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Diez años de gobierno

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Se cumplen diez años de gobierno kirchnerista y se estilan los balances. “Década ganada”, “década perdida”, “década atropellada”, son eslóganes en pugna. La realidad no es tan simple como para agotarse en una frasecita, y menos cuando se trata de evaluar una gestión de más de 3.600 días de duración. Pasaron muchas cosas y, necesariamente, hubo aciertos y errores.

En primer lugar, lo obvio: fue una década. Es el período de estabilidad política más prolongado desde 1930. Esto es algo bueno. La ingobernabilidad fue la maldición política de los últimos 85 años de historia argentina. Desde “la hora de la espada” del general Uriburu –cuyo nombre, incomprensiblemente, aún homenajeamos a través del puente que une la Capital con Lanús–, todos los gobiernos constitucionales fueron derribados, salvo el de Carlos Menem, y ni siquiera las dictaduras militares fueron estables. Tanto Menem como los Kirchner jugaron duro y fortalecieron la Presidencia, lo que les valió la acusación de hiperpresidencialismo y disciplinamiento del federalismo. Y esto no puede separarse de la historia: fue parte de la fórmula que encontraron para mantenerse en el poder.
Fue un período de crecimiento económico. Con un contexto internacional favorable, se empujó la actividad con políticas de demanda. Y aunque hay controversia con las cifras y una deuda pendiente, es innegable que hubo una mejora social. La defensa del salario y el empleo, la ampliación de las jubilaciones, la implementación a gran escala de políticas sociales de transferencia de ingresos y el crecimiento del gasto público social en relación con el PBI marcaron la década K. Se aumentó el presupuesto educativo y hubo compromiso con la distribución del ingreso. En derechos humanos, además de apoyar la nulidad de las leyes de perdón y los reclamos de las víctimas del terrorismo de Estado, impulsó el matrimonio igualitario y combatió la represión institucional.

El sector público es más grande de lo que era, ya que se nacionalizaron empresas como Aguas, Aerolíneas, YPF y las AFJP. La expropiación de Repsol generó gran expectativa y, también, nuevas incertidumbres. Pero una estrategia audaz de renegociación de la deuda –para muchos, lo mejor del kirchnerismo, junto con la modernización de la AFIP y la Anses– alivianó las espaldas de un Estado quebrado.
Hubo, también, un cambio en lo internacional. Se dejó atrás el alineamiento con Washington y adoptamos una fuerte alianza con Brasil y la región. Al Gobierno nacional no le tembló el pulso con las medidas proteccionistas. Es malvinero y buscó reubicar en el mapa al Atlántico Sur con proyección antártica. Con luces y sombras, la administración se impregnó de un espíritu de defensa del interés nacional.
Fue una década de intensa acción política. Pero el problema con los gobiernos de larga duración es que asumen compromisos que luego no pueden cambiar. Aun los más realistas, como el kirchnerismo, se convierten en idealistas. Fue así como el Gobierno quedó empantanado en su guerra contra el Grupo Clarín –que probablemente nunca podrá ganar– y en el paradigma del desendeudamiento, que hoy nos está generando serias dificultades para financiarnos y derivó en una batalla contra el dólar que no luce nada fácil.
Muchas cosas quedaron pendientes. Falta un plan general de seguridad, una política anticorrupción, más inversión energética y una estrategia nacional de transporte público. Se han sobrerregulado e intervenido actividades económicas, como la agropecuaria y la petrolera, y se ha hecho muy poco en otras como la minería o la pesca.
Tal vez el aspecto más flojo es que no se desplegó el desarrollismo anunciado en 2003. El kirchnerismo propuso primacía política, consumo, derechos, región, pero no explica cómo hará la Argentina para generar riqueza y convertirse en un país desarrollado. Falta diseño estratégico para generar más infraestructura, promover industrias clave, inversión, empresariado nacional, polos de desarrollo, lo que se necesita para vivir el país deseado. Tal vez ese plan requiere de varias décadas, y un acuerdo de la dirigencia. Mientras tanto, lo que muestra este modesto balance es que durante diez años la Argentina tuvo un gobierno. Y eso, para nosotros, es muchísimo.

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*Director de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano.