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la enfermedad de nestor

Desgracia en las arterias

Un enojo de Kirchner con Scioli terminó en el sanatorio. Cristina ya decidió que no insistirá en su intento de seducir a la clase media.

Robertogarcia150
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Fueron un par de discursos determinantes. Parecían convencionales en la tradición del matrimonio, apenas con incorporaciones discutibles, menos recordables que un fósforo, pero el entorno y ciertos episodios que rodearon las alocuciones habrían de provocar novedades fulminantes, de las cuales tal vez pocos se percataron. Casi un fin de semana clave, si uno extiende la mirada hacia las próximas elecciones generales en el que, como la reproducción de las amebas, de repente una alternativa se dividió en tres. Fenómeno que empezó cuando un Néstor Kirchner –a punto de explotar– se despachó inopinadamente contra Daniel Scioli sin imaginar que su ira desatada podría despertar secretas reservas en el denunciado; martirologios acumulados, quizás hasta una rebeldía que podría convertirlo en un adversario presidencial para 20ll. En el otro mensaje, ya con Néstor explotado por una desgracia en sus arterias, Cristina se transformó sin querer en una candidata a ser reelecta por una eventual deserción del marido, posibilidad que no pudo ocultarse por más que ella se cargara de elogios y promesas para una masa trabajadora que, de acuerdo con su aritmética, la necesita para suplir en las urnas lo que otros sectores de la sociedad parecen negarle. Aunque tuviera que volver de mal grado a las estampitas de los años 50, al aguinaldo, el sábado inglés, la jornada de ocho horas, también a la sidra y al pan dulce, en suma al Juan Domingo Perón de aquellos tiempos, período del cual el matrimonio solía encontrarse bastante alejado. Pero, más allá del controvertido marco floral de los dos discursos, lo cierto es que en menos de 72 horas se dividió en tres el tronco oficialista, el mismo que se juramentaba galvanizado atrás de un solo postulante. Y quienes creían que Néstor era el posible y único sucesor a la vacante de la Casa Rosada debieron incorporar a otros dos: su propia mujer y un gobernador de la provincia de Buenos Aires que hasta podría nadar en otra vertiente. Demasiado vértigo para tan poco tiempo, una Argentina que nunca para de sorprender.

Son interminables las razones que se invocan para descubrir malentendidos entre Scioli y la pareja oficial. Tantos que ya se constituyen en argumentos, sin saberse aún si el arrebato de Néstor estalló por lo que algún lenguaraz le contó que el gobernador hablaba con los intendentes bonaerenses, por el rumoreo de entrevistas con opositores, como Eduardo Duhalde, o por informes de inteligencia sobre encuentros con capitostes del núcleo mediático que el ex presidente hoy cerrilmente odia. La meneada desavenencia económica como motor de la furia quedó postergada en el análisis de las causas: parece que en el caso Telecom no hay diferencias, las dos partes coinciden y actúan en el mismo sentido. Sin descifrarse el motivo, la indignación de Kirchner continuó luego de su represalia pública, hasta mortificó colaboradores cercanos que se apartaron de su estela. Ejemplo, Aníbal Fernández, quien recibió los coscorrones por conciliador y tibio –palabras expurgadas del diccionario oficial–, quizás también porque no atraviesa el mejor momento ante la jerarquía, tanto que más de uno lo imagina con las valijas en la puerta de la jefatura de Gabinete, como si su esposa lo hubiera sorprendido con una amante. No extrañó, para esta especulación, la rencilla posterior entre Fernández y Julio De Vido a propósito de la difusión de una efigie de Cristina, casi un camafeo para la solapa, semejante a las de Evita en los libros o en las libretas de ahorro para escolares, tarea publicitaria del ministro que cuestionó largamente su superior inmediato.

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Más allá de los cambios que se anuncian, casi como las lluvias en tiempos de sequía, Scioli aportó lo suyo para aumentar la temperatura e irritar: fue adonde antes no iba (la fiesta de Perfil, por ejemplo), se fotografió con quienes no debía (Macri), no rechazó convites del duhaldismo y se sirvió de los medios del “monopolio” para exponer un pensamiento que hasta un párvulo entiende distinto al de los Kirchner. El mudito comenzó a hablar, de a poco, claro; harto de estar harto. Si alguien quiere creer que este es un juego florentino de las partes, amonestarse entre sí para incrementar la potencia de ambos y de la filiación que los reconoce, debe sin duda equivocarse: son personas que vuelan como las perdices, rasante, más primarias en los conceptos y guiadas sólo por la pretensión de no perder la categoría ganada. Es decir, la preferencia en las encuestas, fin primero y último de los políticos. Por esta reyerta manifiesta se revisa el archivo y aparecen, para Buenos Aires, otros hombres en la competencia: Massa emerge como el más dedicado, a pesar de sus renunciamientos –y de que Néstor le atribuye responsabilidades en algún error últimamente cometido por su consejo–, tambien mejora el precio de su candidatura Francisco de Narváez, aunque continúa con un dilema a cuestas: parece que en la Corte Suprema sólo falta un voto para habilitarlo como posible candidato a la Presidencia de la Nación. Lo que parecía enterrado, se sacude bajo tierra. A su vez, la mansa indocilidad de Scioli se transformó en una preocupación para el matrimonio: no parecen dispuestos a recibirlo en la intimidad y resolver juntos las cuitas; prefieren en apariencia conservarlo en aislamiento silencioso, como castigo, aunque han empezado a temer por las luciérnagas que le titilan al gobernador indicándole que hay otra vida fuera del kirchnerismo y con un premio superior (como curiosidad, habría que consignar la urticaria, picazones y desprendimientos de placas que, en un personaje arrollador como Néstor Kirchner, le provocan figuras opuestas, insípidas y prudentes, tibias y conciliadoras –según desprecia su índex– como Scioli, como alguna vez fue Julio Cobos o Martín Redrado. Al decir de un conocedor, a la pareja le cuesta enfrentar lo que se conoce como “mosquitas muertas”).

Si hay dudas en la Meca por estos conflictos, en cambio ya disiparon estrategias para el futuro. Lo dijo Cristina sin reservas, hablando a favor de los morochos y, como si fuera D’Elía, cuestionando a los rubios que no la comprenden (en rigor, que no la votan). Se quejó sin precisarlo de esa clase media que representan los jubilados y docentes de la Avenida Rivadavia, más críticos del Gobierno quizás que los habitantes de la Recoleta. A ese sector social le imputó volubilidad, volatilidad, veleidades, casi repitiendo palabras que el brigadier Lami Dozo o el almirante Massera dijeron cuando fueron juzgados. También ellos se sentían incomprendidos.