COLUMNISTAS
insultos

Divinas palabras

Había decidido escribir un sesudo, reflexivo, fundamentado y serio análisis sobre la relación entre los modos de habla de nuestro Presidente y el humor general, bajo la idea de que existe una relación intrínseca y causal entre el modo crecientemente maleducado y violento con que las personas se comportan ante el menor conflicto, y el modo con que nuestro presidente califica a sus adversarios, aliados y examigos, una poética política de odio al otro en tanto otro y por no allanarse al sometimiento y la sumisión.

En ese sentido, es visible la contrafigura de ese gesto cuando lo vemos derretirse de afecto frente a sus aduladores en esos estrimings o payadas de chupamedismo que duran más que las peroratas ya perdidas de rivales ontológicos como Castro o Chávez o, sin ir más lejos, que las educativas cadenas nacionales de la encarcelada de San José.

Mi sospecha inicial era que el modo soez, plebeyo, vulgar y escatológico con que Milei prefiere expresarse, había permitido o autorizado, más aun, liberado el uso de la lengua con la que se expresan las pasiones oscuras y las bajezas personales, Pero después pensé que –el huevo o la gallina– tal vez podría intentar la demostración inversa: que Milei había captado el sustrato de un lenguaje de masas oprimidas y angustiadas que pugnaba por emerger y que él empleó deliberadamente y a efectos de producir una identificación inmediata con los votantes y así arrrinconar a los kirchneristas en el rincón de lo bienpensante, de los valores propios de la clase media ilustrada.

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Pero luego me dije que quizá era mejor que me alejara de toda clase de reflexiones de tinte sociológico, que más útil sería internarme en un análisis de la economía libidinal del discurso presidencial, muy al estilo del psicoperiodismo interpretativo y bajo esta hipótesis: que el insulto de Milei es una constante de equilibrio y descarga, un quantum de energía descargada cuya moderación o represión podría provocar explosiones como las que lo volvieron famoso en sus períodos de panelista o actor que concluía enchalecado, y luego me dije: no, mejor no meterme en semejantes honduras tan a trasmano de mi conocimiento.

Y me quedé sin tema para mi columna.