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Raul Alfonsin

El hombre que se volvió idea

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Es indudable: Raúl Alfonsín ganó el juicio histórico. En una sociedad acostumbrada a las reivindicaciones póstumas, su figura es hoy materia de disputa simbólica. Dirigentes oficialistas y opositores ofician de exégetas del ex presidente, elaborando argumentos contrafácticos para explicar cómo actuaría el hombre de Chascomús en el presente.

El kirchnerismo, ajustando el pasado reciente a su discurso, cree que existe una línea de continuidad, un parámetro político equivalente, entre el alfonsinismo y el proyecto gobernante. De igual forma razonan algunos radicales devenidos en acólitos de Balcarce 50. La tesis igualadora se sostiene con el lema “Alfonsín enfrentó a los mismos enemigos que Kirchner”. Y entonces se enumeran contrincantes comunes: empresas periodísticas, sectores agropecuarios, jerarquía castrense, cúpula eclesiástica, núcleos empresariales, potencias extranjeras, etc. Este argumento maniqueo, además de buscar un salvoconducto ético para justificar las acciones del oficialismo, pretende soslayar la actitud conservadora, facciosa y reaccionaria del PJ entre 1983 y 1989. La excepción a ese comportamiento fue Semana Santa de 1987, memento crítico para la democracia recuperada.

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Los popes radicales, en tanto, son incapaces de asumir el legado socialdemócrata vacante tras la muerte de Alfonsín. Las contorsiones ideológicas de la UCR, expresadas desde hace tiempo en acuerdos electorales con candidatos o fuerzas antagónicas, reflejan una inocultable desorientación política. En este marco, se volvió ilusoria la concreción de una alternativa de poder con base en la centroizquierda, capaz de interpelar a la ciudadanía y revitalizar la escala de valores de una sociedad en decadencia moral.

Así, el ideario alfonsinista es un mero recuerdo.
La ponderación justa es también crítica. Alfonsín cometió muchos errores, durante su gestión y fuera de ella. Por esos desaciertos pagó altos costos personales. Sin embargo, su equivocación más notable fue no conformarse nunca con ser ex presidente. Por eso ocupó siempre el centro de la escena, influyendo decididamente (para bien o para mal) en la vida interna de la UCR y todo el sistema político. Alfonsín no quiso ser un consejero superior de bronce, ubicado por encima de las disputas de poder. Esa vocación permanente, apoyada en su liderazgo carismático, paternalista y hasta omnipotente, explica, al menos en parte, el presente del radicalismo.

Valoraciones al margen, Alfonsín fue el hombre que se volvió idea. En ese camino, escribió libros, expuso argumentos, explicó motivos, hizo autocrítica y dio razones. Su defensa histórica de los derechos humanos, el respeto por las libertades individuales y la apuesta irrenunciable a la democracia como forma de gobierno estuvieron cimentadas en una profunda raigambre intelectual: de la mano de Juan Carlos Portantiero reinterpretó a Marx y Gramsci; en palabras de Carlos Nino y Raúl Borrás encontró razones políticas y jurídicas para impulsar el Juicio a las Juntas; con lecturas de Guillermo O’Donnell cuestionó el presidencialismo extremo y los regímenes autoritarios; se valió del Grupo Esmeralda y el Club de Cultura Socialista para proponer la ética de la solidaridad como paradigma orientador de su gestión. Sin duda, el saber académico marcó el proyecto de país que intentó plasmar.

Raúl Alfonsín falleció el 31 de marzo de 2009. Su vida fue sinónimo de honradez y austeridad. Hoy es reivindicado por un gobierno con funcionarios procesados, dueños de frondosas cuentas bancarias y dudosa honorabilidad. También lo recuerdan partidarios sosos, ajenos a su pensamiento y praxis. Todos, sin embargo, creen ser sus herederos; pocos lo entendieron realmente. Eso suele pasar con los estadistas.

*Licenciado en Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.