Tal como anticipé hace unas semanas en esta misma columna, el Senado de la Nación se apresta a tratar la ley que ya cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados y que elevará los impuestos de los productos electrónicos que no sean fabricados (o mejor dicho, ensamblados o embalados) en Tierra del Fuego, y que elevará los precios de esos productos (heladeras, acondicionadores de aire, microondas pero, escandalosamente, también computadoras personales y teléfonos celulares) en más de un treinta por ciento.
Una vez que el Senado apruebe el proyecto, la norma deberá volver a la Cámara de Diputados, donde el proyecto había sufrido algunas modificaciones (se excluyeron de la norma las notebooks y netbooks, lo que provocó la ira de un “empresario local”: “Favorecimos a nuestro propio enemigo”) y había sumado algunos “errores”. Una vez aprobada, el Poder Ejecutivo la promulgaría.
No hay forma de que el proteccionismo arancelario que la norma impulsa no sea comprendido como un obstáculo para el desarrollo tecnológico (es decir, económico; es decir, cultural; es decir, educativo) del país, aunque se insista en destacar su papel en la promoción industrial. La provincia austral contará también con una reducción del IVA y no se descartan otras reducciones impositivas en el futuro, como manera de “impulsar la industria” del Fin del Mundo. Sea. En otros confines planetarios, donde no se sostienen sentimientos fanáticos sobre amistades y enemistades, por el contrario, han encontrado herramientas un poco más creativas para potenciar la hostilidad de la naturaleza y convertirla en herramienta de futuro.
Islandia se prepara, en estos mismos días (dicen los diarios), para convertirse en la capital mundial de los servidores digitales del mundo, aprovechando el ahorro energético que su territorio gélido permitiría: en cualquier otro lugar, además de la energía necesaria para su funcionamiento, los servidores necesitan un 50% adicional para su refrigeración. Además, el ahorro energético permitiría reducir la producción de ese veneno, el anhídrido carbónico, que tanto preocupa a los ambientalistas y que las ciberindustrias ya producen en cantidades superiores a las aerolíneas.
Para garantizar el suceso de la empresa, Islandia ha tendido en los últimos años inmensos cables de fibra óptica que la conectan con el resto del mundo. Los datos tardan 17 milisegundos en llegar a Londres (aunque esa velocidad de vértigo parece todavía poca para algunos bancos, se espera que ya el año que viene se instalen en el nuevo parque ciberindustrial de Reikiavik los servidores de una importante cadena bancaria norteamericana).
Islandia se ubica como undécimo país en términos de PBI per cápita a nivel mundial (39 mil dólares por habitante) y primero en cuanto a desarrollo humano. Tierra del Fuego (con un tercio de la población islandesa y un quinto de su superficie) es la segunda provincia más rica de Argentina (con un PBI por habitante de casi 12 mil dólares).
El país boreal (que hasta ahora ha vivido básicamente de la pesca) aprovechará sus fuentes de energía renovables (sus volcanes) y su clima frío para hacer de la industria electrónica uno de los pilares de su economía hoy en crisis. La provincia austral, en cambio, sigue apostándolo todo a la protección arancelaria (pan para hoy y hambre para mañana). Yo soy muy friolento y no viviría ni loco en ninguno de esos polos, pero un poco de la imaginación islandesa para resolver sus problemas estructurales no nos vendría nada mal.