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conflicto y represion

El confinamiento de la miseria

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La nebulosa respecto a la situación previa y posterior al 20 de diciembre de 2001 dura muy poco. Alcanza con repasar los sucesos a través de YouTube donde uno se puede horrorizar con un documental de Discovery en el que aparecen varios impresentables tanto causantes de la crisis como posteriores actores socio-políticos de dudosa entidad durante los acontecimientos. Allí es entrevistado el demonio mismo, el talibán de la dolarización, mandadero del FMI, hijo pródigo de Martínez de Hoz, conocido como Domingo Cavallo, desindustrializador del Plan Cóndor. En una actitud digna de marine manejando un joystick del dron con el que mata civiles afganos o iraquíes como si fuera un videojuego, Cavallo habla de la crisis del 2001 como si no tuviera nada que ver, como si las derivaciones de sus medidas durante más de 20 años (en funciones y a través de su banca internacional “aliada”) fueran obra de un accidente inevitable.
A 12 años de la tragedia, la interpretación de los hechos del 2001 se reconfigura con los saqueos de hace pocos días y que, tal vez, recrudezcan el próximo viernes dejando a este texto caduco (ojalá me equivoque). Anoche, martes, a manera de antesala paranoica, el barrio cercano a Las Heras y Camino Negro, Lomas de Zamora, a espaldas de los tribunales y circundante de la nueva Dirección de Tránsito del municipio, dejó como saldo barricadas incendiadas bloqueando calles, rastro de las guardias vecinales de “autodefensa” ante el corte de luz. Es que la oscuridad se interpreta como el anuncio de la “zona liberada”, algo que crispa los ánimos, aún más con el vandalismo reciente, donde no se salvaron ni los domicilios particulares. Esto no es casual, y tiene su base en la confinación, en la forma en que la sociedad territorializó la miseria. Cabe aclarar que en tal reconfiguración espacial el relato kirchnerista tiene una participación ejecutiva, pero que es apenas porción de la “solución final” aplicada por las verdaderas fuerzas en pugna. Tampoco quiero decir que está disculpado, pero la participación de cierta tradición argentina, potenciada en el temor a la pérdida material, inyecta elementos catalizadores a la sopa violenta (como si el carácter razonable y conciliador perteneciera al ámbito vaticano únicamente): racismo, xenofobia, estigmatización, precarización laboral, omisión de los derechos individuales, indiferencia política y corrupción. La lista puede extenderse si contamos desesperanza, apatía e invisibilidad, que arrojan a parte de la juventud que ni trabaja ni estudia a la marginalidad, donde se retroalimenta la red de sumisión delictiva fomentada por la policía y el punterismo político (que no es privativo de un único partido político ni de una única bandera futbolística); tribalizando, sectorizando, incluyendo al tráfico de drogas como regulador social de las economías marginales compartimentadas.
Hoy, a diferencia del 2001, la presencia de Gendarmería y Prefectura en los barrios pobres del conurbano, instaló la militarización en la vida cotidiana de los desplazados. Esto trae el desconocimiento del conflicto zonal con endurecimiento represivo: todos son dignos de sospecha y apriete, porque sí. La cosificación del otro está al día, y el desprecio refracta, vuelve en el aumento de la agresividad, convirtiendo a cualquier “diferente” en víctima o victimario. El escenario es complejísimo, más agresivo e impredecible, como oscuro: la presencia de grupos de parapoliciales (o civiles armados) en Córdoba, actuando como Grupos de Tareas de la dictadura, es un terrible presagio. En el medio, el eterno negocio de la seguridad vendida por la inseguridad provocada. Estos grupos marginales custodios de la propiedad, ¿no serán suboficiales de cualquier fuerza armada haciendo caja navideña? ¿O son matones de los narcos jugando al justiciero? ¿Con ellos existirá un Estado de Sitio tácito al caer el sol en el Gran Buenos Aires?

*Escritor.