“¿Cómo analizar la desconfianza instintiva que me inspiran los fanáticos de la ciencia ficción? No puedo impedir pensar que ne necesita sequedad, insensibilidad y pobreza imaginativa para dejarse llevar a buscar del lado de los marcianos una fantasía, una poesía y una emoción que están entre nosotros, en la Tierra, al alcance de la mano, de la mirada y del corazón, cotidianas, eternas.”
El que habla de François Truffaut, y por lo dicho se deduce que su entrada en el mundo de la ciencia ficción llevando al cine Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, fue circunstancial o al menos azarosa. O, como ocurre muchas veces, que hizo la película porque le pagaron. Y sin embargo, hay algo cierto en lo que dice, salvo que se aplica a aquellos que “solamente” leen ciencia ficción, un género anacrónico, ambientado en el futuro para los ojos y las mentes del pasado.
En su pasajera incursión en el género, Arno Schmidt entendió eso y lo evitó: Espejos negros ocurre en el futuro, pero está escrito para los congéneres del futuro –lo cual dificulta mucho la lectura y sobre todo hace que el panorama general recién se aclare un poco llegando al final de la novela. En cualquier caso lo de “sequedad, insensibilidad y pobreza imaginativa” se ajusta bastante bien a Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y toda la troupe de Silicon Valley, quienes a pesar de las innumerables diferencias tienen algo que los une: el amor que profesan por las novelas del escocés Iain Banks.
De hecho, las plataformas flotantes que Elon Musk utiliza para hacer aterrizar sus cohetes en el mar tienen nombres que a primera vista parecen originales, pero que no lo son: Just Read the Instructions, Of Course I Still Love You y A Shortfall of Gravitas hacen referencia al ciclo “Cultura”, una serie de novelas escritas por Iain Banks, fallecido en 2012 a los 59 años. Banks escribió las novelas de Cultura entre 1987 y la fecha de su muerte, y en ellas habla de una sociedad futurista y pacífica, conducida por una red muy avanzada de inteligencias artificiales.
Lo raro es que entre Banks y Musk (y entre Banks y todos los demás) hay diferencias de pensamientos abismales, completamente distantes. Banks era un escritor abiertamente socialista, que, como todo socialista, no ahorraba críticas al capitalismo, a las desigualdades económicas y a la concentración de la riqueza no es escritor que uno esperaría encontrar en la mesa de luz de tres de los hombres más ricos del mundo.
Y sin embargo, Musk hace poco habló de Banks como una fuente de inspiración fundamental para su trabajo, su relación con la tecnología y su visión del futuro. En 2018, Elon Musk dijo: “Me defino como un anarquista utópico, del tipo mejor descrito por Iain Banks”. Eso es muy raro.
También el nombre y el concepto que se encuentran en la base de Neuralink, la empresa fundada por Musk para el desarrollo de interfaces neuronales implantables, son un homenaje a Iain Banks. La idea se inspira en la neural lace, una tecnología presente en las novelas de Banks, pensada para conectar directametne el cerebro humano con las máquinas, volviendo a la comunicación con la inteligencia artificial inmediata y continua. Entre los planes de Bezos está financiar una serie para Amazon sobre el ciclo “Cultura”, y Zuckerberg muy a menudo confesó que Banks es uno de sus autores preferidos.
Hace poco el periodista Constance Grady definió a Banks “el escritor más amado por los broligarchs”. A no confundirse: broli no viene del vesre de “libro” sino de los llamados techs bros, los hombres de Silicon Valley que a menudo se asocian al comportamiento competitivo y autorreferencial, pero también juvenil, deportivo e informal que los distingue de los empresarios tradicionales, alcohólicos y gordos; y oligarch. Bueno, oligarch no necesita explicación.