COLUMNISTAS
contra el castigo fisico

Desaprender la violencia

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La violencia se aprende, se ejercita y se transmite. Se forma así un círculo difícil de romper. Es altamente probable que los adultos que sufrieron castigos físicos en su niñez recurran a ellos como forma de corregir conductas en los niños bajo su cuidado. Lo harán cuando sientan que no pueden controlar de otro modo la situación, cuando perciban que los recursos no violentos no funcionan o bien cuando el cansancio gane la batalla. Esas prácticas aprehendidas y sufridas en la infancia se colarán en la crianza actual, no porque sean más efectivas –de hecho no lo son-, sino porque están incorporadas y naturalizadas como modo de crianza. Es el mecanismo de (des)control que más a mano tendrán para resolver el desborde de un niño, porque el zamarreo, el cachetazo, el tirón de orejas o de pelo, el “chirlo en la cola” se ponen de manifiesto como una clara imposibilidad por parte del adulto para “controlar” la situación. Sin embargo, y pese a su probada ineficacia como método de corrección de conducta, se instalan como una alternativa posible.

Como en toda relación violenta, el paso del tiempo trae la naturalización. Se forma así un espiral que no hace más que crecer. La reacción a la irrupción violenta cambia y se acrecienta. El tirón de pelo de ayer ya no alcanza. El niño parece acostumbrado, el castigo pierde la supuesta efectividad y al adulto no le alcanza para corregir la conducta. Probablemente el adulto acudirá a otra represalia, más severa. Contra la idea generalizada acerca de la efectividad del castigo físico, ésta disminuye con el uso y solo aumenta, sistemáticamente, el grado de severidad y violencia.

En nuestro país 7 de cada 10 niños y niñas de entre 2 y 17 años sufren métodos violentos de disciplina y casi la mitad de ellos recibe castigos físicos habitualmente. Estos que parecen solo números desnudan la gravedad y naturalización del problema.

Es fundamental diferenciar la violencia de la puesta de límites. Límites y castigos no son lo mismo. La puesta y el manejo de límites en la crianza son fundamentales para el desarrollo integral y para la construcción de los propios juicios, del autocontrol, de la autonomía y de las habilidades sociales adecuadas. El castigo físico, en cambio, responde a una falta de capacidad del adulto para educar desde la comprensión de lo que es esperable o no en el comportamiento de un niño.

La violencia tiene un poderoso y negativo efecto sobre el desarrollo integral de los niños y deja una marca interna difícil de superar. Nuestra experiencia de trabajo nos contacta a diario con niños, niñas y familias y somos testigos de lo que la violencia genera en los hogares. Destruye a las familias y es actualmente, en nuestro país, la principal causa de vulneración de derechos por la que miles de niños y niñas pierden el cuidado de sus familias. El desafío que asumimos todos los días es desnaturalizar las formas violentas de vinculación y proponer formas alternativas de crianza, que permitan desarrollar vínculos afectivos y seguros desde una disciplina positiva y no violenta.

Es necesario fortalecer a las familias para que las relaciones que se construyan sean de una autoridad capaz de poner límites que cuiden y resguarden desde la afectividad, con la protección como elemento central.
 
 * Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina.