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El dueño de la remisería

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No me satisfizo para nada la respuesta que el Funcionario Calificado me brindó en el CGP de Córdoba y Bonpland. Entre arisco y despectivo, me espetó: “Vaya en remís”. Yo le había comentado mi perplejidad ante el hecho de que el Estado, un mismo Estado, se ausente y se desentienda del asunto de los trapitos en los alrededores de las canchas de fútbol, pero se haga estrictamente presente para verificar con todo escrúpulo un metro y medio de avance indebido sobre un cordón pintado de amarillo en la calle Olavarría. Ante eso, el Funcionario declaró: “Vaya en remís”, y fue su manera de reconocer que no había solución para el problema que yo le planteaba, o que no había interés alguno en encontrarla.

Antes, más enfático, me había acusado a mí de ser quien cometía un delito, dando dinero a los trapitos; aunque debió admitir al instante que yo no estoy en condiciones físicas (altura y contextura) de rehusarme al requerimiento. Me sugirió que, en casos así, diera aviso a un policía; aunque dudó ante mi consulta de si el policía habría de permanecer ahí, en custodia del automóvil, una vez que su intervención hubiese concluido (no le dije, pero digo ahora, que alguna vez un trapito me reveló que la policía les quitaba la mitad de lo recaudado. A mí no me consta, claro; pero tampoco estoy en condiciones de desmentirlo). Conversamos después sobre el transporte público de la Ciudad; me dio la impresión de que el Funcionario Calificado, pese a serlo, ignoraba que los colectivos incumplen su recorrido en los días de partido, que se desvían y sencillamente no pasan, y que al salir hay que ir a buscarlos muy pero muy lejos. En ese momento, volvió la sugerencia (“Vaya en remís”), ya en franca actitud de mofa, tomándome ya visiblemente en solfa.

Así me encontré yo, por fin, en la realidad podría decirse, con eso que tantas y tantas veces, en tantos y tantos libros, leí y pensé: el Código y los códigos. Por un lado, el Estado y su Código (en este caso, el contravencional); por el otro, el mundo popular y sus códigos (“Tres gambas y te lo cuido, cuando vuelvas voy a estar acá”). Aprecio en el cotejo las ventajas del segundo: el pacto es más transparente; y aunque el trato puede resultar algo brusco, es siempre respetuoso: a mí nunca me burlaron en Suárez como me vi burlado en Bonpland.

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Pagué la multa con convicción, la mañana había sido ciertamente provechosa. La plata la recupero con esta misma columna.