COLUMNISTAS
KIRCHNER ELIGE A MACRI, y viceversa

El gran enemigo del momento

El matrimonio gobernante se viste de amianto y no mide los destrozos. Se eligen mutuamente con el jefe de gobierno porteño, acusándose de espías o corruptos. Banelcos hubo siempre, pero...

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El matrimonio Kirchner se ha puesto un traje de amianto que no les permite detectar los altísimos niveles de irritación social que han cosechado. Es el principal subproducto de su bulimia de poder. De esa carrera desenfrenada en círculos concéntrico cada vez más chicos, que les hace perder el olfato político y la sensibilidad popular necesarios para discernir lo que es bueno o malo para ellos mismos. Han multiplicado los gestos autodestructivos y suicidas. Todas sus zancadillas y presuntas avivadas han logrado erosionar la confianza del ciudadano hacia la dirigencia política. Eso es muy peligroso porque astilla el valor de las instituciones republicanas. Y es una de las peores herencias que van a dejar: la sospecha permanente de que todos los políticos tienen precio.

El ejemplo más caricaturesco fue el triste espectáculo boxístico que ofrecieron Aníbal Fernández y Mauricio Macri. Parecían escenas del viejo cine en blanco y negro donde dos grandotes parados en el centro del ring se intercambiaban mamporros cada vez más fuertes esperando que el otro se caiga. Una irresponsabilidad parecida a una ruleta rusa. Una lucha en el barro para ver quién es más destituyente. ¿El Watergate o Collor de Melo? ¿El espionaje o la corrupción? La impericia del gobierno de Macri (como se lo enrostró Jaime Durán Barba, su principal asesor rentado), la falta de iniciativa política que lo llevó a correr detrás de los acontecimientos para tapar agujeros, cierta ingenuidad imperdonable a esta altura y una gestión que no despega le produjeron su mayor herida. Néstor Kirchner, ni lerdo ni perezoso, olió sangre y, como buen tiburón, se le tiró a la yugular. Cree que Macri es el enemigo perfecto. Pero su gran problema es la falta de credibilidad de su vocero, Aníbal Fernández. Ambos están entre los argentinos con mayor imagen negativa. Y Macri aún ocupa los primeros lugares en la consideración pública, aunque la valoración de su gobierno viene cayendo. El jefe de Gabinete dijo que el jefe de Gobierno manejaba las escuchas telefónicas directamente con el actualmente detenido comisario Jorge Palacios. ¿Tiene información calificada para probar semejante acusación? También vaticinó que Macri va a tener que responder personalmente ante la justicia. ¿El juez Norberto Oyarbide le habrá anticipado que lo va a citar? ¿O Aníbal Fernández tira al bulto, por las dudas?. Ya lo hizo en otras ocasiones. Responsabilizó a militantes de Pino Solanas de la quema de vagones en Haedo y negó terminantemente que Antonini Wilson haya estado en la Casa Rosada al día siguiente de ingresar la valija de la alegría chavista. Como si esto fuera poco, desafió a los periodistas a que buscaran en todas las fotos y filmaciones. Las cámaras de Canal 7 se encargaron de desmentirlo. La realidad es más tozuda que las operaciones. Kirchner monitorea los acontecimientos porque está convencido de que el “Macrigate” puede ser el Cromañón que se lo lleve puesto o que, por lo menos, lo obligue a olvidarse de sus sueños presidenciales. Macri ya decidió dar la pelea también en el plano político. Por eso reaccionó denunciando un complot para destituirlo y estudia otros pasos, como convocar a la ciudadanía a que manifieste su hartazgo hacia el kirchnerismo o un plebiscito que ratifique que los porteños quieren su policía propia para combatir la inseguridad y que, de paso, lo legitime nuevamente en las urnas. Eugenio Burzaco se hará cargo de la Policía Metropolitana cuando vuelva de Israel y en los próximos días, Macri va a renovar su gabinete con, por lo menos, tres cambios de ministros. Hay que ver si puede resolver la encrucijada de tener a su principal figura lejos de los acontecimientos y en silencio. Gabriela Michetti bajó su perfil a cero porque tuvo algunos problemas de salud, pero también porque han aparecido ciertas diferencias políticas.

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La denuncia y advertencia de Macri a los Kirchner porque “van por todo” incluyó lo que llamó “la compra del gobernador de Corrientes”. Fue obscena la sobreactuación de Ricardo Colombi, que pasó por los despachos de todos los ministros. La frutilla de la torta fue su encuentro con la presidenta Cristina, pero su maratón pro Kirchner 2011 la inició cuando llevó su rendición incondicional a Néstor, apenas un diputado nacional electo, pero que comparte el lecho presidencial de la quinta de Olivos. Borocotear al apellido del gobernador que en 45 días rompió su contrato electoral es forzar demasiado el idioma en vano: ¿Colombianizar se podría inventar? No es correcto, pero dibuja en el inconciente cierta pátina para definir su actitud de “ vototraficante” para ingresar al “Cartel de Calafate”.

Los Kirchner celebran cada vez que le birlan un diputado, un intendente o un gobernador a la oposición. O sienten que fue genial su idea de las candidaturas testimoniales. Pero no alcanzan a registrar el daño que le generan al prestigio de la política que los lleva a ellos adentro. La sensación es que han perdido sintonía fina acerca de las demandas populares y que todo lo piensan contra alguien y no a favor de un reclamo legítimo de la gente que es –o debería ser– su principal preocupación. Ya está claro que tiraron por la borda la intención de tener el respaldo de las mayorías. Por eso se atreven a pelearse por nada grave con las figuras más populares de la televisión. Lo más grave es que le transmiten ese blindaje a muchos de sus compañeros de ruta que inmolan su carrera en el altar patagónico. Daniel Scioli es el ejemplo más claro, pero no el único. Su descenso en las encuestas, también. Aunque, dicho sea de paso, hay que reclamar la “aparición con vida de las encuestas” porque no están en los lugares que solían frecuentar. Dentro de la lógica negadora de los K, era esperable que secuestraran las encuestas. Abandonaron definitivamente la pelea por la opinión pública y prefieren apropiarse de todas las cajas y colonizar todos los aparatos del poder corporativo que les sirven como anclaje pero multiplican las antipatías en la sociedad. Sólo así se entiende que hayan permitido que la foto de Moyano y D’Elía los representara en la tapa de los diarios. Santiago Kovadloff escribió al respecto: “Ya bastante deshilachados están sus estandartes progresistas como para que se les sume el riesgo adicional de semejante parada mussoliniana.” Algo similar ocurrió con la expedición punitiva que Néstor hizo contra la rebeldía autonomista del gobernador Mario Das Neves. En Chubut hubo heridos de bala, tiroteo a un local, camionetas con molotov, armas de fuego tradicionales, tumberas y carteles amenazantes en las paredes porteñas. Es la confirmación de que hay grupos sindicales y sociales que prefieren resolver con plomo lo que no pueden con palabras. Y que el kirchnerismo no tiene prejuicios en ofrecer su estructura generosa en prebendas para reconvertir las barrabravas de la patota futbolera en mano de obra barata para las elecciones y los actos. Marcelo Mallo, ex funcionario de Aníbal Fernández, pero soldado de Néstor y Rudy Ulloa en Compromiso K, se ofrece como el pastor de ese rebaño de paz y amor. Un viaje al mundial de Sudáfrica no se le niega a nadie, aunque el prontuario de muchos no les permita ni siquiera entrar a las canchas locales.

Otra vez, la desmesura de Néstor se hizo acompañar a Comodoro Rivadavia por cinco gobernadores y la chequera de Julio de Vido. Y Daniel Scioli estaba en esas tribunas de internas partidarias cuando en Wilde los vecinos movilizados reclamaban su presencia aterrorizados por la inseguridad y el brutal asesinato de la arquitecta. Scioli ató definitivamente su suerte a la de Kirchner y eso le achica su horizonte. Sobre todo, si se mimetiza con una metodología que va en contra de su propia génesis. El tema de la inseguridad lo tiene a maltraer y le hace pagar costos políticos por todos lados. Hace un tiempo se reunió con Carlos Ruckauf que le recomendó “meterle bala a los delincuentes” y resolvió restituirle a la policía la posibilidad de hacer detenciones por portación de cara, color de piel o tipo de vestimenta. Horacio Verbitsky, como titular del CELS, dijo que reinstalar las contravenciones “es una herramienta para la recaudación policial, sin control judicial y una vuelta al siglo pasado en materia de seguridad” . Por eso, Hebe de Bonafini habló del “costado fascista” del principal ladero partidario de Kirchner, pese a que considera a Néstor como una especie de Che Guevara pingüino. Algo muy contradictorio con la imagen del acto en Jose C. Paz del día de la militancia. Néstor bajó de un flamante helicóptero que decía “Presidencia de la Nación” junto al jefe de los servicios de inteligencia, Héctor Icazuriaga y se abrazó con el caza traidores Mario Ishi que prometió hacer tronar el escarmiento en las calles contra los desestabilizadores.

Esa lógica de no resolver problemas y ocultar realidades es la que despierta su instinto asesino con el periodismo independiente. La Ley de Medios fue pensada para controlar la radio y la televisión y no para democratizarlas. Hoy se ve más claro cuando académicos progresistas que lucharon desde un principio con honradez como Guillermo Mastrini, entre otros, tienen que salir a denunciar que la célebre “autoridad de aplicación” se integró sin consultar a nadie y que los codazos para integrarla se dieron hasta entre distintas líneas del propio kirchnerismo.

Pero falta algo. Los diarios y las revistas. Kirchner quiere derrumbar el Muro de Clarín. Metafóricamente, no divide las calles de Berlín y ni siquiera la ideología del capitalismo y del comunismo. El Muro de Clarín, según su primitivismo binario carente de matices, divide los amigos de los enemigos. Por eso avanza a paso redoblado y a tambor batiente sobre Papel Prensa y sobre la distribución de los diarios. Su beligerancia apunta a quebrar las dos espinas dorsales que articulan el periodismo gráfico: el papel y los camiones que trasladan esos papeles impresos al consumo popular. Es tan grande su fanatismo vengativo que ni siquiera le interesa disimular. Manda un grupo de tareas de la AFIP a invadir el diario, ordena a Guillermo Moreno que hostigue desde arriba y que le pase por encima a todo el que se oponga. Y empuja a Moyano para que serruche desde abajo en las puertas de las plantas distribuidoras. Todo muy grosero y a la vista. Pero a Néstor nunca le interesaron las normas ni la prolijidad. Está formado en la ideología del desprecio a la democracia formal, burguesa o partidocrática y nunca se preocupó por sus sacos abiertos o mocasines negros. En eso es coherente.

El alquiler de conciencias o el tráfico de votos es un síntoma de una grave enfermedad social. Sincericida, Ricardo Colombi dijo: “Estas son las condiciones y hay que aceptarlas.” Esa actitud de resignación de la dignidad y sometimiento al poder central del dinero siempre existió. Coimas hubo siempre. Banelcos también. Pero fueron excepciones o emergentes de situaciones coyunturales. Lo desesperanzador es que Néstor Kirchner las convirtió en políticas de Estado, en un plan sistemático que, por ahora, funciona a la perfección. En un modelo de conducción. Varios quieren denunciarlo ante la Justicia como un delito. Dicen que retener fondos de otros o ningunearlos es un abuso de poder y mucho más si se ejerce desde el cargo de esposo en jefe. Prostituir a la política es entrar en la lógica de los infames traidores a la patria. Por más trajes de amianto que se pongan.