COLUMNISTAS

El debe y el haber de la Ciudad

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Comencemos por el haber, porque siempre es bueno un inicio en positivo.

La Ciudad tiene recursos propios y no depende de las transferencias federales para sostener su estructura normal. Además, tiene algunas reservas y un fondo anticíclico que permite alguna tranquilidad financiera.

Las estructuras de producción son fuertes, particularmente las industrias culturales, el turismo y sus servicios derivados (gastronomía, hotelería, etc.), la construcción y todo lo que la misma genera, la moda y otras más incipientes pero muy pujantes como las derivadas de la informática y del diseño.

La población porteña es la de mayor nivel cultural, sus universidades están a la altura de las mejores, la escuela pública tiene su matrícula completa y aún faltan vacantes porque la conciencia de escolarización es total, la educación privada es de calidad. De la misma manera, la salud –tanto pública como privada– tiene excelentes niveles profesionales tanto en baja como en media y alta complejidad.

El Banco Ciudad se encuentra sólido. Aunque el crédito es escaso y caro, hay algunas posibilidades de acceder a él para pymes, particulares o nuevos emprendedores.

Por último, señalemos que esta Ciudad es muy apreciada en el exterior, por su gente, su clima, su cultura y su gastronomía. No se necesita más que poner en marcha una fuerte campaña de promoción para que vengan inversiones, turistas, artistas, aprendices de tango y ciudadanos del mundo que gustan de Buenos Aires hasta más que nosotros mismos.

En ese marco funcionan las instituciones creadas por la Constituyente de 1996. La Legislatura de la primera etapa abordó mucho más jurídica y profesionalmente la confección de las leyes que las que le sucedieron. Sin embargo, esta institución ha sido la garantía de gobernabilidad durante la crisis post juicio político a Aníbal Ibarra.

Probablemente, la institución mejor conceptuada sea el Tribunal Superior de Justicia, y –para el común de los porteños– la más amiga sea la Defensoría del Pueblo.

Veamos ahora el debe, que es denso y complejo.

Empecemos por la inseguridad, pero mirada desde todas sus variantes: desde el tránsito feroz, hasta la delincuencia y el tráfico y consumo de droga, pasando por los constantes cortes de calle que nadie regula. Quienes deberían proporcionar seguridad no lo hacen: la Guardia Urbana no es útil y la Policía Federal responde a otras autoridades salvo a la hora de facturar adicionales,

La estructura de gestión de la Ciudad, sea ejecutiva, legislativa o judicial, es gigante e ineficiente. Una revolución administrativa que reformule circuitos y profesionalice a los agentes del Estado es imprescindible, sobre todo a nivel del Poder Ejecutivo. Un párrafo aparte merece el Consejo de la Magistratura, cuya primera composición ha sido tan nefasta que dejó hipotecada de corruptela la institución y recién sus últimas conducciones lograron revertir su funcionamiento.

El sistema de transporte público y el tránsito son otro desafío para el próximo gobierno. El Ente Regulador –sin capacidad para regular– debería ser íntegramente reformulado en sus funciones. En Salud y Educación es necesario atender la infraestructura edilicia y mejorar las condiciones de trabajo de sus profesionales para que se modernicen y ejerzan con total dedicación. En estos temas, así como en los de medio ambiente, es imprescindible “pensar en metropolitano” ya que los problemas no terminan ni comienzan en la General Paz.

El cuidado del espacio público es otro gran desafío: pavimentos, plazas, ocupaciones indebidas, resolver la cuestión de la basura, de las contaminaciones y de la degradación del espacio común.

La cultura del respeto al prójimo requiere mucho más que carteles promocionando “actitud”. Los porteños producimos y padecemos maltrato mutuo, y esta actitud real se ve en calles, lugares de atención al público y por todas partes.

Las políticas sociales arrojan una increíble desproporción entre lo que cuestan y sus resultados, porque no promueven, sino que clientelizan. La vivienda social es ilusoria, así como urge la urbanización de todas las villas y lugares urbanizables de la Ciudad.

Por último, hagámonos cargo de los vicios de la política que también integran la columna del debe. Ojalá que el nuevo jefe no los multiplique: ojalá que hacer política signifique construir para el bien común, abriendo el juego a todas las convicciones, para integrar la diversidad, sin lotear el Estado que le ha sido confiado.

En este debe y haber no hay balance, porque es mucho lo bueno y mucho lo negativo. Si con fe se puede mover montañas, también es posible que con esfuerzo se pueda mover en la Ciudad una cultura de gestión que ya ha dejado en evidencia su fracaso.

*Defensora del Pueblo de la Ciudad.