Lo llamaban “el Triste” no porque lo fuera, sino porque quienes asistían a sus recitados de poemas terminaban indefectiblemente llorando. Héctor Gagliardi (1909-1984) se dedicó a describir, a través de versos sencillos y trillados, escenas y personajes de la vida porteña. Con su voz conseguía exaltar el sentimiento melodramático. Sus inflexiones eran afeminadas, parecía estar continuamente al borde del llanto.
Cristina le reclamó el otro día a la dirigencia judía que denunciara al dirigente sindical Luis Barrionuevo por llamar “rusito” al ministro de Economía, Axel Kicillof, y agregó que esperaba que la dirigencia de la comunidad le hiciera una denuncia por discriminación. Esa dirigencia no se hizo esperar, y al día siguiente el presidente de la DAIA, Julio Schlosser, lamentó y repudió la declaración de Barrionuevo. Yo creo que es hora de que la Presidenta y la DAIA repudien a Héctor Gagliardi, quien escribió un poema titulado El rusito, publicado en Versos de mi ciudad, que es una muestra de antisemitismo y discriminación flagrante. No voy a reproducir el poema porque me pagan por escribir, no por copiar, de modo que, aprovechando el carácter narrativo de los poemas de Gagliardi, si no les parece mal voy a relatarlo.
El autor define al rusito como “más vivo y calculador que toda la clase junta”, y agrega: “No prestaba el sacapuntas sino a cambio de un favor”, con lo que el poeta no hace más que sumarse a la estigmatización antisemita que se encuentra en la base del mito del supuesto complot judío. Pero sigamos. En la clase (quinto grado) lo nombran “tasador en la compra de baleros, porque el padre era mueblero y el hermano lustrador.” No encuentro relación entre tener un padre mueblero y un hermano lustrador en la caracterización antisemita, pero seguramente la tiene. Naturalmente, encuentro una fácil relación entre tener un padre mueblero, un hermano lustrador y saber algo de baleros, que estaban hechos de madera. Prosigamos. El poeta ve en el rusito “deseos de triunfar”, que se manifiestan en su obstinación por estudiar aun cuando todos sus compañeros preferían jugar. Es el que tiene las bolitas más flamantes y el que “en tiempos de figuritas la difícil conseguía”. En los recreos el rusito corre “no con afán de jugar, sino por querer cambiar lo que a él le convenía”, manifestando una inclinación –estigmatizada también– al comercio. Juega de wing, estudia el violín (fea rima), pero un buen día se enferma gravemente. El poeta niño va a verlo y lo encuentra dormido, consumido, lo besa en la frente y llora. El tiempo pasa, el fin del poema se aproxima, el rusito se cura, estudia, llega a ser médico. El poeta lo recuerda y vuelve a llorar.
El Inadi y la DAIA deberían unir fuerzas para evitar la divulgación de semejante inadvertido panfleto antisemita.