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Ensayo

El ejército nazi de Perón

Ignacio Montes de Oca reconstruye en Ustashas (Sudamericana) el aval dado por Juan Domingo Perón, a pedido del Vaticano, a la llegada al país tras el fin de la Segunda Guerra Mundial de criminales nazis y fascistas europeos como Adolf Eichmann, Josef Mengele, Erik Priebke o Klaus Barbie, con un propósito prioritario: salvar a los ustashas, las huestes ultracatólicas que en Croacia asesinaron a casi un millón de personas entre 1941 y 1945.

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Corrían los primeros meses de 1989 y el candidato presidencial del peronismo, Carlos Saúl Menem, intentaba seducir a un grupo de argentinos de origen croata reunidos en el salón principal del Instituto Cardenal Stepinac, en las afueras de Buenos Aires. Además del respaldo de los doscientos cincuenta mil integrantes de esa colectividad, confiaba en cosechar fondos para su campaña entre los empresarios que habían ido a escucharlo. A contramano de lo que hizo a lo largo de su gira proselitista, Menem no buscó seducirlos con su inagotable cantera de promesas. En lugar de ello, escogió hablarles de la amistad que unió a Juan Domingo Perón con Ante Pavelic. Dice uno de los testigos de esa jornada que Menem se dedicó a enumerar las coincidencias que existían entre Perón y Pavelic. Habló de las ideas nacionalistas y de la religión católica, sobre las circunstancias históricas que hermanaban a la Argentina y Croacia, y acerca de la lucha por la soberanía nacional. Luego relató el modo en que Perón ayudó a Pavelic para que se juntara con sus ustashas en Buenos Aires. Mencionó, además, la amistad que unió a ambos líderes y aseguró que estuvieron reunidos en numerosas oportunidades mientras el croata estuvo exiliado bajo el amparo del justicialismo. Antes de dejar el escenario entre aplausos y cheques, se comprometió con la causa de la independencia croata y prometió apoyarla una vez que estuviese en la presidencia. Ese día Carlos Menem rompió uno de los mayores tabúes del peronismo. Por primera vez, blanqueó la estrecha relación que unió a los máximos dirigentes nacionalistas de la Argentina y de Croacia en la posguerra. No es que tal información fuese desconocida –los historiadores dentro y fuera del peronismo la sabían hacía décadas–, pero lo novedoso fue que por primera vez un jerarca del partido se animaba a admitir públicamente que el fundador del Movimiento Nacional Justicialista había protegido a Pavelic y a sus cómplices.

Perón, un militar popular

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Juan Domingo Perón irrumpió en la historia política argentina al mando de una tanqueta golpista. Fue el 6 de septiembre de 1930, el día en que participó en la toma de la Casa Rosada, cuando fue derrocado el presidente radical Hipólito Yrigoyen. El golpe de Estado contra Yrigoyen fue liderado por el general profascista José F. Uriburu, una de las figuras del creciente movimiento nacionalista cristiano en el que estaba integrado aquel joven y aún desconocido oficial que, una década después, fundaría el Movimiento Nacional Justicialista. Unos días más tarde, el mayor Juan D. Perón fue fotografiado en el estribo del auto que llevaba al dictador Uriburu a tomar posesión del gobierno en el Parlamento. Su colaboración con el golpe y sus indiscutibles cualidades de liderazgo le valieron a Perón su primera misión en el extranjero. En 1935 fue enviado a Chile como agregado militar. En realidad, su objetivo era armar una red de espionaje dedicada a obtener información sobre las fuerzas armadas de ese país. Fue allí donde comprendió los efectos políticos positivos que tenían las políticas a favor de los derechos de los obreros que implementó el presidente chileno Arturo Alessandri. Aquellos avances inspirarían luego las políticas laborales que llevó adelante una década después. Su otra fuente de aprendizaje ocurrió en el siguiente destino adonde fue enviado por el gobierno argentino, luego de emprender una apurada fuga de Chile cuando los agentes que había contratado fueron descubiertos por el gobierno local. Entre febrero de 1939 y enero de 1941 fue designado observador militar en la Italia de Mussolini. Para entonces, el continente europeo se internaba en una guerra que duraría seis años. Alemania, Italia y los gobiernos totalitarios aliados a ellos parecían una máquina incontenible que ponía a casi todos los países de la región bajo la bota del autoritarismo. Nuevamente, la misión real de Perón era trabajar en asuntos de inteligencia. La figura del observador fue una eficaz manera de distraer sobre los verdaderos objetivos políticos que tenía su presencia en Europa. Durante su viaje por Italia, Perón se dejó ganar por las ideas corporativistas desarrolladas por el Duce, con quien tuvo oportunidad de reunirse en la ciudad de Milán. También fue recibido por el papa Pío XII. Invitado por el gobierno de Berlín, Perón recorrió Alemania y los territorios ocupados en Francia, además de hacer una gira por España, Portugal, Hungría, Albania y Yugoslavia. Se han conservado pocos datos sobre su presencia en este último país y los sitios que visitó. Sin dudas, las impresiones de aquel viaje le resultarían útiles a la hora de considerar la asistencia a los ustashas.

El regreso del coronel pródigo

En 1941 Perón regresó a la Argentina determinado a aplicar las lecciones de manejo de masas que había aprendido en el extranjero. Al momento de su retorno, la Argentina era gobernada por el presidente conservador Roberto Ortiz. Las presiones cruzadas de los intereses británicos y norteamericanos, por un lado, y los grupos pro Eje, por el otro, llevaron a los conservadores a asumir una posición neutral frente al conflicto europeo. En realidad actuaban tal como había pedido Londres, cuyo interés pasaba por asegurarse de que los buques argentinos no fueran considerados hostiles por los alemanes y, por lo tanto, corrieran el riesgo de ser hundidos antes de entregar su carga de materias primas en puertos británicos. Pero el gobierno argentino también hizo lugar a las presiones de los alemanes y de sus aliados de la derecha nacionalista local, que pugnaban por una alianza con el Eje. Los sectores pro alemanes no tardaron en montar una estructura de espionaje cuya actividad les permitió usar a la Argentina como base para actividades encubiertas del nazismo en el cono sur americano. Hacia 1943, la Argentina se preparaba para organizar elecciones generales. Los conservadores designaron a Robustiano Patrón Costas como candidato. Dentro del sistema electoral fraudulento de la época, dominada por el partido de gobierno, la nominación equivalía a su nombramiento anticipado como próximo presidente. Pero los grupos nacionalistas argentinos querían asociarse abiertamente al Eje y ya no aceptaban compartir el poder con los conservadores. En consecuencia, hicieron correr el rumor de que Patrón Costas rompería la neutralidad y volcaría a la Argentina del lado de los aliados. El 4 de junio de 1943, los oficiales y los civiles que buscaban crear un régimen inspirado en las ideas de Hitler y Mussolini agitaron la idea de que la Argentina entraría en la guerra en coalición con los aliados y la existencia de un sistema de fraude electoral para dar un golpe de Estado y poner al general Arturo Rawson en la presidencia. En lugar de llamar a elecciones, se trenzaron en una disputa interna que finalizó con la caída de Rawson y su reemplazo por el general germanófilo Pedro Ramírez.

Perón se convierte en líder

El siguiente paso del coronel Perón hacia el liderazgo político ocurrió nuevamente con un golpe de Estado. En la conspiración de 1943, fue el integrante más influyente de la logia nacionalista llamada Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una agrupación integrada por civiles y militares admiradores del nazismo y el fascismo. El GOU tuvo un rol crucial a la hora de rebelar a la tropa y darle sustento ideológico al derrocamiento del régimen conservador con consignas ultranacionalistas. A partir del golpe y de su liderazgo dentro del GOU, Perón se fue convirtiendo poco a poco en el hombre fuerte de la Argentina. El coronel convenció a sus camaradas golpistas de que la única forma de frenar el avance de las fuerzas de izquierda y lograr la estabilidad social era mejorar el salario de los trabajadores y ampliar sus derechos laborales. De ese modo, conseguirían un apoyo popular que hasta ese momento les había sido esquivo. La astucia política de Perón lo llevó a presentar cada una de las concesiones que recibían los trabajadores y sectores humildes como una consecuencia de su aparición providencial dentro del escenario político argentino. De este modo, supo interpretar magistralmente la necesidad de liderazgo paternalista que demandaba una parte mayoritaria de la sociedad y, en particular, los sectores bajos más sensibles al discurso nacionalista que pregonaba el golpe. En consecuencia, su figura se fue acrecentando entre trabajadores y gremialistas. Para 1944, el respaldo que recibía de estos grupos superaba por mucho el apoyo que recibía el régimen militar. En realidad, el coronel no hacía otra cosa que poner en práctica las enseñanzas aprendidas de los regímenes europeos, que habían hecho del populismo regido por un caudillo carismático una herramienta de acumulación de poder.


*Periodista y escritor.