El significante “década” parece remitir inexorablemente a la década ganada. Pero no voy a hablar de ella. Porque no la hubo. Tampoco de la década perdida. Porque sería un contrafáctico de esa Argentina posible que pudo haber sido y no fue. Prefiero, al fin de cuentas, celebrar a PERFIL como un espacio de resistencia donde convergen todas las voces. Donde se hace de la escritura plural, del debate de ideas, de la confrontación genuina del pensamiento, un camino privilegiado para enfrentar una realidad que nos desconcierta.
En tiempos de incertidumbre, el periodismo lúcido nace de una ética fundada en valores que interpelan el compromiso con uno mismo y con los otros. Curiosamente, uno de esos tantos valores hoy olvidados es rescatado por una de las versiones de un texto de Madame de Sévigné. Allí narra la historia de Vatel, un eximio cocinero consagrado a lo que hoy llamaríamos la organización de eventos. Poco tiempo después de que en 1671 se ofreciera al servicio del Príncipe de Condé, su noble patrón invita a los miembros de la corte de Francia a su palacio a una gran fiesta que duraría tres días y tres noches, encomendándole a Vatel que todo salga a pedir de boca. Enloquecido por la tardanza del pescado que no arriba al palacio, un estresado Vatel sobrevive 12 días y 12 noches sin pegar un ojo. Finalmente, se convence de que el banquete está condenado irremediablemente al fracaso. Y ese fracaso, es su fracaso. Se quita entonces la vida, provocándose una muerte incomprensible. ¿Acaso la vergüenza del cocinero fue vergüenza ante sí mismo y ante un ideal de excelencia hecho trizas? ¿O tal vez se mata porque, con el trajín de los días de suntuosos preparativos, se siente indignado y hasta avergonzado por tanta fastuosidad cortesana codéandose con la miseria y el hambre de la población?
Por cierto, se trata de una tragedia absurda de quien no pudo enfrentar o siquiera sostenerse ante la impostura. Distante del heroísmo o de la obsecuencia que parece ser la moneda de cambio del ambicioso que progresa sin mostrar escrúpulos o del arribista que aspira a manotear el poder, la honra por la que tal vez se inmoló el cocinero puede ser entendida en su primera acepción del diccionario, como “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Y no es casual que esta acepción nos aproxime al antiguo concepto griego de virtud: la excelencia en la función que es propia de cada uno. Recogiendo este sentido, sólo si cada uno de nosotros ejerce sus funciones con una responsabilidad comprometida con los otros –desde el político sumergido en las arenas movedizas al maestro de grado que tiene que lidiar con la impertinencia de padres y chicos–, podremos recuperar el sentido.
Por cierto, el periodismo no puede esperar cambiar el mundo. Pero en esta década, de ese especial ejercicio de la palabra emergió desde la protesta en favor de Campagnoli hasta la marcha #Niunamenos. Y de foro de reflexión, de debate fundado, de pedagogía del pensar, se transformó en una acción al servicio de la ciudadanía. Por cierto, el periodismo no puede cambiar el mundo. Pero puede dar el primer paso en esa dirección.
*Doctora en Filosofía (UBA) y ensayista. Miembro de Usina de Justicia.