Con mi mujer, estuvimos en Cuba hace ocho años. Como no pocos argentinos, pensamos que sería bueno conocer la patria del Che antes del adiós del Caballo (Fidel). Ibamos a la Feria del Libro más universal que jamás veríamos, en la hispana fortaleza de defensa del puerto de La Habana, condicionados a verificar con ojos propios las mentadas carencias de bolígrafos, jeans y demás artículos negados por el interminable bloqueo norteamericano. Nos esperaban un añejo matrimonio amigo de un amigo escritor de acá, y un directivo argentino de la cámara del libro de allá. Por ellos, accedimos a hospitales, escuelas y bares donde se servían mejores mojitos y daikiris que los turísticamente promocionados. Fuera de su amable guía, en arisco grupo extranjero y con movilidad independiente, recorrimos media Cubita (así le decían muchos), incluyendo la inevitable Varadero de los exquisitos hoteles internacionales, además de otras urbes de ensueño e islas paradisíacas, pero también la módica Santa Clara, donde el Che ganó la batalla final contra la dictadura de Batista y tiene su mausoleo de honor. Impresionante templo sin dios, dedicado a su memoria y la de todos los guerrilleros caídos en Bolivia, incluida Tania. Era el año del reclamo del chico Elián, y asistimos al más de un millón de cubanos movilizados en apenas dos horas para exigir su devolución ya. También contemplamos el berenjenal de intelectuales y artistas reunidos en su casa habanera cada atardecer, discutiendo a Marx y Nietzsche, Borges y Carpentier, Sandino y el Caballo. Pero, en un orden francamente menos serio, en ciertas tiendas y boutiques veíamos, aparte de lujosas cajas de habanos y maravillosas botellas de ron no exportables, jeans franceses, camisas italianas, remeras inglesas, etc. ¿Cómo podía ser, si el bloqueo, si las biromes, si los medicamentos, si el papel, si...? Preguntábamos demasiado, y la respuesta me la dio un barman del insuperable Hotel Nacional (en Cuba, los barmen son como los oráculos de la antigua Grecia, nada ignoran): “Oiga, caballero, ¿usted sabe cómo le entra el agua al coco?”. Réplica: “No”. Colofón ad hoc: “Pues tómese otra copita y relájese, amigo, la casa invita”.
*Escritor y periodista.