COLUMNISTAS
Inteligencia artificial

Democracia y orden global

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Habermas. La calidad de la democracia depende de los debates. | cedoc

Si analizamos los principales informes de escenarios globales para 2024 proyectados a una o dos décadas, el tema de la inteligencia artificial –y sus consecuencias sociopolíticas– se encuentra como el riesgo de mayor impacto y probabilidad en todos ellos.

Los informes analizados del World Economic Forum, The Economist, Eurasia Group, Fondo Monetario Internacional, Instituto Per Gli Studi Di La Politica Internazionle, Brooking Institute y el Council of Foreign Relations nos permiten hacer el siguiente análisis.

En todas estas investigaciones, se observa un hallazgo contundente: la generalizada “Información errónea y desinformación” llevará a vulnerar los sistemas electorales electrónicos, generará la proliferación del ciberdelito, el aumento de los contenidos no autorizados y la manipulación de los mercados y las transacciones digitales.   

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Esta información falsificada como “contenido sintético” afectará los contenidos de las campañas políticas en todos sus canales de comunicación y generará la posibilidad alta de fraude electoral. Consideremos que, este año, más de 4 mil millones de personas estarán bajo elecciones en sus respectivos países.

Esta información no confiable aumentará la polarización en los puntos de vista de los actores políticos y la población con una tendencia hacia el fundamentalismo binario no dialógico. Esto derivará en alternativas autoritarias de manejo de la información, control y represión de las pronosticadas “protestas sociales”.

Como horizonte de consecuencias estructurales podemos destacar: la deslegitimación de la democracia como sistema de gobierno y un descrédito del conocimiento científico y sus canales de difusión.

En todos estos diagnósticos, se presenta el concepto de “inteligencia artificial no gobernada”, que crea un escenario en donde sus “avances son más rápidos que los esfuerzos de los gobiernos” para encauzarlas hacia el bien común. Para lo cual se propone un empoderamiento de los Estados que determine aquello que es considerado verdadero, pero que en realidad es falso de manera objetiva y validada y tiene un riesgo para los ciudadanos y la seguridad colectiva.

Por cierto, esta regulación tiene tres niveles y tres marcos de actuación. Los niveles son: la no regulación, la regulación limitada y la regulación exagerada. Cada una con consecuencias bien precisas para la humanidad.

Como marcos de actuación encontramos, en primer lugar, el conocimiento científico-tecnológico, validado por la dinámica de la generación de saberes evaluados por pares; en segundo lugar, los principios democráticos y de controles en la división de poderes; en tercer lugar, el acceso a la información de cara a la ciudadanía.

A nivel global, se vislumbra lo que denominamos una “geopolítica de la inteligencia artificial” que, hasta el momento, se concentra en Estados Unidos, Europa, Japón y la Unión Europea. Pero la competencia ha desatado su desarrollo en otros actores estatales con los sistemas de control mencionados. Pero el peligro es que estos desarrollos estén en manos de actores no estatales sin ningún tipo de control.

Esta “inteligencia artificial” ya está actuando de manera interdependiente con la “inteligencia humana”. Se observa en los formatos sociales discursivos –que se cultivan y potencian en las redes sociales– un vaciamiento de contenidos, la carencia de una reflexividad crítica y una violencia latente que puede proyectarse a otros registros de la vida social y política.

Una vez más, el último pensador de la Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas, refuerza su presagio de antaño: la calidad de la democracia está dada por la calidad de los debates y la argumentación pública, que la inteligencia artificial contribuye a deteriorar.

*Profesor de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Austral.