COLUMNISTAS
fracturas

Desigualdad y luchas sociales

default
default | Cedoc

La rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 instaló un nuevo umbral desde el cual pensar la sociedad argentina. La ola de saqueos y luego los cacerolazos derribaron el mito del Primer Mundo, sostenido por la convertibilidad y el modelo de la valorización financiera, y enfrentaron a los argentinos a la cruda realidad de una sociedad fragmentada y muy desigual.
Nuevos repertorios de acción colectiva se fueron instalando en nuestra sociedad, muy ligadas a la acción directa. Como en 1989, los saqueos aparecían como una forma de comportamiento colectivo asociado a la desesperación de los sectores más vulnerables. En parte -pero solo en parte-, alentados por ciertos dirigentes del peronismo interesados en una salida rápida del ya fallido gobierno de la Alianza, esta conducta de masas exponía el alto nivel de desagregación social del país.
Paralelo a ello, surgieron modalidades de protesta que apuntaron a reconstruir solidaridades colectivas, que habían sido socavadas durante la larga década neoliberal: asambleas, colectivos culturales, nuevas organizaciones piqueteras, cartoneros, grupos de ahorristas, fabricas recuperadas por sus trabajadores. Algunas de modo fugaz, otras con mayor continuidad en el tiempo, fueron exhibiendo otros rostros posibles de la Argentina, que lejos de colocarse como expresión de la antipolítica, buscaban poner de pie otras formas de construir lazos sociales, cuestionando el sistema político representativo.
A doce años de estos acontecimientos, que marcaron el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo, observamos que la gran asimetría social, instalada durante la dictadura y multiplicada durante la década neoliberal, dejaría fuertes huellas en la presente sociedad. En realidad, las mejoras transitorias en la distribución capital/trabajo logradas en la última década no alteraron en absoluto esta tendencia estructural a la desigualdad. Así, pese al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza (respecto de la crisis de 2001), ésta hoy abarca alrededor un 25 % de los hogares. Si nos remitimos a los ingresos (las últimas cifras confiables son de 2006), los niveles de desigualdad entre los sectores más ricos y los más pobres son similares a los de 1997.
Por otro lado, la sociedad asistió a una ampliación de la frontera de conflictos, en el marco del Consenso de los Commodities, basado en la exportación de bienes primarios a gran escala. En nombre de las ventajas comparativas, el gobierno de los Kirchner impulsó cuanto modelo de maldesarrollo proponía el mercado global y las grandes corporaciones transnacionales (agronegocios, megaminería, hidrocarburos no convencionales, a través del fracking), minimizando o denegando los costos ambientales, el violentamiento de los derechos colectivos y la emergencia de una nueva dependencia. Estas políticas abrieron a otra cartografía de los conflictos, más marcados por el encapsulamiento local (territorialización) y, a su vez, por el carácter multiescalar (lo provincial, lo nacional y lo global). Por último, se agravó el problema de acceso a la tierra y la vivienda, pues lejos de salir del urbanismo neoliberal, la era K terminó por consolidar la fractura socio-espacial (multiplicación de los muros, visibles o implícitos) y la especulación inmobiliaria en las grandes ciudades.
Los saqueos volvieron a entrar a escena, evidenciando la repetición de una respuesta destructiva y antipolítica que ilumina la faz más oscura de los sectores subalternos, en su intento por invertir momentáneamente un orden desigual. Pero a diferencia de 2001 y de 1989, y más allá de la rebelión policial (que alimenta la hipótesis del complot), éstos están menos ligados al “fin de época”, que a la convergencia entre acentuación de la brecha socio-espacial y apelación a una cultura del consumo, promovida ésta última activamente desde el gobierno nacional.
La actual cartografía de las luchas muestra así mayor complejidad que en 2001: revaloración del actor sindical, luchas contra las diferentes formas de la precariedad, movimientos territoriales, asambleas ambientales, organizaciones campesino-indígenas, recorren hoy el nutrido mapa de la protesta. Con sus luces y sus sombras, se trata de formas de acción colectiva que ilustran el modo en cómo las clases subalternas resisten y enfrentan la gran asimetría social consolidada en nuestra sociedad.

*Investigadora y escritora, miembro de Plataforma 2012.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite