Racing es increíble. No está dicho desde el lugar común de los medios, a quienes la Academia suele caerles simpática por sus eternos fracasos. Tuvo dirigentes que lo llevaron al borde del abismo. Y otros que se cayeron al abismo con el club. Todavía se recuerda la marcha religiosa por las calles de Avellaneda. Eso fue visto como algo folclórico, “una cuestión de fe”. Ahí fue donde los medios salieron a hacer notas con Sergio Renán, Mirtha Legrand, el Gordo Porcel, Guillermo Andino y toda la troupe farandulera que dice amar el celeste y blanco.
Un 4 de marzo de 1999, la síndico Liliana Ripoll dijo: “Racing Club Asociación Civil no existe más”. Una quiebra se llevó el club y sin embargo, la gente y quienes hacen –equivocadamente– periodismo para la gente condenaron a la síndico. La presencia de racinguistas famosos en puestos de poder político (Chacho Alvarez, Ruckauf, Fernández Meijide) facilitó un cambio vital en la Ley de Quiebras y “Racing Club Asociación Civil”, mágicamente, volvió a “existir”.
Entonces llegó Blanquiceleste SA, la empresa. Todos creyeron que eran los salvadores de la patria racinguista. Su presidente, Fernando Marín, era hincha de Racing. Y con eso ayudaba mucho. “Racing es un sentimiento”, nos explicaban. Les faltaba la parte del desfalco de los dirigentes anteriores, los que llevaron a Racing a la ruina. Y les faltaba la parte en la que el club estaba en convocatoria. Y la parte en la que se compraron un montón de jugadores impagables. Y la otra parte que les faltaba era la que un arquero de corto paso por el club fue encerrado por un presidente en una oficina de la sede. Ese presidente le dijo “voy a buscar la plata, esperame”. Lo encerró con llave y jamás volvió con el dinero.
De esto no saben.
Lloraron de emoción con el título del Apertura 2001, conseguido por un equipo que jugaba feo y fue ayudado por algunos arbitrajes extraños y que le hizo ganar una estatua a Mostaza Merlo. La merecía por haber obtenido un título para el club después de 35 años, pero el equipo jugaba horrible, pobre. En las épocas de gloria jugaba Perfumo... el marcador central del equipo de Mostaza era Loeschbor. Pero fue un título al fin.
La empresa consiguió oxígeno por un tiempo. Trajo algunos jugadores impresentables, vendió a otros dignos y se quedó con más dinero que “Racing Club Asociación Civil”. Fue un gran negocio. Blanquiceleste SA tenía fecha de vencimiento. Cuando despareciera, los juicios iban a caer sobre la Asociación Civil.
Pero Racing no volvió a ganar un título. Y el año pasado jugó la promoción contra Belgrano, en dos partidos que mereció perder.
Lo llamaron a Ricardo Caruso Lombardi, quien cumplió con el mandato histórico de su fama de “sacapuntos” y dejó al equipo a salvo de todo y en un quinto puesto honroso en el Clausura pasado. Pero en lugar de capitalizar esa campaña, dirigentes y entrenador se equivocaron en todo.
El presidente Ricardo Molina jamás digirió totalmente la idea de que Caruso encabezara un nuevo proyecto. Pero “la gente de Racing” lo quería (nos dijeron) y Molina –acompañado por su vice Pablo Podestá– eligió tragar su desacuerdo y continuar. Caruso hizo y deshizo a su antojo.
La mayoría de esos futbolistas no lucían jinetas acordes con la historia del club y la pretensión dirigencial. Caruso, sin embargo, decía que sí. Por ejemplo, fue ofrecido Agustín Orión, el estupendo arquero de San Lorenzo, pero Caruso prefirió a Santillo. Hoy, el titular es De Olivera. Señalemos también que, cuando Caruso estaba en pleno armado del equipo, el club vendió a Schaffer, Zuculini y Franco Sosa, tres pilares de la buena campaña anterior.
Molina y Podestá, los principales dirigentes de Racing, quedaron con el puesto de entrenador vacante. Juan Alberto Barbas, dinámico volante de los 80, tomó el equipo como interino. Néstor De Vicente, mientras tanto, ex zurdo volante de la Academia de los 90, ofreció a Lothar Matthäus para dar un golpe de efecto. El alemán le pidió avales bancarios para asegurarse de que le pagaran. Nunca se los consiguieron. El presidente y el vice jamás viajaron para verle la cara a Matthäus. Era obvio que, en esas condiciones, el aleman no vendría. Como en casi todo lo que tiene que ver con Racing, la prensa siguió frivolizando. Los motivos por los que Matthäus no vino, dijeron, eran porque su bella esposa no tenía trabajo como modelo.
Ahora eligieron a Claudio Vivas. Un entrenador serio, que abrevó en las mejores fuentes. Tiene clarísimo lo teórico y llega con facilidad a los futbolistas. Carga, arrastra una estadística que no lo ayuda: en Argentinos Juniors, sacó sólo el 28 por ciento de los puntos de disputa. Pero Molina y Podestá lo trajeron como cabeza de un proyecto ambicioso. El tema es que los antecedentes no avalan a Racing –Institución. No basta con contar las peripecias con simpatía o recordar riéndose que alguna vez ese magnífico estadio que posee fue depósito de papas. No sirve ir a hacerle notas a Francella para que recuerde goles del Marqués Sosa o a Capussotto para que se ría nombrando a “Cosme Julián Ubaldo Zaccanti”.
Racing es increíble porque hace que a los observadores nos cuesta creerle. Muchas veces nos prometió y después terminó traicionándonos.
Llegó el turno de Claudio Vivas. Es serio, es laburador, tiene las ideas claras, le llega al jugador, tiene proyecto. Pero tiene que remar con 15 o 20 jugadores que no trajo, con una historia que no ayuda y una desesperación en la gente que se cargó a entrenadores de la valía de Labruna (1973), Zubeldía (1976) y Lorenzo (1980).
Ojalá que le vaya bien.
El día que le vaya bien, Vivas seguramente será invitado a comer por Mirtha Legrand.