Tuve que ir al colegio de mi hijo para una charla con sus maestras. Era para contarme cómo se relaciona él con sus compañeros y cómo se socializa con las normas del jardín. Cuando yo era chico, me dejaron en el jardín del Martina Silva de Gurruchaga y Carlitos Buono me puso una jarra con leche en la cabeza no bien me senté. La cosa es que las maestras me contaron que les preocupaba que mi hijo no quisiera llamarse por el nombre que le pusimos sino Batman. Batman Casas. Así quiere que lo llamen.
Hace poco Andrés Fogwill, un amigo, en un cumpleaños le quiso sacar una foto y le pidió que sonriera, pero mi hijo le dijo: “Batman no se ríe”. Cuando Andrés me lo contó, me reí yo. Pero después me puse a pensar que es verdad: el Caballero de la Noche no se ríe. Y eso me llevó a pensar en ciertas tensiones en las vanguardias adornianas que parecen repetir el gesto de Batman: no se ríen. Juan José Saer –un genio de nuestras letras– no se ríe. En un libro hermoso sobre reportajes que le hicieron, y que editó Mansalva, uno lo escucha despotricar una y mil veces contra el boom y los autores que producen bestsellers.
Seguir tanto al gruñón de Adorno –sobre todo sus notas de literatura– casi hizo que los lectores lo dejaran de adorno. Da la impresión de que en la vanguardia hay que tener el gesto adusto, militarizar el ánimo y, sobre todo, no tener hijos. El escritor vanguardista no tiene hijos, tiene discípulos para que, cuando las ventas no lleguen, lo ayuden a mantenerse. A los hijos –durante buena parte de la vida– hay que alimentarlos y vestirlos. Aun cuando tu hijo sea un superhéroe.
Mañana termina ese artefacto genial que es el Congreso Gombrowicz. Gombro es el iniciador en nuestro país de una vanguardia que se ríe. Un movimiento que empieza con él y atraviesa la obra de Osvaldo Lamborghini, Ricardo Zelarayán, Hebe Uhart y culmina, por ahora, en César Aira. Este último ha creado involuntariamente un montón de escrituras que lo copian. Es decir, spam.