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una pieza unica

El discurso de Chicago

Probablemente un gran líder es aquél cuyo discurso, en los momentos clave, muestra con una claridad y una transparencia sobrecogedoras, los mecanismos que sostienen el delicado equilibrio del sistema político menos desastroso que conocemos y que llamamos democracia.

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Probablemente un gran líder es aquél cuyo discurso, en los momentos clave, muestra con una claridad y una transparencia sobrecogedoras, los mecanismos que sostienen el delicado equilibrio del sistema político menos desastroso que conocemos y que llamamos democracia. Eso es lo que ocurrió en el “discurso de la victoria” que pronunció Barack Obama en Chicago el martes por la noche, ante una impresionante multitud.

He comentado en estas páginas, a propósito de nuestra Presidenta, la contradicción que habita el régimen presidencialista: se llega al poder como resultado de la fuerza de un movimiento identitario, pero se debe gobernar en nombre de un colectivo institucional; se gana venciendo al adversario, pero éste, después de su derrota, sigue siendo un ciudadano. El “discurso de Chicago” de Barack Obama (tal vez así se lo recuerde en la historia), puede verse como un deslumbrante ejercicio alrededor de esa insalvable contradicción.

“Si hay alguien allí afuera (out there) que todavía duda de que América es un lugar donde todo es posible, que todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestro tiempo, que todavía se cuestiona sobre el poder de nuestra democracia, esta noche es vuestra respuesta (…) Es la respuesta dada por jóvenes y viejos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispánicos, asiáticos, americanos nativos, gays, heterosexuales, incapacitados y no incapacitados –americanos que le han dicho al mundo que nunca hemos sido una colección de individuos o una colección de estados rojos y estados azules; que somos y siempre seremos los Estados Unidos de América”. Apenas han transcurrido tres minutos desde el inicio de su discurso y sobre la paradoja democrática está todo dicho –sobre esa ficción, constitutiva y necesaria, que transforma una pluralidad heterogénea de individuos profundamente diferentes, atravesada por enfrentamientos económicos, políticos, religiosos, sociales y culturales, en la unidad de un colectivo singular, homogéneo y sólido, que tanto el líder que lo construye en su discurso, como quienes lo escuchan emocionados, saben imposible.

Con un magnífico ritmo oratorio que me atrevería a calificar de soul, el discurso de Obama fue recorriendo el nudo de esa realidad imposible. Acentuado elogio al adversario, y felicitaciones a McCain y a Palin con quienes “espera trabajar para renovar la promesa de esta nación”. ¿Ellos van a trabajar para lograr lo contrario de lo que proponían para el país? “El senador McCain luchó larga y duramente en esta campaña, y peleó aún más larga y duramente por el país que ama. Ha soportado sacrificios por América que la mayoría de nosotros apenas puede imaginar.” Bueno, parece que el mejor candidato acaba de perder la elección. El cambio ha llegado, es finalmente posible, pero ¿por qué es tan urgente y necesario, por qué la tarea que nos espera es tan “enorme”? “Dos guerras, el planeta en peligro, la peor crisis financiera del siglo”. ¿Dónde están los responsables, se cayeron de América? El cambio “no puede ocurrir si volvemos a cómo eran las cosas antes”. Pero ¿por qué eran así las cosas antes? ¿Antes sólo había “cosas”? Están “esos americanos cuyo apoyo no he conseguido todavía, que no me han votado esta noche” (casi la mitad del país) “pero escucho vuestras voces, necesito vuestra ayuda, seré también vuestro presidente”. ¿Su ayuda para qué, para hacer lo que ellos querían a toda costa impedir que ocurriera? Si hay que “rehacer la Nación”, en algún lugar deben estar los que la deshicieron.

Una sola frase negativa: “A aquellos… a aquellos que quieren demoler el mundo… los vamos a derrotar”. Bueno, parece que algunos enemigos quedan por ahí. ¿Dónde están? ¿“Allá afuera”, out there? No hay malos en América. Pero entonces ¿cómo se explican “el partidismo, la pequeñez y la inmadurez que envenenaron nuestra política durante tanto tiempo”? El Partido Republicano “está fundado en los valores de la sinceridad, la libertad individual y la unidad nacional. Estos son valores que todos compartimos. Y mientras el Partido Demócrata ha ganado esta noche una gran victoria, lo hacemos con humildad y con la determinación de curar las divisiones que han interrumpido nuestro progreso”.

Acaba de publicarse The Predator State, un libro que ha sido saludado por el Journal of Economic Issues como “representante de la mejor economía política” y merecedor del “estatuto de un clásico”. Su autor, James K. Galbraith, hijo del célebre economista John Kenneth Galbraith, nos explica que el problema es que el Estado Industrial ha sido reemplazado por el Estado Rapiña, caracterizado por la emergencia de una “nueva clase… establecida para apoderarse del Estado y manejarlo, no en términos de un proyecto ideológico, sino simplemente para obtener, individualmente y como grupo, la mayor cantidad de dinero posible, el poder menos perturbador y las mejores posibilidades de rescate, en caso de que algo ande mal”. Las características del Estado Rapiña no son un accidente histórico, son un elemento central y definitorio de la situación actual. Implica “el abuso sistemático de las instituciones públicas en favor del beneficio privado”. Hace rato, argumenta James Galbraith, que los conservadores han abandonado toda idea de un “mercado libre”: los liberales deberían hacer lo mismo.

Un acto de comunicación política como el discurso de Chicago de Barack Obama me resulta fascinante, y al mismo tiempo me produce una emoción tan intensa como equívoca, un sentimiento muy difícil de definir.

Barack Obama. ¿Misión imposible?


*Semiólogo.