Se acerca el Bafici y estoy ansioso por ver allí Film socialisme, la última película de Godard que viene precedida de grandes elogios. Pero Godard no se merece que veamos su última película sin prepararnos, sin ponernos en tema. Y nosotros también nos merecemos un entrenamiento godardiano. Nada mejor para eso que una flamante caja editada en España bajo el título Jean-Luc Godard. Ensayos, que contiene ocho películas entre largos y cortos. Entre ellas figuran desde una curiosidad como Meeting Woody Allen, hasta su película más cruda (Número dos), pasando por una de las más bellas (La gaya ciencia, romántica y política al mismo tiempo) y una obra maestra que no tiene la fama que merece (Comment ça va).
Pero la caja viene también con un libro (Jean-Luc Godard. Pensar en imágenes) que excede largamente los materiales que acompañan habitualmente las ediciones en DVD para convertirse en uno de los mejores libros sobre cine que hayan aparecido en castellano. Las quinientas páginas de Pensar en imágenes constan exclusivamente de declaraciones de JLG extraídas de entrevistas, conversaciones y conferencias. El trabajo de selección, a cargo de Nuria Aidelman y Gonzalo de Lucas, es extraordinario. Ordenado cronológicamente, el libro funciona simultáneamente como una autobiografía y una introducción a la galería de ideas de Godard sobre el cine, pero también sobre la sociedad, el mundo, el arte y el amor. Una vez más, pero esta vez a gran escala, el lector se sorprende de la libertad que Godard tiene para pensar, pero también para decir lo que piensa en público y callarse muy poco. Esa sinceridad incluye no pocas referencias a su vida íntima, pero también al dinero. No se me ocurre un cineasta capaz de decir que su última película costó sólo 300 mil euros pero que la coproducción a escala europea hizo que se declararan veinticinco millones en base a “toneladas de documentos, mentiras y presupuestos falsos”.
Godard es un caso único en el mundo del cine y él mismo se siente, según confiesa, muy semejante a un extraterrestre. Pensar en imágenes cuenta la historia de un artista que peleó toda su vida por llevar su disciplina más allá de lo que sus contemporáneos estaban dispuestos a aceptar. De allí su obsesión con el cine mudo y con la idea de que ni la capacidad asociativa del cine mediante el montaje ni sus posibilidades de abolir toda distancia entre documental y ficción, entre arte y ciencia, entre compromiso político y verdad nunca alcanzaron su esplendor. El poder hizo que el cine alcanzara así su vejez sin haber madurado.
Pero permítanme recurrir de nuevo a Gonzalo de Lucas, un dandy que parece destinado a convertirse en el crítico más interesante de la nueva generación. El número de diciembre de los Cahiers du Cinéma españoles está dedicado a Godard y allí De Lucas empieza su artículo hablando del corto de Chaplin en el que un prestamista le destruye el reloj al cliente sin que éste atine a nada, paralizado ante los gestos seguros y prepotentes de quien ocupa el lugar de poder detrás del mostrador. Chaplin, dice De Lucas, ridiculiza la falsa autoridad del especialista y permite “que el espectador pueda observarla con distancia y sin temor”. Y continúa: “El mal cine, en cambio, sitúa al espectador en la piel del pobre tipo: le hace admirar pasivamente el oficio y la solemnidad de lo que ve en la pantalla. El mal crítico hace lo mismo: escribe que el prestamista es un técnico fabuloso y que sus gestos son rápidos y diestros. (...) Para Godard, si el crítico y el cineasta son la misma figura es porque el pensamiento del cine sólo se puede dar desde una condición crítica”. A los ochenta años, el excéntrico refugiado desde hace treinta años en la aldea suiza de Rolle sigue siendo el joven abanderado de esa certidumbre.