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opinión

Desde el centro

Al comienzo de un poema llamado Ciudad Pronto (ya mismo), Mercedes Cebrián escribe: “Al final, lo redujeron todo/a extrarradio/y quitaron el centro”. Hay algo en la poesía de Cebrián, al menos para mí, que resuena lejanamente a la tradición de autores como Jaime Gil de Biedma, cruzado por un fuerte pensamiento sobre lo urbano. De hecho, en el poema en cuestión, se lee: “Yo he conocido el centro: sonará cacofónico/pero el centro era altrezzo, decorados variables –cerraron este bar, /abrieron una agencia/de viajes– para un estrellato/modesto, adaptado a nosotros”.

Los cambios urbanos entre Gil de Biedma y Cebrián son evidentes. Para Gil de Biedma, el extrarradio, el suburbio, todavía era un lugar extraño, alejado; el lugar de la aventura: “Nada hay tan dulce como una habitación/para dos, cuando ya no nos queremos demasiado, /fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo, /y parejas dudosas y algún niño con ganglios”. En cambio, para Cebrián, en el extrarradio hay “calles con nombres de flores/todas juntas. Planetas/todos juntos, pintores agrupados/en otro sector/(la palabra sector es muy frecuente)”. Es fácil imaginar el pasaje de hoteles sórdidos a barrios impersonales de casitas con jardines y autos nuevos (no se porqué, pero todo esto me recuerda el principio de Blue Velvet, de David Lynch, en el que el protagonista al atravesar uno de esos barrios, encuentra en un jardín una ojera humana tirada en el pasto).

Entre nosotros, mucho se ha dicho y estudiado sobre los countries. Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados, de Maristella Svampa, es probablemente el libro de referencia sobre el tema. Pero poco se ha escrito sobre un fenómeno inverso: el vaciamiento del centro. Su pérdida de centralidad. La casi desaparición de la caminata nocturna por Avenida de Mayo, por Corrientes, por Florida hasta Plaza San Martín (digo casi, porque yo disfruto mucho de nuestras caminatas de noche, en especial la de los miércoles y jueves).

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Quiero decir una cosa: nacidos a fines de los 60, mi generación creció ironizando sobre la mitificación que del centro hacían las generaciones anteriores, los que eran jóvenes en los 60 y 70. Para mí el bar La Paz siempre fue un mausoleo, el cementerio de las ideas. Sin embargo, en los 80, cuando empecé a frecuentar el centro, todavía las librerías cerraban tarde, la calle Corrientes era un lugar de encuentro, y sobre todo, vivía gente. Mucha gente. La pauperización social del centro es una de las imágenes más fuertes de la decadencia de la Ciudad.

Cada tanto, los gobiernos lanzan planes de recuperación del centro. Ensanchan las veredas de Corrientes y de Lavalle para favorecer a los peatones, organizan eventos y recitales, declaran a los comercios sitios de interés histórico: pero no hay caso. De nada sirve una política basada en la operación nostalgia y en espasmos sin planificar. Es urgente la necesidad de un pensamiento fuerte, profundo y arriesgado sobre la problemática urbana, sobre la relación entre el centro y los barrios, sobre qué es un centro hoy. Y ese pensamiento debe incorporar, obviamente, al urbanismo, a la economía, a la política y a la sociología; pero también a la literatura, a la poesía. Como en otro poema de Cebrián: “Todo lo que no es ciudad/confina. Lo que ocurre cerca/de la carretera es siempre/pernicioso.”