Por mucho que algunos no lo quieran o no puedan reconocer lo obvio, sobran evidencias de que este último año significó un trance complicado para muchos ciudadanos. En principio, según datos oficiales, el nivel de actividad productiva del país cayó 2,3% con respecto a 2015, y el salario real lo hizo en al menos 5%-6%. El resultado no puede ser otro que un deterioro de la demanda y calidad de los empleos, y un aumento de las tasas de indigencia y de pobreza medidas por ingresos. Aunque hay evidencias de que el año habría terminado con tendencia al crecimiento en materia económica, incluso con creación neta de empleo, el proceso es todavía incipiente y sus efectos aún no son evidentes para la mayor parte de la población.
Con la caída de 2016, el nivel de actividad se ubicaría en una escala similar a la que teníamos en 2011, incluso, por sobre la de 2010. Es decir, tanto el deterioro como la lenta reactivación y la menor inflación de los últimos meses son fenómenos que se enmarcan en un proceso que tiene cinco años de estancamiento, aunque compensado por inyecciones de consumo y programas sociales. Pero en materia de deudas sociales, al menos desde 2010 a la fecha, la evidencia da cuenta de pocos matices, siendo evidente que 2016 fue un año crítico en un país donde la pobreza real estaba fuera de agenda.
Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina, coincidentes con las estadísticas oficiales, sabemos que: 1) el desempleo y la precariedad laboral vienen creciendo en los últimos cinco años, afectando actualmente a casi el 50% del total de los trabajadores, entre ellos a más del 30% de los asalariados y a más del 70% de los patrones, microemprendedores y cuentapropistas, todos ellos todavía población sobrante para el modelo de crecimiento vigente; 2) la pobreza por ingresos, luego de caer hasta 2011, volvió a subir hasta 2015 y también durante 2016, llegando la indigencia a 6,9% y la pobreza a 32,9%, destacando su persistencia a pesar del continuado aumento de los programas sociales; 3) si bien la infraestructura social no dejó de mejorar durante estos años gracias a la obra pública, algo anduvo mal: el hábitat urbano, así como los servicios de educación, salud y justicia, siguen reproduciendo desigualdades, conflictividades y desprotecciones sociales, dejando a no menos del 15% de los hogares urbanos en situación de extrema exclusión; y 4) el tejido social tampoco dejó de sufrir un proceso de degradación, afectado por la inestabilidad económica, el avance del narcotráfico y la inseguridad, toda vez que las preocupaciones políticas y judiciales siguen estando alejadas de la vida cotidiana de la gente, enfrentando por lo mismo niveles de credibilidad extremadamente bajos.
Ahora bien, si comparamos el actual escenario de pobreza con las últimas décadas de historia argentina, se aprecia claramente que estamos lejos de las grandes crisis atravesadas por el país (1989-1990 o 2001-2002), y que los niveles actuales se asemejan a escenarios como los de 1983-1984, 1986-1987, 1994-1995 o 2009-2010. En todos los casos, la dinámica de la pobreza se correlaciona estrechamente con las variaciones del PBI per cápita y del salario real. Y si bien las tasas de pobreza serían similares a momentos complicados pero no críticos, dado el crecimiento demográfico y los cambios sociales ocurridos, actualmente los pobres “son más” y “son más pobres” que aquellos que teníamos a mediados de los años 80: http://www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/observatorio-de-la-deuda-social-argentina/cartelera/presentacion-de-informes-de-avance-2017/. En cualquier caso, se destaca la dificultad de “perforar” un piso de pobreza de 25%-30% y, junto con esto, el fracaso de gobiernos con diferentes orientaciones para superar estas barreras estructurales a partir de políticas de Estado consensuadas en materia de desarrollo económico, social y ambiental.
*Conicet-UBA/Observatorio de la Deuda Social-UCA.
Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).