La cuestión va más allá de esta crisis puntual del ARA San Juan. Esa costumbre tan argentina de caminar en el borde del precipicio sin analizar los riesgos hasta que ya es tarde se ha cobrado otras 44 víctimas. ¿Disparan estas tragedias nuestras reacciones como sociedad? No necesariamente. Para que eso ocurra, es imprescindible que adquieran relevancia mediática, que intervenga la Justicia y que la política no pueda continuar con su rutina de desidia y negociados. Dos ejemplos: por un lado, las víctimas fatales producto de accidentes viales alcanzan la escalofriante cifra de 9 mil al año; por otra parte, el narcotráfico y el consumo de estupefacientes crecieron exponencialmente en las últimas décadas sin que hayamos hecho, hasta hace 21 meses, prácticamente nada para detenerlos.
En ambos casos, predominaron la inercia y una actitud indolente muy cercana a la complicidad, a pesar de que era más que evidente que estábamos alimentando un gigantesco círculo vicioso.
Incluso luego de extraordinarios desastres y de sus inevitables escándalos posteriores nos cuesta aprender de experiencias nefastas.
¿O acaso la Argentina desarrolló la capacidad institucional para evitar otro atentado de la magnitud de los sufridos luego de los ataques terroristas a la Embajada de Israel y a la AMIA? ¿Contamos ahora con la inteligencia, los grupos de élite en lucha contra el terrorismo y los especialistas en la Justicia que nos permitan evitar otro desastre semejante?
En materia de defensa y seguridad, ni siquiera logramos objetivos aún mucho más módicos. Por lo pronto, fuimos incapaces de desarticular las mafias del fútbol, combatiendo con efectividad y contundencia a las barras bravas (a las que, vale la pena recordar, en uno de los capítulos más delirantes de la historia política reciente, terminamos estatizando y financiando su viaje al Mundial de Sudáfrica). Estos ejemplos nos ponen cara a cara con una realidad durísima: no estamos en condiciones de cumplir el mandato constitucional de asegurar la paz interior y garantizar tanto la integridad territorial como la defensa de la soberanía nacional.
La crisis no es nueva. La Argentina carece de la infraestructura institucional mínima para proteger los derechos de sus ciudadanos, promoviendo un modelo de desarrollo equitativo y sustentable. Un acervo elemental que abarca el aparato del Estado, los mecanismos básicos de la democracia republicana y las reglas del juego necesarias para generar riqueza en una sociedad libre. Es decir, no disponemos de las herramientas que son requisito indispensable para asegurar un gobierno basado en el Estado de derecho y organizado en función de los mecanismos más eficaces hasta ahora inventados para construir valor: un capitalismo regulado, moderno y sustentable.
La buena noticia es que el patético estado de cosas actual surge del hecho de que nunca nos propusimos como sociedad hacer nada diferente: es esencial que podamos acordar un plan estratégico con metas concretas y medibles específicamente diseñado para resolver este déficit histórico tan gravoso, y hasta suicida. Seguramente, a partir de ese preciso momento podremos ir mejorando, aunque sea de forma gradual.
La mala noticia es que ni este gobierno ni el resto del espectro político está planteando ese debate fundamental. Por el contrario, la reciente convocatoria a alcanzar consensos básicos planteó una agenda acotada, minimalista e instrumental. No se incluyó en el debate ninguno de los temas centrales que deberían conformar una visión integral del país, incluyendo ciertamente la cuestión de la defensa y el rol de las Fuerzas Armadas. Más aún, las cuestiones de fondo en materia institucional fueron hasta ahora ignoradas o, al menos, postergadas para el eventual avance del “reformismo permanente” (la propuesta de cambio en el sistema de votación, la mal llamada reforma electoral, es una contundente expresión del diagnóstico inadecuado y facilista que tiene el gobierno sobre la cuestión institucional). En este sentido, el angustiante y penoso episodio del ARA San Juan toma a toda nuestra clase dirigente, en especial a la política, fuera de juego, mirando para otro lado, sin un rumbo claro, perdiendo el tiempo de una manera irresponsable con debates que ignoran el núcleo del problema: Argentina carece de una visión estratégica integral para potenciar nuestro desarrollo, de un plan de mediano y largo plazo que oriente las decisiones públicas y privadas, y de las capacidades estatales esenciales para asegurar los derechos ciudadanos y la defensa de la soberanía y el interés nacional.
La crisis de las FF.AA. no comenzó con el desfinanciamiento que sufrieron a lo largo de las últimas tres décadas, que ha sido de todas maneras imprudente y precipitado. Es preciso recordar que, antes de que eso ocurra, los militares decidieron moverse al margen de la ley, protagonizado un sinnúmero de quebrantamientos al orden constitucional, episodios de violencia extrema, violaciones masivas a los derechos humanos y, por si todo lo anterior no hubiese sido suficiente, un papelón internacional con el frustrado intento de recuperar la soberanía sobre nuestras islas Malvinas. Además, estuvieron a punto de entrar en un conflicto bélico con Chile, involucraron al país en las irracionales aventuras de la Guerra Fría y gastaron recursos multimillonarios en proyectos megalómanos en materia de industria militar, energía atómica y tecnología misilística. Es obvio que en los últimos 34 años, por acción y por omisión, nuestras FF.AA. se fueron aislando paulatinamente, al punto de quedar casi ignoradas: hoy carecen de los recursos, el entrenamiento y la capacidad para asegurar la defensa nacional.
Politizar venalmente esta cuestión con operaciones políticas y mediáticas de baja estofa no hace sino confirmar que seguimos siendo parte del problema, en vez de comenzar al menos a pensar en conjunto una potencial solución. El conflicto no es solamente de este gobierno ni del anterior: incluye al conjunto de los actores políticos de un país que prefiere ignorar sus principales desafíos estratégicos. ¿O acaso los que hoy son gobierno plantearon estas cuestiones de fondo cuando eran oposición? ¿O acaso los que hoy son oposición, añoraban el Operativo Dorrego y entronizaron al general Milani tuvieron en su momento una visión moderna y transformacional para las FF.AA.?
Es hora de plantear y consensuar una política de defensa para este mundo incierto y turbulento que nos toca vivir, cooperando con nuestros vecinos y con los países con los que compartimos valores y principios. Las FF.AA. deben reinventarse como parte de un Estado inteligente, ágil y con personal formado y remunerado adecuadamente. Esto cuesta dinero, pero es mucho más caro seguir indefenso. Ni hablar de la amenaza, siempre latente, de que vuelva a ocurrir otra tragedia de estas características.