Eva Duarte de Perón, que es una figura sumamente apreciada en el justicialismo, vivía en una mansión. ¿Qué problemas iba a hacerse, entonces, Beatriz Rojkés de Alperovich, adepta al justicialismo, por tener una mansión, o por disponer de diez? La fantasía popular es en este asunto doble, o tiene por lo menos dos caras: una es la de la plebeya que llega a princesa, que sale de su casucha (o de los toldos) y llega hasta un palacio, fantasía neta de ascenso social y revancha; la otra es la de la princesa que sale del palacio y acude a mezclarse con la plebe, a mostrarse cerca de ella y ofrecerle su sonrisa, fantasía neta de redención social y presencia mágica.
Tal vez lo de las diez mansiones debamos interpretarlo como un exabrupto numérico de Rojkés; o tal vez no, tal vez sea literal, tal vez la señora por gusto colecciona mansiones. El énfasis de la frase, en cualquier caso, no estuvo puesto ahí, sino en el remate de “y vengo acá”: que pudiendo estar en una mansión (porque aun quien tiene diez mansiones puede estar cada vez solamente en una), seca y cómoda y panza arriba, bajó a la mugre a ver qué pasaba, se enchastró con el barro y con los pobres, cumplió con sus deberes de asistencialismo protocolar. Esa fue la idea, y ésa fue la intención.
Existe una concepción de la dignidad social y personal que consiste en colocarse a distancia tanto del oprobio de la miseria degradante como de la obscenidad de los lujos afelpados. Pero a un político como el Pepe Mujica aquí se lo ve con simpatía tan sólo porque no es argentino, porque luce como rareza uruguaya. Entre nosotros, para el caso, hay candidatos que viven en la riqueza, porque son empresarios o hijos de empresarios, inversionistas sin riesgo o abogados exitosos, y hay candidatos que viven como trabajadores porque son trabajadores. Y las preferencias mayoritarias de la población saltan a la vista en todas las encuestas.