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recuerdos

Dos películas malas

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En pocos lugares se vive tan intensamente la lucha de clases como adentro de un avión. Los pudientes entran primero, tienen asientos inmensos y reclinables y buena comida. Detrás de ellos estamos los que viajamos amontonados. Y cuando uno está encerrado en el avión rezándole a la buena voluntad de las turbinas, lo único que le queda –si el viaje es largo– es ver películas que no hubieras visto nunca.

Hace poco, en las siete horas que me separaban de Medellín, vi dos: La forma del agua, de Guillermo del Toro, e Interestelar, de Christopher Nolan. La primera directamente me dio vergüenza ajena a pesar de que actúa un genio –Michael Shannon–, y la segunda es larguísima y tiene una premisa insoportable aunque no seas Nicolás del Caño: ¡al mundo lo salva un granjero yanqui! Pero esta película, a diferencia de La forma del agua, tiene ciertas reflexiones sobre la paternidad que me interesaron. No las comparto pero me interesaron.

Recuerdo que Roberto Bolaño, al morir muy joven –50 años–, le dijo a su hijo Lautaro: “Tal vez cuando nos volvamos a ver vos seas más grande que yo”. En Interestelar uno de los personajes que va a viajar al infinito y más allá dice: “Los padres estamos acá para ser recuerdo de nuestros hijos”.

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Yo pienso que no. Los hijos son una forma budista de estar en presente perpetuo. Los hijos solo están en presente, nos obligan a estar en presente, por más propagandas de cámaras y videos que nos hablen de grabarlos para la posteridad. Los hijos no graban ni filman a los padres: ellos tienen experiencia.