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El articulito de la semanita

Carambita, hoy ya es martecito y tengo que escribir el articulito para las columnitas de esta semanita. Digo, ¿estará bien así? Porque ante la invasión de diminutivos, una se desconcierta y se desorienta un poco y no sabe lo que va a ser aceptable y lo que no.

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Carambita, hoy ya es martecito y tengo que escribir el articulito para las columnitas de esta semanita. Digo, ¿estará bien así? Porque ante la invasión de diminutivos, una se desconcierta y se desorienta un poco y no sabe lo que va a ser aceptable y lo que no. Todo parece haber empezado con la salud, pública y de la otra, cuando las amables señoritas de los dispensarios, consultorios, obras sociales, mutuales y demás, piden, ofrecen, exhiben y etcétera etceterita, las ordencitas, los tiquecitos y los carnecitos hasta llegar el momento en que una recurre a San Obama y piensa si no habrá que llamarlo para este asunto de la terminología en la salud pública y de la otra. Después la cosa de los diminutivos pasó rápidamente a las boutiques, tiendas y “regalerías”, palabra desagradable si las hay, y empezó la preguntita de: “¿Se lo envuelvo para regalito?”. Aia. Hasta tuve, no tanto como una polémica, pero sí una conversación con una de las amables señoritas, esta vez de una casa que vende bijouterie, en la que le dije que en realidad hablar de “regalito” es disminuir el collar o el par de aros o la pulsera que una pensaba llevar en ofrenda al cumpleaños de la amiga. Que un regalito, le dije, restaba importancia a lo que una llevaba, y que mejor era hablar de “regalo” directamente. Ah, no, me dijo, es que regalito queda más cariñoso, ¿vio? Ajá, entonces el asunto del tiquecito y la ordencita tienden al cariño, a una especie de caricia virtual entre mujeres. Sí, porque no he oído a ningún varón de ninguna profesión, en lo que va de médico a tachero, y no estoy haciendo taxonomía ni distinción por prestigio profesional, que me hablara del tiquecito o de la ordencita. Más bien el tachero me dice: “¿Necesita el tique, doña?” y el del arte de curar me pide: “¿Trajo el recetario de la obra social?” Todo sin diminutivos y son solamente dos ejemplos entre muchos y sin ánimo de discriminación. Resulta por lo tanto que el diminutivo lleva consigo una especie de toque feérico que convierte al sustantivo desnudo y a secas en algo dulce y blandito como una mousse de chocolate o mejor de queso de cabra con arándanos que es menos agresiva. Claro que hay sustantivos (la mayoría, me atrevo a afirmar) que penosamente podrían llegar al diminutivo. Ya que hemos andado cerca de la salud pública y de la otra, supongamos que una va a hacer fisioterapia y el fisioterapeuta le dice que tiene que hacer trabajar el cuadriceps. ¿Cómo se llega al diminutivo de cuadriceps? No, no me lo diga que hasta me ruborizo, tan espantosa es la palabra resultante. Los diminutivos de los nombres propios son más fáciles y en eso estoy casi (dije casi) de acuerdo con la señorita de la bijouterie, pero los nombres de los meses o de los días de la semana son atroces si se nos da por adjudicarles los diminutivos correspondientes.
En suma, ¿qué es un diminutivo? Sin necesidad de abrir el Pequeño Larousse (¿o Laroussito?) digamos que es un sufijo que una adosa a ciertas palabras para indicar pequeñez o falta de importancia (recordar a la señorita del regalito, y a propósito: ¿señorita es diminutivo de señora?) o afecto o alguna otra cosa. Pero, ¿y si dentro de no mucho tiempo los diminutivos triunfan en la conquista del idioma que han emprendido hace poco y todo se habla en diminutivos? Y si las amables señoritas son cabeceras de puente en la invasión de sufijos que restan importancia y agregan cariño a las palabras?