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Dubai World: el sol se puso

Tras la reprogramación de pagos de 60 mil millones de dólares de Dubai, el paraíso empezó a temblar. Lecciones de la precariedad que se construye sobre la arena.

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Dubai es uno de los siete Emiratos Arabes Unidos. Posee apenas 4.114 kilómetros cuadrados y su población asciende a 2,262 millones de habitantes. La Ciudad Estado de Dubai merece un capítulo autónomo en el libro de los récords de Guinnes por su parque temático (dobla en tamaño a Disneylandia), una torre Eiffel más alta que la original, otra de Pisa que duplica su inclinación, el shopping más grande del mundo (y siguen las atracciones). Dubai World (holding estatal) erigió el complejo edilicio en forma de palmera Palm Jumeirah, que puede ser visto desde el espacio. La divisa del holding, propia de Carlos V, dice: “El sol nunca se pone en Dubai World”. A fines del mes pasado, el mundo financiero se desayunó con una novedad: Dubai World pidió a sus acreedores una postergación de seis meses en los vencimientos de su deuda que los “informados” estimaron inicialmente en 60 mil millones de dólares.

Una enseñanza que deja Dubai World es la fragilidad de los proyectos ambiciosos construidos con plata prestada. El deleveraging (marcha atrás en el endeudamiento y en el apalancamiento) tiene una cara agradable y otra amenazante, pero no es fácil separar la paja del trigo ni la sonrisa del ceño. En la prudencia con el gasto anida también la semilla de la deflación. En cuanto a insumos o salarios pagados, salvo por la magnitud, el ritmo económico no distingue –al menos en el corto plazo– entre un camino, una escuela o un hospital y el Taj Mahal a escala magnificada. Pero una cierta perspectiva permite ver después, que la construcción sobre arena revela su precaria literalidad, particularmente en el último caso.

Bajo el título Rashomon en el desierto (Rashomon es una película de Akira Kurosawa, donde un crimen se narra desde testimonios que difieren, incluyendo el del perpetrador), Paul Krugman registra en su blog tres historias posibles sobre el alcance del episodio. En sí, no se ve relevante, pero ¿qué clase de presagio arroja sobre la fase que sigue en la crisis financiera? La primera visión pareciera sugerir el comienzo de un reguero de defaults soberanos. Encuentra esta sospecha en el entorno del economista Nouriel Roubini, quien –cabe recordar– resultó un augur oportuno de la crisis global. Una segunda mirada revela la explosión de una burbuja inmobiliaria sin nada en particular, salvo que la propiedad termina recayendo aquí en un Estado. El emirato es un inversor inmobiliario largamente apalancado que tiene problemas comparables a otros en la misma situación. En tercer término, puede verse a Dubai como algo sui generis. Y realmente, no hay nada que se parezca a Dubai –apunta Krugman– antes de inclinarse por un blend entre la segunda y la tercera perspectiva.

En el Global EconoMonitor de Roubini, una nota de Rachel Ziemba asume que una reestructuración de la deuda que cayese en default implicaría una pérdida parcial para los acreedores en ciertos activos y, finalmente, queda claro en esta saga que los inversores no cuentan con el supuesto (para ellos) apoyo gubernamental implícito. Porque en el pedido de nuevos plazos continúa Ziemba, sucede a pesar de que el emirato venía desde hacía meses narcotizando a los acreedores y también emitiendo más de quince mil millones de dólares en deuda soberana. Las calificaciones de riesgo sobrevinientes reflejan naturalmente la nueva realidad y (me parece) han de complicar bastante las refinanciaciones que a su tiempo se requieran.

El ex economista jefe del FMI, Simon Johnson, un transeúnte de esta columna, cuenta con información clasificada. Habría negociaciones entre Dubai y el vecino rico: Abu Dhabi, dueño del 9% de las reservas de petróleo del mundo. Para Dubai, el petróleo sólo representa el 5% de su PBI. Nunca conoceremos los detalles –dice– pero cree probable una quita en el salvataje de Dubai World que estima en el 25%. Aparte de una importante –pero manejable– pérdida para el HSBC, que lidera la exposición bancaria y de castigos para un espinel que incluye desde otros bancos hasta constructoras de Corea y acerías rusas y ucranianas, no prevé demasiadas consecuencias.
Pero en cambio, observa atentamente los mayores spreads en los credit default swaps (suertes de seguros para default) para los bancos irlandeses. Y aquí descubre una conexión que sí parece un significante mayor del affaire Dubai: un salvataje parcial –con pérdidas para los acreedores– de Dubai por Abu Dhabi tendría implicancias sobre cómo Irlanda –y quizás también Grecia– podrían ser tratadas en adelante por la Unión Europea. Extrae tres conclusiones: 1) si Dubai puede caer en default o reprogramar los plazos sin desbaratar la economía mundial, otros podrían hacer lo mismo. 2) si Abu Dhabi adopta una línea dura y no desestabiliza los mercados, otros países (por ejemplo dentro de la Unión Europea) estarán tentados de seguir ese camino.“¡No más salvatajes incondicionales!”, se escucha en muchas capitales. 3) si Estados Unidos apoya pérdidas parciales de los acreedores de Dubai será más fácil imponerlas en cualquier otro lugar.
Clama al cielo que mientras, por ejemplo, el norteamericano raso puede perder su empleo o su casa, los tenedores de bonos de entidades salvadas con fondos públicos no han sufrido quita alguna, siendo que se proclama al “riesgo” como un principio básico del capitalismo. Dubai puede ser el hito inicial para un cambio que, al menos, traiga algo de justicia.

Promediando la semana, el panorama se fue despejando. El “impago” (dirían en Madrid) se acota a menos de la mitad de la deuda total del holding: 26 mil millones de dólares. Las unidades del Dubai World sin problemas (como la corporación que administra puertos) quedarán al margen, pero los acreedores de la fantasiosa Palm Jumeirah, como apunta José Siaba Serrate, están literalmente colgados de la palmera. Simultáneamente S.M. el Sheikh (emir) Mohammed bin Rashid Al Maktoum, cabeza del gobierno dubaití, declaraba que hablar de Dubai de un modo positivo o negativo “es una buena señal”. (Oscar Wilde: “Lo importante es tener una leyenda.”).