra social, algo que el mismo macrismo mandó filmar? ¿Tendrá la intención de democratizar el gremio y extirpar la corrupcion? ¿ O su pelea contra los municipales es con la idea flexibilizadora e individualista de los años 90? Algunos sospechan que hay negocios vinculados a la salud, agazapados detrás, para una próxima movida. Más temprano que tarde, se sabrá si Macri quiere llevar mejor calidad de vida a los afiliados de la obra social y a los vecinos de la Ciudad o sólo pretende saciar la sed antisindical de muchos de sus votantes.
Veremos. Lo que ya se confirmó en forma patética es que muchos kirchneristas que presumen de ser herederos ideológicos de aquellos combativos dirigentes sindicales en este caso se pusieron del lado de los burócratas. Hicieron piruetas para explicar lo inexplicable y hoy ni siquiera reclaman la personería gremial para la CTA de Víctor de Gennaro y sus muchachos. Sería impensable que apoyen a Macri en estas escaramuzas. Pero que defiendan a los burócratas es demasiado. Y no será gratis en términos políticos. ¿Se va a acabar?