Los del campo son golpistas. Las caceroleras de Barrio Norte son golpistas. Los “generales mediáticos” son, como su nombre lo indica, golpistas. El humo es golpista. Y siguen las firmas...
Es un hecho: la política comunicacional de la Casa Rosada se ha vuelto tan previsible como el viejo y querido Carlitos Balá, quien (más allá de su buena onda con aquellos golpistas que eran golpistas de veras) se hubiera autocondenado al fracaso si osaba pasar por alto esa pregunta que patentó como lugar común: “¿Qué gusto tiene la sal?”.
Aunque, pensándolo mejor, no estaría nada mal que a Albistur (el secretario de Medios a quien le dicen Pepe por más que se llama Enrique Raúl), y a su jefe directo, Alberto Fernández, se les cayera un “gestito de idea” para aportarle ciertos aires de normalidad a la enroscada gestión de Doña Cristina. Tal vez, a la larga, les resultaría más rentable llevarnos a todos al “chupetómetro” que tratarnos como a una manga de “lactántricos” que se chupan el dedo. Pero es sólo una opinión.
Lo cierto es que este Albistur es el mismo Albistur que hace tres otoños sorprendió al país con una solicitada por el Día del Periodista (pagada con fondos públicos) que decía: “Hoy estamos apretando a los periodistas... en un fuerte abrazo”. Ante una reprimenda presidencial, Albistur dijo que era un chiste, pero nadie le creyó. Y las razones de ese descrédito fueron confirmadas poco después por el propio Albistur, cuando dijo: “A los periodistas les duele que dejaron de ser intermediarios necesarios”.
Según Albistur, “en la Argentina se han producido cambios culturales que a los medios y a los periodistas no les han llegado todavía”.
Más de Albistur: “Nos siguen tratando como si esto fuera el menemismo. Nos tratan con sospecha”.
¡Eah, eah, Pepe! ¿No es usted el mismo Albistur que en los 90 cantaba loas al modelo impuesto por Carlos Menem, y que explotó como empresario de la noche y de la publicidad callejera gracias a las glorias del uno a uno?
Mientras llega la respuesta, veamos cómo responde Albistur cuando quien sospecha no es un periodista fuera de época, sino el fiscal de Investigaciones Administrativas: “El partido del que proviene el fiscal Garrido nos metió en la peor crisis de la historia y se fueron en helicóptero”.
Por suerte, Albistur no trató a Manuel Garrido de golpista. Ya hubiera sido demasiado. El fiscal lo acusa de haberse pagado a sí mismo al menos 10 millones de pesos, con los fondos destinados a la publicidad oficial que repartió entre un grupo de empresas que él mismo manejó y que hoy manejan sus hijos y algunos amigos.
Cuando Albistur fue designado al frente de la Secretaría corrió con fuerza el rumor de que había aceptado el cargo bajo dos condiciones:
Encargarse de la publicidad de la campaña de la fórmula Kirchner-Scioli (como lo había hecho con las de Menem), corriendo con parte de los costos a modo de aporte de campaña.
Permanecer en el cargo el tiempo justo y necesario para recuperar aquella inversión.
O la inversión fue muchísima, o aquellas incomprobables razones no eran, al menos, las únicas.
Sí se pudo ir comprobando, en cambio, el modo arbitrario y discriminatorio con que Albistur manejó durante el último lustro el presupuesto de publicidad oficial, que se quintuplicó desde 2003 hasta llegar a los 280 millones de pesos que se destinarán este año a la propaganda K. Incluso llegó a hacer pública su inamovible determinación de dejar fuera de esa grilla a este diario y a todas las publicaciones de Editorial Perfil. La Organización de Estados Americanos considera, entre las más frecuentes violaciones a la libertad de expresión, “las asignaciones discriminatorias, negativas y positivas de publicidad oficial”. Es decir: negarla como castigo, o adjudicarla para que se publique o no se publique algo.
Ese nuevo engendro llamado Observatorio de Medios, promovido, entre otros, por Albistur (y con el bochornoso acuerdo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA), significa ni más ni menos que una peligrosa vuelta de rosca en esa misma dirección. Los “generales mediáticos” deben pagar su merecido.
En algo no miente Albistur. Dice que tuvo “una vida antes de ser funcionario público” y que en aquella vida amasó una considerable fortuna que le permitió, entre otros lujos mundanos, comparle la casa del Tortugas a Susana Giménez (ver página anterior). Nobleza obliga: hay que aplaudirle el buen gusto que destellan las flamantes remodelaciones. A ese parque sólo le falta un perro. Que no lo llame Angueto, por favor.