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decir vs. hacer

Disonancia cognitiva

El Presidente la atribuye a la educación pública, pero él es el primero que la exhibe en sus actos de gobierno.

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Ornato, Manuel Adorni. | Pablo Temes

“Pero después uno intenta modernizar las leyes laborales y se ponen como locos… La disonancia cognitiva que generó el lavado del cerebro en la educación pública es tremendo”, dijo Javier Milei a través de sus redes sociales. La intención era clara: la desacreditación de la educación pública en medio de los reclamos presupuestarios, que vienen haciendo las universidades nacionales.

 La disonancia cognitiva es la incomodidad o desasosiego que padece una persona cuando sus convicciones o conductas entran en contradicción con sus actos. El término fue acuñado por el psicólogo social estadounidense Leo Festinger (quien vivió entre 1919 y 1989) y, en 1957 publicó su libro referencial “A Theory of Cognitive Disonance”(Teoría de la Disonancia Cognitiva). Uno de los casos que siempre se mencionan para ejemplificar la definición, es el de la persona que, sabiendo de lo comprobadamente nocivo que es el hábito de fumar para su salud, decide continuar haciéndolo con el argumento de que no es así. Otro ejemplo clásico es el del integrante de un matrimonio que, habiéndose comprometido a serle fiel a su cónyuge, finalmente lo engaña y trata de justificarse arguyendo que la culpa de su claudicación es del otro u otra.

De la definición de la afección y de los ejemplos recién citados, emerge claramente que la condición sine qua non para su existencia es la mentira, cuyas principales consecuencias son el autoengaño y la contradicción. Vayamos pues a los casos concretos.

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¿Hay funcionarios del actual gobierno que hayan estudiado en universidades públicas? La respuesta es “sí”. De una primera y rápida mirada surgen los siguientes: Federico Sturzenegger, cerebro del proyecto de ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” es graduado de la Universidad de Buenos Aires. Lo mismo acontece con el ministro de Economía, Luis Caputo. La canciller Diana Mondino es graduada de la Universidad Nacional de Córdoba y el ministro de Defensa, Luis Petri, es graduado de la Universidad Nacional de Cuyo. Y la lista sigue…. ¿Diría el Presidente que todas estas personas han sufrido un lavado de cerebro por haber estudiado en universidades públicas?

Vanidad e impericia

Avancemos por este camino de ver las decisiones del Gobierno que representan un caso de disonancia cognitiva, o sea, decir una cosa y hacer otra.

Nos tropezamos ahí con el de las prepagas. Claramente, los aumentos exorbitantes que han impuesto en las cuotas a sus afiliados generan una enorme angustia en la totalidad de los usuarios, muchos de los cuales han debido darse de baja o adoptar planes inferiores a los que durante años sostuvieron. Ante esta situación –sumada a la convicción que tiene Milei de que el renunciado presidente de la Unión Argentina de Salud, Claudio Belocopitt, jugó decididamente a favor de Sergio Massa –en la elección presidencial del año pasado–, actitud que tuvo la mayoría del empresariado argentino, el Gobierno –o sea, el Estado–, decidió intervenir para acabar con lo que entiende es una situación de cartelización. Este accionar hace a las atribuciones del Estado al que, en sus declaraciones y pensamientos, el Presidente demoniza permanentemente.

Lo mismo aplica para el concepto de casta –pilar de la construcción de poder de Milei– para el cual, hay que reconocerlo, lo ha ayudado mucho el bochornoso espectáculo que dio la Cámara de Senadores el jueves pasado con el escandaloso aumento de dietas, gastos de representación y por desarraigo que se autootorgaron con un accionar furtivo, propio de bribones. Sin embargo, el hecho salpicó también a los senadores de la Libertad Avanza que, desde el punto de vista del reglamento de funcionamiento de la Cámara, terminaron avalando tal aumento. Para explicarlo con claridad: cuando un proyecto se vota a mano alzada, la forma de oponerse es pedir la palabra y expresar la oposición. Eso no ocurrió. Tampoco hubo una crítica por parte de la vicepresidenta, Victoria Villarruel –a quien no le gusta que se le diga vicepresidenta, sino vicepresidente– quien sólo se limitó a decir que todo lo ocurrido era perfectamente legal aun cuando le era ajeno. Lo que no dijo fue si le parecía correcto o no. El que calla, otorga.

La disfuncionalidad cognitiva es la manifestación de una conducta patológica, que se manifiesta en las personas de todas las clases sociales en todas partes del mundo. No es patrimonio exclusivo de los argentinos. El mismo Milei es un exponente de ello. La tildó a Patricia Bullrich de ser una montonera que ponía bombas en las escuelas, de lo que después debió disculparse, Lo mismo ocurrió con el papa Francisco, a quien llamó el representante del “Maligno” en la Tierra. Despotricó también contra el presidente de China, Xi Jinping, para luego asignarle a la canciller Mondino la tarea de disculparse, situación que se repitió en estos días con el presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” da Silva.

La llamó montonera que ponía bombas en los jardines de infantes a Bullrich, y después la nombró ministra

Y dos ejemplos finales para marcar estas contradicciones del Presidente. Hablando el viernes ante lo más conspicuo del empresariado vernáculo reunido en el Foro del Llao Llao dijo que los que habían fugado dólares eran “héroes” porque habían escapado de las “garras del Estado”.

Fue ésta una apología de la ilegalidad, porque en ese universo no sólo hubo pequeños ahorristas tratando de salvar sus pocos ahorros sino, principalmente, grandes evasores que se aprovecharon del uso de instrumentos financieros que están al alcance de unos pocos para incumplir la ley.  Si nos atenemos a la definición de liberalismo dada por Milei –“El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”– esa conducta nada tuvo de “heroica”, porque quien evade impuestos perjudica al resto de la sociedad, es decir, el prójimo.

 Tampoco encaja en la definición de liberalismo dada por Milei su agresividad permanente, contra quienes no piensan como él. Los economistas que no piensan como él, son todos burros o delincuentes. Los periodistas que lo critican –esta semana les tocó a Jorge Lanata y María Laura Santillán, para quienes va la solidaridad de esta columna– son todos “ensobrados”. He ahí otro ejemplo de la disonancia cognitiva del Presidente. Y van…