En las últimas semanas, hemos visto el “desacople” entre un mercado financiero argentino eufórico, con subas en el precio de los bonos y acciones, y una economía “de todos los días”, en donde se sigue prolongando un suave ciclo recesivo, aumenta el desempleo, cae la inversión y la tasa de inflación, si bien desacelerando respecto del shock devaluatorio de principios de 2014, se mantiene en torno al 2% mensual, que ha sido la velocidad de crucero de la suba de precios en los últimos años.
En general, este desacople se ha explicado desde la apuesta hacia un futuro, post 2016, mejor que el presente, dado el perfil de los candidatos hoy más probables de suceder a CFK.
Es cierto que esa explicación es potable, porque los mercados financieros, por definición, ponderan más el futuro que el presente. Recuérdese que los activos financieros, de alguna manera, se valúan trayendo al presente expectativas futuras, mientras que el nivel de actividad diaria, pondera más el pasado y el presente, que el futuro. Pero no es menos cierto, que ese desacople puede justificarse, también, por el “premio” que hoy recibe quien apuesta a los activos financieros argentinos, en el corto plazo, y por el “costo” que pagar ese premio, traslada a las actividades de producción de bienes y servicios.
Veamos.
Si la Argentina de los próximos años converge a la “normalidad de la Latinoamérica buena”, resulta razonable pensar que la tasa de interés implícita en la cotización de los bonos argentinos emitidos en dólares va a bajar, porque esa tasa de interés refleja, hoy, la Argentina kirchnerista. Como la tasa de interés de los bonos emitidos está fija, para que la tasa implícita baje, el precio de los bonos tiene que subir.
Pero lo más llamativo de los últimos tiempos, ha sido la evolución de los activos en pesos. La “pesificación” de los inversores.
Y allí, claramente, no interviene la apuesta de la convergencia a una Argentina mejor en 2016, sino la noción de que, en el corto plazo, la tasa de interés y la tasa de inflación, le “ganan” a la tasa de devaluación.
Dicho de otra manera, los inversores hoy prefieren los activos en pesos, a tener dólares, no porque el 2016 será mejor, sino, básicamente, porque el Gobierno les ha “asegurado” que no piensa repetir la experiencia de 2014 de devaluar sin programa económico y, por el contrario, piensa usar al tipo de cambio, junto con las tarifas, como un ancla para que la inflación se mantenga en la velocidad de crucero mencionada. Y, en principio, entre China, nuevo endeudamiento “forzado” con exportadores e importadores, y algo de endeudamiento voluntario, está en condiciones de cumplir su promesa.
Es decir, este gobierno termina como todos los populismos argentinos, sea de gobiernos militares, como de gobiernos civiles. Endeudándose para mantener las reservas y otorgando un seguro de cambio con ganancias extraordinarias, para que los inversores prefieran tener pesos a tener dólares. Piensen, por un momento, que si la tasa de devaluación ronda el 12% anual y la tasa de interés en pesos es del 26%, el rendimiento en dólares de dicha tasa supera el ¡13% anual! Algo así como tres a cuatro veces, lo que se recibe por tener activos en dólares en otros países de la región.
Por supuesto que la contracara de este festival financiero es que la incompatibilidad entre la política fiscal, la política monetaria y esta política cambiaria, le quita competitividad a los productores locales y al trabajo local. Con inflación del 25%, o aumentos salariales del 30%, los costos locales en dólares suben en el año más del 12%, en un escenario global en que el dólar se fortalece y los precios de lo que vendemos caen.
Es decir el “premio” a pagar para convencer a los inversores a mantenerse en pesos, es el “costo” a pagar en materia de crecimiento, producción, inversión y empleo.
Por supuesto, también, que todo esto sirve sólo en el corto plazo, porque esta política resulta insostenible en el mediano plazo.
Y como resulta insostenible en el mediano plazo, los inversores en algún momento, pretenderán dejar de “anotar” sus ganancias en dólares, y “realizarlas” si pueden.
Y allí veremos, si tenemos nuevamente un final de populismo “a toda orquesta”, o si la expectativa y lo que se vislumbre, de ese mejor nuevo gobierno es lo suficientemente potente, como para una transición tranquila y ordenada.