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De victoria cómoda a final incierto

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Desde el comienzo de la campaña, las encuestas coinciden en que Sergio Massa arrancó con una diferencia que parecía preanunciar una cómoda victoria sobre el oficialismo, pero luego la brecha fue reduciéndose hasta arribar hoy a una ventaja modesta que sugiere un final reñido.
Considerar las encuestas como conjeturas razonables antes que verdades empíricas incontrovertibles justifica analizar la evolución del proceso electoral.

Comprender el achicamiento de aquella brecha comporta explicar dos factores concurrentes. Por un lado, resulta bastante evidente que, luego de un arranque deslucido, la intención de votar a Martín Insaurralde creció alrededor de 5 puntos; tanto como que la intención de votar a Massa fue menguando unos 3 puntos, luego de irrumpir con guarismos que parecían presagiar un aluvión de votos.

Explicar el crecimiento de Insaurralde semeja una tarea sencilla. El candidato emergió desde una zona de virtual desconocimiento. Se hizo más conocido, tanto en su figura como en su encarnación como candidato de Cristina. A esto también contribuyó la decidida actitud de apoyo dispensada por Daniel Scioli, que permitió mostrar un Frente para la Victoria sin fisuras. En cambio, no resulta tan simple explicar la evolución del desempeño de Sergio Massa. La parsimonia explicativa justifica invocar factores diversos, para conjeturar sobre su peso relativo.

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En primer lugar, habría que considerar un posible votante confuso que, prematuramente, creyó que Sergio Massa era el candidato oficialista para, finalmente, subsanar el error. A mi juicio, de haber existido, ese factor habría tenido un peso magro.

En segundo lugar, cabría considerar el argumento político-ideológico subyacente a la estrategia que habría adoptado Massa. Conforme a esto, Massa habría deliberadamente adoptado una campaña políticamente aséptica, pensando que eso le permitiría transitar por un centro amplio para, así, ganar tanto a los votantes opositores como a aquellos que, a pesar de sus reservas, consideran que el Gobierno ha obtenido logros significativos.

La prescripción táctica de dicha estrategia implicaría no confrontar aguerridamente con el oficialismo y no realizar definiciones sobre temas álgidos que supongan adentrarse en cuestiones sobre la medida en que se acepta o no el denominado modelo kirchnerista.

Finalmente, en el marco de este argumento, se pretendería corroborar que el estancamiento y/o leve declinación de Massa obedece, precisamente, a un error de cálculo político, esto es: al no definir fehacientemente si estaría a favor o en contra del modelo K, terminó generando incertidumbre en parte de un hipotético electorado que exige que los candidatos definan en qué vereda están realmente. A mi juicio, esta lógica argumental resulta atendible aunque insuficiente para explicar los vaivenes del desempeño de Sergio Massa.

En cambio, me inclino por una hipótesis que, aunque simple y especulativa, quizá resulte la más verosímil: Sergio Massa surgió como una promesa de liderazgo emergente generando la expectativa de que la misma ya se haría visible desde la campaña. Pero la campaña, simplemente, no estuvo a la altura de la promesa. No ya por los aspectos de contenido sustantivos (v.g. sus definiciones políticas), sino por cierto estilo tendiente a la ausencia al que pareció autorrecluirse. Así, Massa parece haber adoptado la extraña idea de que los políticos trascendentes realizan su tarea sobrevolando una especie de Olimpo reservado a los líderes. En consonancia con la sentencia de “nosotros hacemos campañas hablando con la gente”, Massa parece haber decidido que alguien de su estatura no debe perder tiempo asistiendo a programas políticos, ni aceptando debates, ni dando discursos que toquen la fibra emocional de los votantes para que, luego, puedan ser replicados mediáticamente.

Quizás el corolario más curioso de este tramo de la campaña pueda sintetizarse así: como clara antítesis de Scioli, Massa irrumpió en la contienda como un político decidido a jugarse. Pero hoy los roles parecen invertidos: el entusiasmo militante y pasional que ha rejuvenecido a Scioli contrasta con cierta moderación exasperante que tiñe a Massa.

Para decirlo sin eufemismos en metáfora futbolera: Massa estaba por rematar el partido pero se replegó en la defensa. Ahora está intentando evitar el empate. Quizá le convenga recordar aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque.


*Director de Federico González y Cecilia Valladares Consultores.