Ya llamé la atención en esta columna sobre las fotos de “solo varones” en diversas secciones del diario. Haría un reproche periodístico si fueran las que eligen quienes hacen la crónica, pero en la mayoría de los casos reflejan la muy desigual distribución del poder. El sábado, en Política Económica, página 8, hay un informe sobre el crecimiento “acelerado” de la deuda argentina con sensación de déjà vu (no sé si paramnesia del conocimiento u olvido defensivo). Foto de Sandleris y Dujovne con colegas ministros y directores de bancos centrales, toma parcial, unos treinta hombres y dos mujeres.
América Latina tiembla, las mujeres sufren las peores consecuencias del ajuste y la depredación ambiental –numérica y cualitativamente– en lo que se llama desde hace décadas “feminización de la pobreza”. A ellos no se les mueve ni el nudo de la corbata.
A nosotras nos está destinado el control de precios (con las elusivas hermenéuticas rebuscadas del Gobierno), como se ve en la foto de página 3, donde una anónima doña, reemplazable por cualquier otra, no mira los carteles que dicen que los precios están cuidados (¿cuidados por quién?, ¿los cuidan sin controlar?) y va “a las cosas mismas” como recomendaba la fenomenología de Husserl para acceder a la evidencia.
En página 2, bajo el título “Dueños” (dueños de las doñas, de sus desvelos y de sus desesperados intentos de equilibrio), cuatro señores que concentran el poder sobre los precios, la diversidad o no de la oferta y la lealtad o deslealtad comercial en las góndolas. Como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (guerra, muerte, hambre y peste) pero de un país bendecido: los cuatro cabalgan el hambre...
Eso sí, a veces las fotos son igualitarias, como en página 8 la de Christine Lagarde y Nicolás Dujovne ilustrando la noticia de que el FMI reconoció que la recuperación no está garantizada. Lagarde y Dujovne empiezan a tener un “parecido de familia” (como llamaba Wittgenstein a esos rasgos que reconocemos pero no podemos definir).
Producción especial del #8M Empoderadas
Ambos despliegan una risa generosa, digna de un anuncio menos preocupante. ¿O no se ríen de lo que anuncian sino de algo que no nos han contado?
Suelen decirme que las feministas nunca estamos conformes. Al final, una mujer ejerce el poder, preside un organismo tan importante como el FMI, se declara feminista y le hace notar al ministro de Hacienda (cierto que sin éxito) que su equipo está “flojito de mujeres”. ¿Qué más queremos?
Queremos que el logro distributivo de “contar cuerpos” de varones y mujeres (sin entrar, aunque es pertinente, en la dificultad de “leer” esos cuerpos para saber qué identidad atribuirles) se distinga del “representar”, en el sentido de “hacer presentes” los intereses y puntos de vista de las mujeres en toda su diversidad, en intersección del género con otras identidades subalternas de las que participan (clase, etnia, color de piel, edad, capacidad, corporalidad y más) como desplazadas –junto a otros desplazados pero siempre peor que ellos–, lejos de la ciudadanía como ejercicio pleno de los derechos.
No alcanza con que una mujer sea CEO en una multinacional, con que sea ministra, presidenta o diputada; es justo que se distribuyan esos cargos pero eso no significa distribuir el poder. Se necesita repensar la economía y la política en un pacto social incluyente y humano, que se teja despacio con las voces de todxs, que diseñe a la vez la nueva institucionalidad y las normas que la rijan.
Esta crisis política tiene como base una profunda pérdida de sentido humano, y no se salva con paridad de mujeres idénticas en el resto de sus condiciones a los varones que concentran el poder. Las grietas del muro patriarcal no se tapan con una foto: vienen desde abajo.