Alta en el cielo un águila guerrera, audaz se eleva en vuelo triunfal, azul un ala del color del cielo, azul un ala del color del mar” (Aurora).
En la reciente reunión del G20 las banderas argentinas de protocolo sorpresivamente le dieron la razón a mi vieja lucha por convencer de que el verdadero color de nuestra enseña es el azul y no el celeste Acompaño foto que lo prueba.
Aquí algunas reflexiones: ¿Qué importancia tiene debatir sobre los colores de nuestra bandera? ¿Es banal hacerlo en tiempos de graves problemas? Ya en mi libro El grito sagrado publicado en 1997 sostuve que el color de las franjas laterales de nuestra bandera debían ser azules y no celestes, y como suele suceder cuando se trata de revisar nuestra distorsionada historia liberal, recibí cuestionamientos, no todos de buen tono.
La discusión sobre los verdaderos colores de la bandera es fomentada por la poco definida descripción de su creador: una banda sería blanca y otra azul celeste (la enseña original tenía solo dos campos). Esa polémica nunca fue banal. Eran dos proyectos de país los que confrontaban. Los unitarios la concibieron celeste, ese era el color que los identificaba en tiempos de la Confederación. Portar alguna prenda de ese color podía costar un severo castigo. Cierta vez, corría 1840, Rosas leía los informes de su policía secreta. Ante uno de ellos tomó su lapicera y escribió: “Prevéngase al comisario Isidro López que el celador que está con él tiene calzones celestes y que él usa capote verde; que si no tienen cómo vestirse uno y otro con exclusión de tales colores unitarios, es menos malo que cesen en su empleo que causar semejante escándalo un funcionario público de su clase. Por lo que se dispone se le dé baja en el Departamento”. Es de imaginar que cuando finalmente se impusieron en las cruentas guerras civiles los unitarios liberales hicieron del celeste el color ya no partidario sino nacional. De allí la “celestización” de nuestra bandera.
Los federales, cuyo color distintivo era el rojo punzó, en cambio, reivindicaban el azul acentuado para las franjas que encerraban a la blanca, no solo para diferenciarse de sus adversarios sino también por considerar que ese había sido el deseo de Belgrano. Recordar que el vínculo entre el Restaurador y el creador de nuestra bandera, aunque no personal, fue estrecho, tanto que el primero crió a un hijo de don Manuel y su cuñada María Josefa Ezcurra. En esos tiempos de la Confederación el oscurecimiento llegó al azul acerado.
Es decir que tomar partido por uno u otro color era, y sigue siendo, inclinarse, basado en constataciones históricas y científicas y en sentido amplio, por un proyecto de país.
La primera bandera fue cosida por una humilde vecina del pueblo de Capilla del Rosario del Pago de los Arroyos, hoy Rosario, María Catalina Echevarría de Vidal, y fue izada a orillas del Paraná el 27 de febrero de 1812 por un civil, Cosme Maciel, también vecino del lugar. Conocidas son las contingencias posteriores: el Triunvirato porteño, cuyo hombre fuerte era su secretario, Bernardino Rivadavia, opuesto a proclamar la independencia ante el mundo, prohibió su uso el 3 de marzo de 1812 y ordenó su reemplazo por la todavía enarbolada en la Fortaleza de Buenos Aires, la rojigualda española. Pero Belgrano volvió a sacarla a la luz el 25 de mayo de 1812 y la hizo bendecir con el canónigo Ignacio Gorriti en la catedral jujeña.
La descripción de Belgrano indicaba un color azul celeste. Es decir, color azul cielo. ¿Pero en qué momento del día? Los especialistas explican que el celeste es la tonalidad del cielo claro de media mañana, mientras que el azul cerúleo es el color del cielo despejado, que puede observarse antes de la salida del sol o media hora después de su puesta.
No hace mucho, científicos del Conicet, sin preconceptos ni toma de partido, analizaron una de las banderas argentinas preservadas de mayor antigüedad y revelaron el color original de sus extremos inferior y superior: azul de ultramar. Un equipo formado por investigadores del Centro de Química Inorgánica (Cequinor, Conicet-UNLP) y de la Universidade Federal de Juiz de Fora de Brasil, analizaron espectroscópica y químicamente hebras de la bandera del Templo de San Francisco en Tucumán ordenada por Bernabé Aráoz, más tarde primer gobernador intendente de esa provincia y síndico del citado Templo, que, según algunos historiadores, resulta ser la más antigua que se ha conservado y que se descuenta reprodujo fielmente la original ya que la relación entre Aráoz y Belgrano era muy cercana, tanto que fue el primero quien convenció al segundo de no continuar su retroceso hacia Córdoba ordenado por Buenos Aires y enfrentar exitosamente a los realistas en la batalla de Tucumán.
Entre otros antecedentes destaquemos que Juan Gervasio Artigas, el gran caudillo oriental, el pionero del federalismo rioplatense, adoptó los colores azul y blanco para la bandera de los Pueblos Libres cruzada por una franja roja. Enseña adoptada por la mayoría de las provincias litorales que lo erigieron su Protector.
También se debe tener en cuenta que el celeste no es un color heráldico, y sí lo es el azul, lo que puede haber sido tenido en cuenta por Belgrano, quien vivió varios años en Europa y pudo saber que el color azul, en la heráldica, significa justicia, obediencia, lealtad, piedad y prudencia, virtudes siempre exaltadas por él.
Por fin, hay quienes afirman que los colores de nuestra bandera, quizás también los de la escarapela, fueron elegidos por lealtad a la decisión de sostener “la máscara de Fernando VII”, es decir esconder las intenciones independentistas que no eran compartidas por no pocos de los revolucionarios de Mayo. El fino estratega que era Belgrano habría creado una bandera “española” con los colores de la casa de Borbón, a la que pertenecía el cautivo rey de España. Para confirmar esto basta con observar el retrato del monarca por mano de Goya, donde puede verse su abultado vientre cruzado por una banda de tres franjas azul intenso, blanca y azul intenso.
Es decir que sostener el color celeste en nuestros símbolos nacionales es mantener viva la sangrienta herida abierta en las guerras civiles del siglo XIX entre centralistas y federalistas. La madre de todas nuestras grietas, también de las de nuestros días.
*Historiador.