En materia de colores no siempre resulta sencillo llegar a un acuerdo. Basta que alguien diga “azul” y, automáticamente, aparece el azul marino, el azul Francia, el azul oscuro, el celeste y así hasta el infinito. El amarillo patito, el ocre, el oro, el verde oliva, militar, musgo…
Las campañas tienen colores. Tenemos campañas de todo tipo: para imponer un producto o aumentar sus ventas. De vacunación. De prevención. Las campañas del desierto de Rosas o Roca. Deportivas. Y llegamos a las campañas electorales.
Dos episodios son recurrentes en las campañas políticas argentinas. Por un lado, la urgencia que exigen las elecciones, siempre cerca, y por el otro, los malos resultados de las administraciones de turno, que colocan la campaña por encima de la gestión.
Es así que los gobiernos de estas tierras parecen más preocupados por lo que les puede deparar la próxima elección que por gobernar. Hace rato que gestionar no se muestra como una manera de ganar sufragios.
En esta confusión de medios y fines, gobernar es estar de campaña. Con la asunción de cargos se comienzan a delinear las estrategias para ser votados en el próximo turno. Una crítica frecuente es que las prioridades de los políticos están escritas en agendas diferentes a las necesidades de la población.
El calendario de cierre de alianzas y de listas, aun con las postergaciones acordadas, está acá nomás. En un próximo artículo haremos análisis de las estrategias de la oposición, en este intentaremos hipótesis sobre los posibles movimientos electorales del oficialismo.
Juntos por el Cambio parece estar discutiendo no solo las candidaturas próximas sino, además, quiénes pueden surgir como figuras claras para 2023.
El Frente de Todos, en cambio, con la obligación de administrar, debe pensar, en simultáneo, los agujeros de la urgencia y, algo más difuso, el 23.
El éxito electoral del 19 surgió de la unidad entre el kirchnerismo dominante, el peronismo moderado representado por Alberto Fernández y el Frente Renovador, algo por fuera y algo por dentro.
Este año y medio de gestión casi ha pulverizado la imagen del Presidente, quitándole margen inmediato a su espacio. El primer mandatario logró colar en el elenco inicial algunos cargos dentro del Ejecutivo que la realidad del ejercicio del poder y las propias internas de su frente han ido diluyendo. A cada renuncia le siguió un reemplazo de un nuevo elemento fuera de su núcleo. Incluso varios funcionarios de su línea han sido desairados por el mandatario. Gabinete, Salud, Economía, Educación, Turismo y Deportes, Seguridad.
Cada acto fue minando el futuro político del Presidente y su espacio, que ya no parece tener chances de reelección y, probablemente, no pueda colocar nombres en futuras listas, salvo para dejar vacantes en el Ejecutivo.
El kirchnerismo, por su parte, tiene a sus principales figuras ejerciendo cargos en cajas importantes, por lo que no bajará a las listas demasiados actores.
Tal vez promueva dirigentes intercalados detrás de figuras que amplíen su espacio por derecha.
El que asoma como recambio en la erosionada imagen del elenco presidencial es el Frente Renovador, junto a algunos independientes.
Tal vez Scioli, como mascarón de proa, y Massa, como voz prolija e institucional.
Tarea difícil para cualquier aspirante. Es como si la crisálida pretendiera vivir más que lo que le dicta la naturaleza.
Claro, las listas son una cosa, pero el humor del electorado es otra.
Ya en 2019 la estrategia de que el azul marino, el índigo o el celeste eran colores diferentes dio resultado.
Hoy para la población todo eso puede ser, simplemente, azul.
*Secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR CABA).
Producción: Silvina Márquez.