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AFROdescendientes

Dos millones de argentinos reivindican sus raíces negras

El misterio de la “desaparición” de los negros argentinos, que en 1806 eran el 30 por ciento de la población de Buenos Aires. Un proyecto de país que los volvió invisibles, a pesar de que su legado está entre nosotros. Según los especialistas, al menos cuatro por ciento de compatriotas son afrodescendientes. El próximo censo buscará medir con exactitud el fenómeno.

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Había una vez una ciudad en la que el 30 por ciento de sus habitantes eran negros. Corría el año 1810. Y había otra vez, pero 80 años después, una ciudad, la misma, donde los negros eran apenas el 1,8 por ciento. Esa ciudad se llama Buenos Aires. Y el enigma aquí planteado bien puede extenderse a toda la Argentina: ¿qué pasó con los negros argentinos? ¿Pudo desaparecer un segmento tan grande de la población de un país, y de una ciudad, sin que nadie se dé cuenta? ¿Se trata de un genocidio inadvertido? ¿Fue durante la Guerra del Paraguay, que los tuvo como carne de cañón? ¿La fiebre amarilla, que se ensañó con ellos y con el barrio donde vivían, San Telmo? PERFIL se propuso consultar a los especialistas para aclarar estos interrogantes, y se topó con una respuesta por lo menos sorprendente: ¿y si hay millones de argentinos que descienden de los negros?

La sangre y la piel. Liliana Crespi, licenciada en Historia y magíster en Ciencias Sociales, que investiga la cuestión, considera que en muchos argentinos los rasgos típicos africanos persistieron a pesar del color, pero fueron manifiestamente negados. “Cualquiera explica su ascendencia española, italiana, rusa, china o japonesa, pero raramente alguien expresa tener un ascendiente negro. La no aceptación a la pertenencia africana creó un imaginario de desaparición”, dice la investigadora. Es decir, hay sangre africana y rasgos africanos en muchos argentinos, aunque su piel no lo refleje.
Durante la colonia, el comercio de esclavos era un negocio rentable para las compañías portuguesas, británicas y francesas. Los pobladores negros de Africa, sobre todo de Angola y Mozambique, eran los que llegaban a Buenos Aires. Llegaban directamente de sus países al puerto del Río de la Plata o venían a través de Río de Janeiro y Montevideo. Aquí eran vendidos en los mercados, el mayor de los cuales quedaba en lo que hoy es la plaza San Martín.En el interior del país se asentaron sobre todo en Córdoba y en lo que era la ruta del Alto Perú, actual Bolivia.
Cerrado el tráfico negrero en 1812, la población afrodescendiente siguió creciendo con nuevas uniones interraciales, pero fue desdibujando sus rasgos y el color de su piel. En 1807, el 29,7 por ciento de los habitantes de Buenos Aires eran negros o afrodescendientes, un término que por entonces no se utilizaba. En 1838, el porcentaje era más o menos similar, un 26,1 por ciento, pero apenas 50 años después, en 1887, los negros eran sólo el 1,8 por ciento de los porteños. Apenas 8.005 de los 425.370 habitantes que tenía la Ciudad.
Crespi sostiene que una de las principales causas para esa disminución es que la mayoría de los esclavos eran varones. “No porque se los prefiriera, sino porque los esclavos embarcados en Africa eran principalmente prisioneros de guerras entre etnias, muchas veces alentadas por tratantes portugueses, ingleses y holandeses”. La mujer en Africa era valorizada por su función maternal y laboral, no era vendida en igual medida que el hombre. Esta mayoría masculina produjo un mestizaje con blancos y/o indios. La diferencia que había entre varones y mujeres se acentuaron con la participación de los hombres en las guerras de la Independencia y en las luchas civiles entre 1820 y 1850. También en la Guerra del Paraguay en 1869. Como consecuencia de esto, la población masculina africana disminuyó. Carlos Reynoso, profesor de Antropología de la UBA, recuerda que, además, a lo que hoy es nuestro país fueron traídos muchos menos esclavos que a otras regiones de cultivo tropical. A su juicio, en la disminución “lindante con la virtual extinción” de la población negra tuvieron mucho que ver las políticas de reclutamiento para las campañas a Chile y el Alto Perú de José de San Martín, y la “mal llamada” Conquista del Desierto.

Darwinismo social. Con la inmigración europea de fines del siglo XIX y principios del XX, y la propuesta de un nuevo proyecto de país y sociedad impulsado por el Estado a partir de la llamada Generación del 80, se terminó por diluir “visualmente” a la raza negra. También las nuevas uniones llevaron a un “blanqueamiento progresivo”. “Este proceso también pasó en Europa y en otras partes del mundo. Se llama darwinismo social. Se basa en la concepción de que la sociedad se divide en jerarquías donde el lugar más alto en la escala es para el hombre blanco y el más bajo, para el hombre negro”, explica Marisa Pineau, docente e investigadora de la Universidad de Quilmes y de Buenos Aires.
Otra causa que provocó la disminución de la población negra fueron las malas condiciones de salubridad dadas durante las epidemias de fiebre amarilla en 1852, 1858 y 1870-71. “Se dice que en esta última, que diezmó a más del 8% de los porteños, el ejército evitó que los negros del sur de la Ciudad fueran evacuados a la zona norte, como sí se les permitió a la población blanca, desapareciendo virtualmente desde entonces”, cuenta Reynoso.
Para Norberto Pablo Cirio, un antropólogo que ha investigado la cuestión de los afrodescendientes, “nunca hubo desaparición”, sino que la hegemonía blanca firmó hacia mediados del siglo XIX un apresurado e imprudente certificado de defunción biológica y cultural de la población negra en Argentina. “En esa búsqueda de una identidad nacional, blanca, civilizada y con los ojos puestos en una cultura europea, la población no blanca, aborígenes y negros, se mimetizaron como no presentes”. Cirio considera que al menos el 4 por ciento de la población argentina, unos 2 millones de personas, desciende directamente de aquellos negros que representaban el 30 por ciento de Buenos Aires en 1807. “Incluso hay apellidos como Garay o Thompson, que en realidad vienen de esclavos que los recibieron a su vez por imposición de sus amos, Juan de Garay o Margarita Sánchez de Thompson”.

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Denominacion. Otra cuestión a considerar en el siglo XXI es cómo uno se dirige a la gente negra y cómo ellos quieren ser llamados. Las interpretaciones son varias. Para Pineau, “la mejor identificación es la autoidentificación, como cada uno decide llamarse”. No siempre hablar de negro es despectivo. Algunos grupos quieren llamarse negros y sienten orgullos de serlo. Mientras que otros, por ejemplo, los afrodescendientes, prefieren denominarse de esta manera, por ser una categoría más general y no pone en discusión si se es más claro u oscuro. Es el caso de María Gabriela Pérez, quien considera que “negro puede dar lugar a distintas interpretaciones. En este ejercicio de la no discriminación es bueno que nos llamemos cada uno por su nombre. Tampoco me gusta que me llamen afrodescendiente, yo tengo un nombre. El hecho de ser argentina me permitió defenderme de manera diferente frente a la discriminación. A pesar de ello, por mi negritud, siempre tuve que dar explicaciones de que pertenezco, nací y me crié en este país”, explica.
Según Crespi, la intencionalidad está en cada persona, no en la palabra. Le parece incorrecto evitar el término negro por considerarlo peyorativo o discriminatorio. “Como historiadora de los siglos XVII al XIX, me ajusto a lo que las fuentes documentales indican. Allí no aparece la palabra afrodescendiente o afroargentino. Ni siquiera africano”. El siglo XX trajo otra connotación social a la palabra. El “cabecita negra” o el “negro” intenta diferenciar a aquellos que buscan incorporarse al ámbito económico y político, tradicionalmente reservado al blanco. En este caso, la palabra negro excede la identificación racial para convertirse en un instrumento ofensivo. “No creo que deba descartarse describir o referirse a una persona como negro, del mismo modo que se define a otras como blancas, asiáticas, pelirrojas o morochas”, dice.
Por su parte, Cirio cree que después de siglos de convivencia con blancos y aborígenes, no es pertinente hablar de negros. “Es un concepto de color, que con la mezcla de las personas puede cambiar”, expresa.
La actual población afrodescendiente argentina festeja la incorporación de la pregunta ¿Usted se considera afrodescendiente? al censo de 2010. Este hecho ya tuvo su prueba piloto en 2005 en localidades de Santa Fe, y en San Telmo y La Matanza, donde 2 millones de personas se reconocieron como afrodescendientes, dice Elida Obella, presidenta de la Organización afro AME. Como explica Cirio, esta aceptación significa un conocimiento del pasado de la persona.
Para Crespi “es un buen momento para recuperar lo que nos permita construir o reconstruir nuestra identidad como sociedad. Nuestra nación no fue obra de unos pocos integrantes de un grupo selecto, sino que es el fruto del trabajo de muchos”.