Mientras miraba al equipo económico anunciar el blanqueo de dólares pensaba lo difícil que debe ser para un economista serio asimilar este presente. No me refiero a las decisiones anunciadas, sino a tener como referencia gubernamental a un grupo de cinco personajes del que no emana ni un ápice de admiración y, menos, credibilidad. Esta afirmación puede aplicarse no sólo a los estudiosos de esa disciplina sino también a gran parte de la población, que hace un buen tiempo no cree en nada de lo que anuncie el Gobierno.
En economía, las expectativas explican gran parte de las acciones colectivas e individuales en relación al uso del dinero y de los recursos. Cuando no hay credibilidad, las expectativas positivas se diluyen y el resultado de una política pública que se intenta implementar se aleja de lo planificado. El anuncio del blanqueo de dólares será uno de estos casos. En el corto plazo, el Gobierno puede obtener recursos dolarizados pero se puede esperar muy poco de las expectativas de aquellos que cumplieron con sus obligaciones tributarias en el pasado y ven cómo una medida coyuntural beneficia a unos pocos para siempre. Es difícil de explicarlo por lo paradójico, pero a pesar que el Gobierno pierde credibilidad en términos económicos, mantiene la iniciativa política. Nadie le cree a Lorenzino, Moreno o Echegaray, pero “el poder de la firma” hace que el Gobierno siga marcando la agenda.
Es innegable que hay cierto hartazgo de una parte de la población y un indicador es el fenómeno Lanata: casos de corrupción que antes no tenían reverberación en la población ahora configuran una atmósfera negativa para el Gobierno, reforzada en los últimos meses por masivas manifestaciones populares. Esta atmósfera puede dar una sensación de fin de fiesta. Sin embargo, el anclaje electoral oficialista todavía está firme en el segundo y tercer cordón del conurbano bonaerense y en muchas provincias. Más que fin de fiesta parece un after hour. El boliche cierra pero la “fiesta” se intenta seguir en otros lugares durante la madrugada y la mañana. En otras palabras, la credibilidad y los recursos convencionales para administrar el Estado se terminan, pero la iniciativa a seguir de juerga permanece y con una oposición impotente se buscan recursos alternativos hasta que llegue la hora, si llega.
En este marco contextual se da la reforma judicial. Otra iniciativa oficial que tiene un componente operativo y otro simbólico como fue la Ley de Medios. En lo operativo está el objetivo de seguir acumulando poder, recursos y, en este caso, impunidad. Está por verse si este componente puede ser limitado o no a través de un fallo de inconstitucionalidad en el todo o solo en parte. Sin embargo, el componente simbólico de cualquier manera está capitalizado. Si el Gobierno gana o pierde la batalla sobre la constitucionalidad de las reformas tiene una importancia relativa, ya que vende su iniciativa a un segmento electoral importante como la épica de ir contra otra corporación que, en este caso, está enquistada en el Estado. De victimario pasará a víctima, una historia repetida.
En síntesis, el Gobierno no ha perdido iniciativa a pesar de no tener credibilidad en aquellos que implementan la política económica. Es paradójico, pero hoy en Argentina el armador de la agenda es principalmente el Gobierno y ejemplos no faltan. De hecho, lanzar un blanqueo de dólares a días del escándalo sobre el presunto lavado de dinero de Lázaro Báez no es un dato menor. Los casos de corrupción indignan más que antes, pero el final de fiesta todavía está por verse con los resultados de las elecciones. Mientras tanto, el Gobierno sigue buscando recursos alternativos en un contexto donde “el modelo” se devalúa en expectativas y credibilidad.
*Politólogo. @martinkunik.