COLUMNISTAS
asuntos internos

El cuentista que llegó del frío

¿Por qué será que es tan difícil encontrar buenos cuentistas entre la literatura contemporánea?

Tomas150
|

¿Por qué será que es tan difícil encontrar buenos cuentistas entre la literatura contemporánea? ¿Es que para muchos autores el género ya no presenta desafíos, o será responsabilidad de los editores, que terminaron por moldear una oferta literaria afín a sus deseos, convertir a casi todos los escritores en novelistas ya que, según se cree, las novelas son más fáciles de vender (un autor, una historia, un título, un diseño de tapa y a la mesa de novedades) que los libros de relatos? Sea como sea, los buenos cuentistas no abundan –ni hablar de los grandes–. Y desde hace años, por cada diez títulos que se publican, con suerte figura perdido por ahí un libro de cuentos, y no siempre de los buenos.
Tal vez por eso, y porque no conocía al autor (y también por sus escuetos datos biográficos), es que abrí con curiosidad El fumador y otros relatos, del chileno Marcelo Lillo, publicado en julio de 2008 del otro lado de la cordillera, pero que acaba de ser distribuido en la Argentina. En la solapa dice que Lillo vive en los húmedos territorios del sur chileno, que escribe desde los quince años aunque recién publicó este libro a sus cincuenta, que había sido editado en Madrid por Caballo de Troya (un exquisito sello de autores nuevos) y que había jurado morir inédito antes de autopublicarse. También, que había ganado en todo ese tiempo varias decenas de concursos literarios gracias a los cuales sobrevivió por años, luego de desempeñar múltiples oficios y decidir dedicarse exclusivamente a la literatura.
En Internet encontré algunas entrevistas y algunos datos interesantes más: que Lillo nació en 1958, que vive apartado y sin conexión alguna, acompañado por su mujer y un perro, en un pueblo llamado nada menos que Niebla. Que trabajó en doce novelas, pero no tiene la intención de publicar ninguna. Que lee todas las noches, acostado en la cama, y trata de componer al menos dos páginas por día. Y, sobre todo, que en 1999 había decidido quemar lo que había escrito hasta entonces, y volver a empezar.
El primer texto resultó de ese nuevo comienzo fue Hielo, el que abre los relatos de El fumador, y con el que obtuvo el premio anual de la revista Paula, en Chile. En él, ya está definido el tono y el clima que recorrerá todo el volumen: soledad, frío, un halo de muerte y relaciones filiales y de pareja que se desmoronan –y con ellos, sus personajes–. Una prosa lacónica, seca, cortada cada tanto por breves líneas de diálogo, deudora, evidentemente, de la mejor tradición estadounidense. Si bien entre los diez relatos hay algunos desparejos, Lillo de alguna manera se las arregla para, en apenas 130 páginas, componer otros tres textos tan descarnados como notables: La felicidad, El último cuento, y sobre todo, el punto más alto del libro: la historia del reencuentro entre un padre y un hijo de Diente de león.
Por fortuna, la aparición de Lillo se da por partida doble, como para compensar la falta de buenos libros de ficciones breves y los tantos años dedicados a la escritura sin publicar. Además de los relatos de El fumador... se acaban de publicar los cuentos de Gente que baila sola. Constantino Bértolo, su editor en España, tenía razón (una vez más) cuando anunciaba en la contratapa de su primera obra publicada: “Están asistiendo al nacimiento de un gran autor. Este es su primer libro. No será el último”.