COLUMNISTAS
ISMAEL VIAS, el pensador insobornable

“Deberían internar a los Kirchner”

Uno de los intelectuales más revulsivos e independientes del país recuerda aquí su intensa participación política, que incluyó un breve paso por el gobierno de Arturo Frondizi, que hoy le sirve para criticar a los pensadores “orgánicos” del kirchnerismo. El horror del “socialismo real”, en especial por los más de 80 millones de muertos provocados por la experiencia soviética, y sus críticas al Che Guevara por su tendencia a simplificar las cuestiones más complejas. Y un crítico repaso a su militancia, que lo llevó a fundar grupos emblemáticos en la izquierda local, como Acción Comunista.

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Ismael Viñas fue fundador de la revista Contorno, dirigente del Movimiento de Liberación Nacional que apoyó la candidatura de Frondizi y más tarde fundador y dirigente de Acción Comunista. A raíz del golpe militar de 1976, Viñas marcha a un exilio del que todavía no se decide a volver. Alguna vez, durante el rodaje de un documental sobre su vida, discutimos la posibilidad de un regreso. Por aquel entonces Viñas vivía en un trailer-park en la ciudad de Aventura, al norte de Miami. En aquella película, Viñas dijo que Rodolfo Walsh había quedado atrapado en una lógica monto-céntrica que terminó por exaltar los presuntos méritos de su sacrificio, pero que Walsh no era peronista y que la suya había sido más la muerte de un fascista que la de un revolucionario. Desde esa perspectiva profundamente crítica de los años setenta, Viñas señalaba en aquel documental el carácter provocador de Salvador Allende, que terminó sometiendo la causa revolucionaria a los términos impuestos por su vanidad: “Cuando exhibís ante las masas reunidas al pie de La Moneda el arma del Che que te regala Fidel, tenés que estar seguro de que los que están abajo tienen con qué defenderse. No siendo así, estás condenando a todo un pueblo a morir bajo las botas de la dictadura por el deleite de un instante de vanidad”. Viñas le advirtió al presidente chileno sobre las consecuencias de hablar demasiado antes de tiempo, pero Allende no lo quiso escuchar. Tampoco Guevara quiso escucharlo cuando Viñas le planteó lo desatinado de la impronta boliviana: “Cuando los campesinos santacruceños te vean llegar con armas, van a pensar que venís a sacarles la tierra que recibieron en tiempos de la reforma agraria del MNR y te van a entregar”. Para Ismael Viñas, el Che Guevara fue un necio de buena voluntad, la clase de tipos que suelen comprometer a todos los que están a su alrededor.

Diez años después del rodaje de aquella película, vuelvo a encontrarme con Ismael, que ya no vive en el trailer-park sino en una barriada de negros de clase media, donde se dedica a observar y escribir sobre el impacto de las políticas económicas en el capitalismo globalizado. Café por medio, en una librería de la zona, nos dimos el gusto de hablar de presidentes y bueyes perdidos.

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—¿Qué te llevó a la ruptura con Arturo Frondizi?

—Nosotros apoyamos la candidatura de Frondizi del modo en que Carta Abierta apoya hoy al matrimonio Kirchner, en otras palabras: le dimos legitimidad a la gestión política con el aval que se supone está en condiciones de prestar establishment cultural de un país. Es un recurso legítimo. Frondizi resultó ser un traidor y nosotros terminamos abriéndonos. Los Kirchner están locos y deberían internarlos, con lo que supongo que Carta Abierta terminará tarde o temprano tomando distancia. Pero nosotros hicimos más que darle legitimidad cultural; también organizamos la campaña que lo llevó a la presidencia, una campaña que introdujo la modernidad conceptual al panfleto político revolucionando la manera de hacer propaganda política. Recuerdo cabalmente un afiche diseñado por Alfredo Hlito que convocaba a un encuentro un día 5 en la Plaza Once y el diseño planteaba, desde lo gráfico, con la inclusión del número 5 en el 11, lo que hasta entonces se decía con la retórica conservadora, que curiosamente ahora vuelve a imponerse en el discurso de los Kirchner.

—¿Tu hermano David no estaba entre los que lo apoyaron a Frondizi?

—No, David tenía sospechas fundadas y dio un paso al costado. Recuerdo que después de una de las primeras reuniones con el entonces candidato, David llega a la siguiente conclusión: “Vive en Caballito, los muebles son de Maple, tiene un retrato de la mujer colgado en la sala. Este tipo es un hijo de puta y los va a cagar”. David tenía razón, no había demasiada lógica en los argumentos que, por otra parte, eran intrínsicamente viscerales, pero tenía razón. Frondizi no cumplió con ninguno de los compromisos asumidos, ni con nosotros ni con nadie. Peor aún, se dio vuelta como un panqueque entregando el petróleo a los consorcios; claudicando la reforma agraria; cediendo ante las presiones del clero, lo que eventualmente permite a la Iglesia instalarse cómodamente en sus proyectos universitarios; privatizando Aerolíneas Argentinas, en fin. Junto con Alcalde (Ramón), Fiorito (Susana), Rozitchner (León) y otros compañeros nos sentimos traicionados y decidimos abrirnos, y abrirnos significaba renunciar a los cargos de gobierno que habíamos asumido a partir de la victoria electoral. A raíz de ese episodio, yo entré en una depresión y casi pierdo la voz por completo. A raíz de esto, León (Rozitchner) sugirió que me analizara con Alberto Fontana, un terapeuta heterodoxo al que le daban mucha pelota por entonces.

—¿El que experimentaba con ácido lisérgico?

—El mismo. Era una época muy curiosa. La experiencia con ácido puede ser muy desagradable, depende de las circunstancias y la compañía. Recuerdo un episodio, una alucinación en la que yo formaba parte de una tribu. Conmigo estaban Alcalde, Rozitchner, seguramente Susana (Fiorito), creo que Noé Jitrik. Todos éramos parte de esa tribu que adoraba una serpiente tótem. Sacá tus propias conclusiones.

—En eso ando…

—Un día me cita Fontana en un café porque quería consultarme como abogado, no como paciente. Me pareció raro. Fontana se sienta y me dice que tiene ganas de darle una trompada a su mujer en el estómago y cree que es porque todavía está enamorado de su ex, que ahora vive con otro tipo en un departamento por el cual él sigue pagando las cuotas de la hipoteca. Me dijo que se sentía perdido, que no sabía qué hacer. Ante las circunstancias no tuve más remedio que prestarle algunas consideraciones legales, entre las que recuerdo haberle mencionado que ni se le ocurriera pegarle una trompada a la mujer, tras lo cual le comuniqué que no podía seguir yendo a la consulta con él porque consideraba que si bien yo andaba deprimido él estaba completamente loco.

—¿Por ese tiempo se funda el Movimiento de Liberación Nacional?

—Poco tiempo después. Pasada la depresión, la mía y la de otros a raíz del fiasco Frondizi, decidimos armar un partido y de ahí surge el MLN, al que cariñosamente alguien apodó Malena, como el tango. Yo era por entonces un pequeño burgués, nacionalista e izquierdoide que creía en la posibilidad de una izquierda nacional e independiente de las estrategias de la URSS.

—¿Funcionó?

—Digamos que el partido se edificó y tuvo mucha concertación y decisivo apoyo de la clase media.

—¿Pero?

—Pero había dos problemas para la construcción del socialismo como nosotros lo habíamos entendido hasta entonces, y cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde. Por un lado, el campo argentino no era feudal, ni siquiera semifeudal, sino capitalista, algo que describí detalladamente en Tierra y clase obrera. El peón de campo era (sigue siendo) un asalariado, lo que constituye un estadio superior de las relaciones entre el capital y el trabajo. Por el otro, las condiciones no estaban dadas para la liberación colonial, porque la Argentina, como lo había anticipado Lenin, no era colonia, ni siquiera semicolonia. De los dos pilares fundamentales sobre los que debería construirse el discurso revolucionario de la época, no había ni uno en pie. ¿Qué sentido tenía un movimiento de “liberación” nacional no habiendo de quién liberarse a la vista?

—No lo sé.

—Nosotros tampoco, y lo planteamos en el seno del partido junto con otros compañeros, que por su propia cuenta habían estado llegando a los mismos cuestionamientos. Por esta razón, nos alejaron de la Conducción Nacional del partido, relegándonos a las bases.

—¿Del partido que vos habías fundado?

—¡Era un partido democrático! ¿Qué pretendés?

—¿Y entonces?

—Tres cuartos de lo mismo había pasado en la estructura del PRT-ERP, del cual escinde un grupo que se autodenomina Orientación Socialista y que va a terminar, termina, juntándose con nosotros en lo que convenimos en llamar Acción Comunista. Ellos tenían mucho dinero que provenía de secuestros, nosotros no teníamos plata. Pero al poco tiempo conseguimos acumular un buen capital con algunas operaciones de falsificación de dinero, que tuvieron resultados extraordinarios.

—¿Se parecían a la monedad de uso corriente?

—No se parecían, eran moneda de uso corriente, eran indistinguibles, perfectos. Yo nunca estuve de acuerdo en los secuestros como forma legítima de capitalización en una organización revolucionaria y la falsificación monetaria era una alternativa mucho más a la altura de mis requerimientos.

—¿Cuáles eran los objetivos de Acción Comunista?

—La toma del poder a largo plazo. Suscribíamos a la idea de lucha armada, pero éramos cuidadosos en ese sentido, porque teníamos una dimensión clara de lo que representaba el poder del enemigo, es decir: las Fuerzas Armadas. Al respecto recuerdo una discusión con Ernesto (Che), que tendía a simplificar éste como muchos otros temas. El Che no tenía una idea formada del alcance del poderío de los ejércitos regionales. ¿Sabés lo que me dijo en esa oportunidad?: que “la izquierda sólo sirve para hacer purgas después de la revolución”. Ernesto estaba muy confundido y no había forma de hacerlo entrar en razón porque no escuchaba. Su madre, Celia, militaba en nuestras filas en Acción Comunista.

Después de la charla nos fuimos a buscar ofertas de libros en las mesas de saldo, una actividad que reúne a espíritus afines. En el trayecto aproveché para sacarle fotos una vez más, diez años después, y él me habló de ciertas memorias sobre su padre (Memoria) que acaba de publicar y de Acerca de la globalización, un ensayo pragmático que abunda en reflexiones en torno a los recursos en tiempos en que el socialismo ha dejado de ser una utopía para volver al tablero de diseño.