“¿Viste la nueva versión del Matadero?”, me chatea mi amiga exiliada en París, una París otoñal casi tan fría como este octubre helado en Buenos Aires; para no perder el tiempo, decidimos homenajear a Beatriz Sarlo analizando el “Bailando por un sueño”. O lo único que capta nuestro interés de ese show: el personaje televisivo de Esmeralda Mitre y el ritual de fango y carne donde se desbroza la clase alta argentina.
Debo decir, primero, que disentimos totalmente con madame Sarlo. La Argentina de Presidente Mau nos parece terriblemente semiótica, llena de signos que pasan inadvertidos a los intelectuales en sus torres de marfil venidos de carnear paquidermos peronistas. Este mes, en la apertura de los Juegos Olímpicos, una muchacha caminó por el filo del falo del Obelisco con una bandera argentina, y la ancló triunfal en la Tierra. En un teatro de vedettes, donde se celebraba un encuentro cupular, Marcos Peña sonrió a los paparazzi junto a un cartel que rezaba “Derechas” para lanzar su nueva agenda cultural.
Esme es como la oveja negra que defiende el régimen del que se escapó
Que los flashes no se aparten de Esmeralda. Como ella dice, ha llegado el momento de la verdad. En el “Bailando”, un exponente del peronismo aspiracional (Tinelli) nos entrega a la hija de la aristocracia, que enarbola una historia personal donde ella es una víctima del kirchnerismo. Tinelli finge complicidad: se permite ese doble lugar donde su condescendencia no la irrita. Después de todo es el jefe, y es tratado como tal (“sos el dueño y lo sabés bien”, le dice ella con el rímel corrido). El puede, si quiere, mostrarle a todo el país cómo se ridiculiza a la clase alta argentina. Basta con dejarla hablar. Esme es como la oveja negra que defiende el régimen del que se escapó. Quiere hablar de su padre: como reprimenda, le señalan que está haciendo alarde de un poder. Pero ese alarde es una bufonería, porque solo demuestra que el único poder real es el de Tinelli, el que la goza. Al final, si le dan pista, es porque el pueblo aceptó su sacrificio. Pura democracia: la sangre oligarca se derrama en el matadero, y con ella la prosapia del genoma, vísceras y grasa, explotando en el acquadance.
El show de Esme no es el de Paris Hilton. Ella pone en escena con toda naturalidad la agresividad de su clase; así, repone la virtud y el control en la audiencia
La vergüenza ajena es catártica, reflexiona mi amiga. Todos se unen en el silencio incómodo que Mitre levanta como un campo magnético, el falso respeto “al que piensa distinto”, como bullies silenciosos. El show de Esme no es el de Paris Hilton. Ella pone en escena con toda naturalidad la agresividad de su clase; así, repone la virtud y el control en la audiencia. Esme reclama una posición de víctima, pero ella misma se envuelve en párrafos donde no reconoce víctimas; no sabemos bien qué piensa, solo que en su boca los holocaustos judío y argentino implican sacar la calculadora. Sin embargo, ser la víctima es la única aristocracia real e intocable en Argentina.