La Argentina actual es una moneda cuyas caras muestran dos países distintos. Las encuestas de opinión las cuantifican dramáticamente, pero todo el mundo las identifica a diario sin necesidad de que las encuestas se lo cuenten. De un lado están las expectativas, la imagen del Presidente, el clima que se respira en ámbitos internacionales, los miembros del Gobierno aferrados a esa cara favorable. Del otro lado, las realidades que sufren a diario millones de personas en su vida cotidiana. En el canto de la moneda, la política de partidos y los principales jugadores que se mueven dentro de ella haciendo equilibrios y desempeñándose con un libreto que el grueso de la sociedad no acompaña ni sigue con interés.
Varias encuestas de opinión conocidas durante las últimas semanas coinciden en ese cuadro. Poliarquía, Ipsos/Universidad de San Andrés (ISPI), Quiddity, Grupo de Opinión Pública, todas muestran una tasa de imagen positiva del presidente Macri en el entorno del 50% o más, y una tasa de satisfacción con la situación actual en el entorno del 20% o menos. Eso es lo que está pasando: la sociedad no abandona a su gobierno, pero se manifiesta insatisfecha con su situación. El Gobierno remacha la exhibición del lado de la moneda que es la favorable; parte de la oposición –sobre todo el kirchnerismo– insiste en el lado negativo y una amplia parte del espectro político cabalga, haciendo equilibrios, sobre el filo de la moneda.
El lado bueno de la moneda se sostiene sobre la base de expectativas. Expectativas de cambios que han llevado a una amplia parte del electorado a votar como lo hizo el año pasado y que trasuntan una sociedad que acepta un estilo de liderazgo y un clima político distintos a los de la última década. Esas expectativas, proyectadas hacia afuera de la Argentina, son ampliamente dominantes. Toda vez que el presidente Macri se expone en ámbitos internacionales recibe notorias expresiones de apoyo y de buena voluntad. Es fácil extrapolar esas señales favorables para reforzar el optimismo acerca de las soluciones a los complejos problemas que aquejan a la sociedad. Desde su primera incursión al mundo en Davos, a comienzos de año, hasta el Foro de Inversiones y Negocios de esta semana en Buenos Aires, el Presidente y su gobierno recogieron calurosas expresiones de aprobación; al beneplácito de los dirigentes empresariales reunidos en esos ámbitos se suman, casi invariablemente, expresiones similares de gobernantes y dirigentes, y de medios de prensa, de todo el mundo. Desde la política, algunos dirigentes opositores enfatizan que hay gente que ve a éste como el gobierno “de los ricos”, pero esa imagen no hace demasiada mella en la confianza que el Presidente recibe de la sociedad.
La cara de la moneda favorable al Gobierno se sostiene no solamente porque gente poderosa e influyente lo respalda, sino también porque muchísima gente espera que al Gobierno le vaya bien. El clima institucional que el Gobierno ha logrado instalar, impregnado de pluralismo, libertades públicas, tolerancia al disenso y flexibilidad en las decisiones, a la sociedad argentina le cae bien. Es un elemento central en el balance contable de lo que este gobierno ha conseguido en sus primeros nueves meses de gestión.
Ceca. La cara negativa de la moneda deriva de la falta de resultados. Es cierto que en el plano de la economía hay buenos pronósticos de los expertos y también algunas tenues señales positivas. Pero eso no alcanza para disipar el clima de insatisfacción. Magnificarlo es ingenuo; abre frentes de debates que ocupan el espacio mediático y no modifica las realidades que la mujer y el hombre de la calle viven cada día. Si los buenos pronósticos macroeconómicos resbalan ante la percepción del argentino común, el panorama es aun más desalentador en planos como el de la delincuencia, el desempeño de las fuerzas de seguridad y la prevención del delito. Resolver los problemas toma tiempo; una interpretación optimista de las tendencias en la opinión pública podría concluir que la mayoría de la gente lo sabe y todavía renueva el crédito de confianza. Pero inevitablemente llega un día en que ese crédito se agota. Es lo que algunos trataron de transmitir a los dirigentes empresariales en el Centro Kirchner: muchachos, gracias por sus elogios y por las palmadas congratulatorias en el hombro, pero no se equivoquen, de ustedes se esperan inversiones, no sólo gestos simpáticos. Y, sin duda, hay algunas buenas señales de potenciales inversores; pero todavía no hay hechos.
La conclusión es obvia: el desafío es que la moneda caiga del lado de la cara buena. Si cae del lado malo, estaremos en el horno. Y si cae de canto podemos arriesgar un mal pronóstico, por lo menos a los ojos de gran parte de la sociedad que no confía en sus políticos y en sus organizaciones.
Que la moneda caiga del lado de su cara buena depende de las decisiones del Gobierno. A esta altura hay menos dudas que hace unos meses acerca del estilo con el que el Gobierno encara el desafío. Estos días los responsables de la política económica expusieron sus diferencias transparentemente –casi literalmente ante la mirada del Presidente–. Y, mientras tanto, a lo largo y lo ancho del territorio se suceden eventos problemáticos que requieren decisiones complejas: derrame tóxico en San Juan, horizonte crítico de la minería en Catamarca, represas controvertidas en Santa Cruz, protestas de los productores de fruta de la Patagonia, secuestros y asaltos por doquier, reiterados episodios de justicia por mano propia ante la inoperancia de la Policía y la Justicia. Son todas cosas propias de la vida en cualquier parte del mundo, pero que en la Argentina suman en la tabla de problemas que los gobernantes deben atender y que la sociedad les reclama impacientemente. Hay que resolver cosas como ésas para que la moneda caiga del lado de la cara buena.