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LO QUE NADIE CONTÓ

Desde el jardín de Messi

¿Qué regalo de casamiento se le podría hacer a Messi, una estrella mundial que gana 8 mil euros –céntimo más, céntimo menos– por cada una de las 24 horas de su día gracias al nuevo contrato por cuatro temporadas que este mes firmará con el Barça, millonarios ingresos por publicidad, patrocinios y emprendimientos personales?

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Dilema. ¿Qué se le regala a un matrimonio millonario? | afp

“Creo que la vida debe ser una fiesta continua. Estoy en contra de Descartes porque era un señor que pensaba. Yo jamás pienso, juego”

Salvador Dalí (1904-1989); de una entrevista concedida a la revista “L’Express” (1971).


¿Qué regalo de casamiento se le podría hacer a Messi, una estrella mundial que gana 8 mil euros –céntimo más, céntimo menos– por cada una de las 24 horas de su día gracias al nuevo contrato por cuatro temporadas que este mes firmará con el Barça, millonarios ingresos por publicidad, patrocinios y emprendimientos personales? No es fácil.

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El mismo dilema tuvieron Esteban Reynal y Carlos Agote, ocasionales dueños de La Prensa allá por 1993. Necesitaban llamar la atención de Amalita Fortabat con un regalo de cumpleaños original y así tentarla para que invirtiera, o mejor, que les comprara el diario que, sin prisa pero sin pausa, les iba licuando el brillante negocio inmobiliario que habían hecho con la venta del histórico edificio de Avenida de Mayo. Lo solucionaron con audacia y creatividad.

Le enviaron dos sillas originales del Salón del Directorio, diseño francés, detalles enchapados en oro. Mal no les fue. Tomó su tiempo –cientos de cajas se apiñaban en el garaje de su edificio en Libertador y Ugarteche como en la escena inicial de Ciudadano Kane–, pero Amalita se tentó y compró. El primero en irse fue Agote y, horas antes de la salida del nuevo diseño, Reynal. El operativo fue un éxito.

—Como la bodá. Pero no hubo guegalós. Los novios pidiegon una donación para Techo, una ONG que ayuda a los pobgues.

Odio que me interrumpan cuando escribo. Levanté la vista y allí estaba él. Impermeable, sombrero de lana, bigotes, una lupa con la que me espiaba. El inspector Jacques Clouseau, en persona.

—¿Qué hace por aquí Sellers? ¿Lo invitaron al casorio?

—¡No me saque del personaje, Asch! Je suis Clouseau, comprenez? Clouseau!

Peter Sellers retomó su inglés de Humpshire sólo para retarme. Tenía un talento único para imitar acentos de todo tipo. Caminaba en círculos frente a mi escritorio.

—Fui contratado para reforzar la seguridad y evitar los robos. Les hice un paquete por el asesoramiento más una presencia de la Pantera Rosa, y aquí me ve. Llevaron un ejército, eh. ¿Qué, pensaban invadir Uruguay?

—Je. Hubo más policía que en un clásico. Más de 450 efectivos. Tropas de Operaciones Especiales, Policía de Acción Táctica, Gendarmería y Seguridad Aeroportuaria. Todo para cuidar a 250 superinvitados. ¿Tanto miedo tenían a los robos?

—¡Y cómo no! El suyo, Asch, es un país áspero. Si a Betty, la mamá de Luisana Lopilato, le cobraron 8 mil pesos por hacerle los reflejos en una peluquería de Villa Urquiza, ¡cómo no iban a pedir 10 mil dólares por peinar los flequillos de Thiago y Mateo! Se abusan.

—Todo aumenta acá, sobre todo los vivos que fuman abajo del agua. Es la crisis. Igual, con una fiesta así, los gastos debieron ser altos…

—Ni me hable. Tuvimos que ajustar. Aunque tampoco íbamos a servir huesitos de pollo de La Anónima para picar mientras sonaba la música en vivo, ¿no? El presupuesto de Bárbara Diez, la wedding planner, daba para hacer mil kilómetros de bicisendas. El papá de Messi, que venía de pagarle una fortuna al fisco español, casi se infarta. Cambiemos, Jorge, le dije. Me hizo caso.

—¿Se pelearon?

—No, nada personal. Ella casó a Macri y a Karina Jelinek –que debe ser importante porque a su marido, un tal Fariña, lo vi en muchas tapas de diarios– y es mujer del jefe de Gobierno Rodríguez Larreta, un señor. Pero con esos números, non. Ce n’est pas possible!

—Ojo, Sellers, mire que acá se politiza todo, eh. A ver si lo ponen de un lado de la grieta y chau, pierde la mitad de su público.

—Impossible, Asch. Es más, yo no, pero un buen amigo mío hizo mucho por este gobierno. Ya se lo llamo.

Sellers salió de la redacción y regresó cinco minutos después, sin bigote, con pelo canoso, traje inglés, bombín, paraguas y una mirada algo idiota. Era Chance Gardiner, el protagonista de Desde el jardín, la novela de Jerzy Kosinski que Hal Ashby llevó al cine en 1979.

—Mucho gusto. ¿Puedo ver televisión?

—No, Sellers. Esto es una computadora, la uso para escribir. Me contaron que trabajó con altos funcionarios. ¿En qué campo?

—Soy jardinero. Me ocupo de los brotes verdes. Los cuido, riego, controlo la temperatura, la humedad, la luz. Con amor y paciencia, algún día van a crecer y habrá una lluvia de alegría y prosperidad. ¿Puedo cambiar el canal en aquella televisión?

—Lo siento, debemos ver los canales de noticias. Cuénteme, ¿cómo fue su experiencia?

—No sé. Duran Barba se reía conmigo, pero no me hablaba. Con quien cultivé una amistad fue con Alex Rozitchner. ¡Hasta fui a sus talleres de entusiasmo para dirigentes!

—¿Le gustó?

Sonrío un largo rato, en silencio.

—Bueh. ¿Y qué tal el casamiento? ¿Fue?

—No, pero me ocupé de los arreglos florales a cambio de Netflix gratis por seis meses. Pero sé de alguien que sí fue. Un amigo hindú, actor, que ama las fiestas. Iré a buscarlo.

Sellers regresó con la piel oscura, pelo azabache, sonrisa de piano y traje claro. Era el torpe, desopilante personaje de La fiesta inolvidable, comedia de culto dirigida por Blake Edwards en 1968.

—¿Cómo-usted-está? Mi-niembro-es Hrundi V. Bakshi. Soy fan de Messi. Fui a su fiesta para proponerle film de su vida.

—No me diga. ¿Y aceptó?

—Oh, no, pero dejó que me sacara una selfie con él antes que los custodios me desalojaran. Fue amable.

—¿Le pegaron?

—Un poco. Pero me explicaron que es costumbre, cultura argentina, como comer vísceras de vaca. Muy rico eso.

—¿Y le gusta cómo juega Messi?

—¿A qué?

Nos quedamos mirándonos, algo perplejos. Sellers, ya Peter Sellers, prometió enviarme su foto con Messi y me confesó que, como se le cayó el canje con el hotel, algún amigo deberá girarle 18 mil libras para pagar tres noches de alojamiento. También dijo que Argentina es un país fascinante, pero un poco raro.