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Del "desacople" a la "japonización"

El enfrentamiento entre Washington y Beijing podría generar dos escenarios: una recesión global profunda o un prolongado período de estancamiento.

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Aniversario. China celebró ayer los 70 años del Partido Comunista en el poder. | afp

En la actualidad, es posible observar una bipolaridad emergente entre EE.UU. y China, o al menos un bilateralismo preponderante que resulta altamente explicativo y determinante para la evolución del orden internacional. Como señaló Henry Kissinger, tanto para Estados Unidos y China, así como para el resto del mundo, la coevolución de Washington y Beijing es la experiencia determinante del período actual.

Hace dos años identificamos dos posibles escenarios entre los cuales podría fluctuar la interacción entre las potencias, con implicancias sustancialmente diferentes para el resto de los actores del sistema y para el propio orden internacional como estructura, a saber: un escenario de “bipolaridad rígida” –signado por tensiones crecientes y una rivalidad abierta entre los polos de poder– y otro de “bipolaridad distendida” –con primacía de la cooperación entre las potencias en la gestión de su interdependencia y del orden mundial–.

Desde entonces, más allá de los vaivenes y de la elevada volatilidad política que caracterizó la relación entre EE.UU. y China, los niveles de tensión fueron en aumento. El crecimiento del país asiático, sus ambiciones geopolíticas y principalmente la capacidad del capital chino de disputar el liderazgo en las áreas más sensibles de la próxima revolución industrial (5G, robótica, automatización, internet cuántica, etc.) inquietaron sobremanera a la administración Trump, que ya había identificado desde un principio a China como el principal peligro para la supremacía de EE.UU. en el plano internacional.

Ciertamente, en el último tiempo la tensión alcanzó picos no registrados hasta entonces que se evidenciaron no solo en la cuestión arancelaria, sino también en acciones concretas orientadas a reducir los niveles de interdependencia entre las partes, profundizando así los temores de un “desacople”.

Justamente, una recesión global profunda derivada de un escenario de “desacople” entre EE.UU. y China es el mayor peligro que hoy enfrenta el mundo, aunque tal vez no sea el más probable. La profunda interdependencia económico-financiera y los altísimos costos que eventualmente derivarían de un proceso de tales características operan como contención y reaseguro. La globalización no conoce antecedentes en donde dos enormes socios comerciales hayan entrado en un proceso tal de rivalidad geopolítica capaz de revertir y desandar los niveles de interdependencia alcanzados.

Hasta ahora, las partes no se han atrevido a traspasar límites críticos como la extensión de la disputa al plano financiero y monetario. Más allá de algunos amagues y tests de fuerza, no se ha llegado aún a una guerra de divisas abierta y decidida. A cada pico de tensión siempre siguió un momento de distensión. El problema radica en que los momentos de distensión han sido efímeros producto de la falta de sustancia de las treguas, asignando a la bipolaridad una impronta altamente volátil.

Las treguas sirvieron para evitar el “desacople” pero se revelaron insuficientes para restaurar la confianza de largo plazo. Las tensiones y la incertidumbre en torno al conflicto sino-estadounidense son el epicentro de una “recesión geopolítica global” que afecta los flujos globales de comercio e inversión. El mundo va camino a un escenario de crecimiento anémico, con la amenaza de volverse deflacionario.

De este modo, lo costoso de una ruptura combinado con lo complejo y difícil de arribar a una solución de fondo de la disputa deja al mundo en un equilibrio incómodo que se traduce en una “bipolaridad volátil”, con el riesgo de caer en la trampa de lo que algunos denominan “japonización”. ¿Qué implica esto? En términos sencillos, un prolongado período de estancamiento. Durante los años 90 el crecimiento promedio anual del PBI de Japón fue del 1,5%, con baja en los niveles de productividad y merma del consumo acompañada por un proceso de caída constante de los precios, situación que no pudo ser revertida por políticas monetarias expansivas.

En conclusión, este último riesgo hoy parece más probable y amenazante que el riesgo del “desacople”. Solo con los Bancos Centrales impulsando políticas monetarias ultralaxas no alcanza, no pueden hacer todo el trabajo que le corresponde a la política. La única manera de evitar el escenario de “japonización” es mediante una distensión prolongada y sustentable, capaz de reactivar la confianza y el crecimiento global. Para esto se requieren acuerdos concretos sobre el fondo del conflicto entre las potencias, a saber: la disputa por el liderazgo global. Hasta ahora, no hay nada de eso.

*Dr. en Relaciones Internacionales/Profesor de Política Internacional Latinoamericana (UNR).

**Director de Estrategia Global en Terragene SA / Profesor Política Internacional Argentina (UNR).