Apenas consintió el permiso Mauricio Macri, se iluminaron los rostros: se abría una hendija para futuros cambios en el Gabinete. Entusiasta más de uno, la mayoría con cierta inquietud, no hay que olvidar que el Gobierno mantiene una plantilla demencial de 22 ministerios para un país subdesarrollado, con protagonistas que ni siquiera se atreverían a presentarse para un concurso de aptitudes en el área en la que fueron designados. Austero el Gobierno en otros rubros, pródigo en el propio, raro para un ingeniero. Pero, claro, se decidió cumplir con las sugerencias pagas u obsequiosas de alguna consultora externa que diseñó ese esquema de Argentina potencia (pensar que hoy Brasil exhibe la misma cantidad de ministerios). Y lo que hoy es un rumoreo incipiente, la remoción de secretarios de Estado, por tropiezos de gestión o malhumor del mandatario con algunos colaboradores, adquiere otra temperatura al difundirse el visto bueno para que Susana Malcorra compita por la sucesión de la Secretaría General de las Naciones Unidas y, por lo tanto, desaloje su cuerpo del Palacio San Martín. Como se sabe, cualquier argentino, desde que Bergoglio es papa, puede ser figura internacional de primera magnitud.
Conviene aclarar:
1. Malcorra llegó al Gobierno con esa idea de ascenso que, para muchos especializados en burocracias del mundo, resulta utópica. Formada en empresas multinacionales, sólo pidió un weaver a la administración Macri para participar en la carrera, aunque ya dedicó mucho tiempo –sesenta días por lo menos en cinco meses de gestión fuera del país– a su propia campaña, y tal vez ese proselitismo le consuma mucho más.
2. Aunque Malcorra se inició a ciegas en la Cancillería y cedió designaciones a otros colaboradores impulsados desde la Jefatura de Gabinete y el radicalismo (no se conoce de ningún filoperonista en la superestructura), el aparato de “la Casa” –quizás poco útil, pero siempre con alguna respuesta– le cubrió las espaldas y ella se ganó un lugar por actividad propia. Alcanzó la mayor consideración en el barrio de Cambiemos cuando Barack Obama, en público, la trató de “Susana”, casi un hallazgo de cercanía para un gobierno de escasos vínculos y a pesar de que los norteamericanos suelen reconocer por el nombre de pila a quien ni siquiera le estrecharon la mano. Igual, ése no sería el caso.
3. Su obligada partida, en consecuencia, formula un interrogante: ¿se produce un solo cambio a los 15 minutos de iniciado el partido, o el DT revisa toda la formación para mejorar la producción del equipo?
Efectos. Primera consistencia: el Presidente no ha sido hombre de propiciar cambios en sus ejercicios precedentes –basta observar el fenómeno Jorge Lemus, ministro de Educación en su momento separado en la Municipalidad porteña por disidencias internas y ahora recuperado por la Nación. Aun así, ya se menciona a quien aspira a ese lugar, Fulvio Pompeo, una suerte de álter ego de la ministra, con quien hoy no registra las mejores migas, que reporta y acompaña a Marcos Peña como jefe dilecto, a quien lo unen amistad y parentesco por el ámbito de una universidad bonaerense hoy afectada judicialmente en su conducción por la generosidad en los contratos tercerizados. No se cree que le alcancen sus habilidades políticas a Pompeo, algunas abrevadas en el peronismo porteño y en las inmediaciones protocolares de la intendencia. Se mencionan otros aspirantes menos conocidos, como el radical jefe de Gabinete de Malcorra, Ramón Villagra, sin el puntaje ideal.
Otro que despierta interés por esa presunta herencia diplomática es el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, con razonable perfil para la tarea y con obvias desavenencias en el equipo de gobierno, integrante del cerrado entourage presidencial con Peña, Rogelio Frigerio y los ascendentes Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, que se reúne invariablemente todos los días con Macri, de mañana o tarde, en Olivos o en la Casa Rosada. Y a la que asiste, cuando está en la Capital, el ministro sin cartera Ernesto Sanz, el referente radical 4x3 (cuatro días de vida familiar en Mendoza y tres de actividad política en Buenos Aires y adyacencias), que acerca partidarios a la función (la UCR colocó unos 250 funcionarios) y ha sido determinante para acciones políticas como las investigaciones en Jujuy que afectaron a Milagro Sala. No sería traumático el salto de Prat-Gay a Relaciones Exteriores: su lugar bien podría cubrirlo un apto para diversas tareas, con pretensiones más ocultas, Frigerio, mientras que al Ministerio del Interior se le buscaría un idóneo con experiencia política y cierta destreza, ya que elementos de esa profesión no abundan en el Gobierno.
Justamente ese vacío de versación política, de la cual el minimundo Macri hace gala en defensa propia, constituye uno de los dilemas del Gobierno. Hoy se advierten dos líneas divergentes para enfrentar al peronismo y todas sus formas el año próximo, en los comicios de la provincia de Buenos Aires. Unos prefieren el entendimiento o cooptación de gobernadores de esa fracción, acuerdo mutuo de gobernabilidad amplio y de largo plazo, aislando en ese contrato virtual a Cristina y a Massa. Otros, en cambio, alimentan la escisión continuada del adversario, una multitud de Vietnams según la jerga guevarista (Massa, Cristina, Urtubey, Randazzo, el binomio Gioja-Scioli, u otros advenedizos de liderazgo) como fórmula de disolución. Discuten sobre estas alternativas cuando Macri ofrece reservas sobre sus propios candidatos, sea Elisa Carrió, Esteban Bullrich, su primo Jorge u otra aparición imprevista.
Si bien el Presidente parece dominado por la cuestión económica, sobre todo la indocilidad de la inflación, sufre la interna bonaerense de 2017, la pugna con el peronismo: los gobernadores no son de fiar, le dan vuelta la opinión del Congreso de un día para otro y, como ejemplo de rebeldía, hasta se le apersonaron esta semana a Ricardo Lorenzetti para pedirle cautelares que los beneficien con la extensión del fallo Sancor (el que redituó fondos impensados a Córdoba, Santa Fe y San Luis). No tuvieron fortuna con el titular de la Corte, aguardan otra respuesta compensatoria del Gobierno si éste no se demora o si se inclina por robustecer a jefes individuales como Massa, en quien tampoco confían, pero que los saca del atasco transitorio, como en la última sesión de Diputados con la ley antidespidos. Demasiada fragilidad política.