Ya sabemos con qué clase de tretas intenta recuperar terreno el machismo. Insiste con la pretensión de que a las mujeres las percibamos siempre frágiles, débiles, inermes, pasivas; siempre un poco a merced de los varones, precisadas de asistencia. La lectura de las novelas de Mariana Skiadaressis (La felicidad es un lugar común) y Paula Puebla (Una vida en presente) se resuelve, por el contrario, en este sentido, como una notable afirmación de género.
En ellas las mujeres seducen activamente, tomando la iniciativa; si hace falta, insisten y hasta persiguen; dominan a menudo las situaciones, seguras de que pueden hacerlo; se hacen fuertes en el terreno sexual, en vez de pisarlo con el tembloroso amedrentamiento de quien ronda un amenazante campo minado. No declaman su poder, no les hace falta; se limitan a ejercerlo, porque es poder de veras.
Ni Skiadaressis ni Paula Puebla idealizan a sus narradoras: se permiten mostrarlas incluso crueles, implacables hasta la discriminación con los hombres viejos o endebles
Ni Skiadaressis ni Paula Puebla idealizan a sus narradoras: se permiten mostrarlas incluso crueles, implacables hasta la discriminación con los hombres viejos o endebles; capaces de humillación cuando quieren deshacerse de alguien. Otras veces, en cambio, sufren. Pues no caen en estereotipos, no son siempre de una misma forma: a veces sufren. Sufren cuando se enamoran y ese amor no es recíproco. Es así con los amores no correspondidos: duelen mientras duran. Pretender ponerse a salvo, por afuera o por encima, blindándose al padecimiento sentimental, es muy propio del machismo. Nada que ver, por lo tanto, con estas dos formidables novelas.