“En principio, el técnico Checho Batista tuvo un discurso alentador. Seguramente sabe de estas ventajas y obra en consecuencia. Va a correr a un costado el 4-3-1-2 y apelará a un muy ofensivo –y más equilibrado– 4-2-2-2, con Mascherano, Gago, Riquelme, Messi, Lavezzi y Agüero como sexteto de lujo. Ellos seis bien podrían ser titulares en el Mundial, pero hay que darles funcionamiento dentro de la cancha”.
Esto fue escrito en la columna del 5 de julio. Así fue y así se diferenció Batista de Alfio Basile a la hora de armar el equipo nacional. Los Juegos Olímpicos sirvieron, exactamente, para establecer las diferencias que seguramente buscó Julio Grondona cuando decidió designar a algunos campeones del ‘86 en puestos vitales para el armado de los planteles argentinos.
En este juego de diferencias, hay dos cuestiones fundamentales en las que Batista se distingue claramente. La primera es el doble cinco: Mascherano y Gago fueron una muralla infranqueable. Mascherano es una especie de Droopy: está siempre en todas partes y, por lo general, se queda con la pelota. El lucimiento de los dos centrales (Pareja y Garay) en los partidos con Holanda y Brasil está directamente vinculado con este rendimiento extraordinario. La otra virtud inmensa del volante del Liverpool es que siempre –sin excepción– le da la pelota a un compañero. Esto, que parece una perogrullada, no lo es. Los grandes futbolistas son los que hicieron y hacen las cosas sencillas. Cuando uno ve jugar a Mascherano lo primero que piensa es “qué fácil es esto”. Y no es fácil, Mascherano tiene poco margen de error, es el que acomoda al equipo en el lugar de la cancha que más le conviene.
Mascherano podría ser un hilo conductor entre las selecciones de Batista y de Basile. La diferencia entre los dos “mascheranos”, es que el Checho le dio una contención y un respaldo táctico que no consigue darle Coco. En la Selección Mayor, está muy solo y se la pasa apagando incendios porque sus compañeros de línea están de viaje o se confunden entre los defensores. También se luce porque es uno de los mejores del mundo en su puesto. Pero da la sensación de que en el ideario basilista, si la pelota no la recupera él, no la recupera nadie. En la Selección Olímpica, uno de los centrales o Gago eran la compañía que Mascherano necesitaba.
En la columna del 17 de noviembre de 2007 nos preguntábamos por qué no se intenta un “doble cinco” con Mascherano y Gago. El jugador del Real Madrid hizo unos Juegos Olímpicos notables, parado delante de Mascherano a la hora de atacar –como vértice más atrasado de Riquelme y Messi– y volviendo con premura y ubicación ante los ataques rivales. El día de la victoria con Brasil, Gago jugó el que podría ser uno de los mejores partidos de su vida. Logró darle volumen y eficacia a su natural estética y, entonces, lo que hace bien, además, lo hace lindo y luce como ninguno. Acá, Batista también se diferenció. Basile, en cambio, siempre los tiene como opción: juega Mascherano y Gago va al banco. Si el equipo gana y hay que cuidar, Gago puede entrar por un delantero, un volante lateral o por el mismo Mascherano. Nunca tiene la idea de poner a los dos juntos. Porque la Selección Mayor jamás se aparta del 4-3-1-2. Si entrás ahí, jugás. Si no, vas al banco. Gago debería estar en la Mayor como titular acompañando a Mascherano. Sufriríamos mucho menos, tendríamos más la pelota y, finalmente, seríamos mucho más ofensivos.
La segunda cuestión fundamental que puso distancia entre Batista y Basile es el rol de Lionel Messi. Para Basile, Argentina gira alrededor de Riquelme. Inclusive Messi. A Lio sólo lo consideran “un delantero explosivo que en los últimos metros te mata”. Para Batista, en cambio, Messi es un fenómeno y, como tal, debe tener más responsabilidades. Se las dio, y le hizo muy bien a la cabeza. Messi se cargó el equipo al hombro en momentos clave y definió partidos fundamentales, como los de Holanda (genial pase a Di María) y Brasil (jugada fantástica previa al segundo gol, el que revolvió el partido). El Checho tuvo el buen tino de hacerlo crecer a Messi sin quitarle nada a Riquelme. Manejó muy bien la psicología del plantel, sumó a Messi más Riquelme. Esto no pudieron lograrlo ni Pekerman ni Basile. Para ellos, la Selección siempre fue “Riquelme y diez más”. Seguramente, Batista aprendió de Bilardo a darle jerarquía a un futbolista genial. El Maradona de 1982 era “uno más” para Menotti. El del ‘86, sabía desde 1983 que iba a ser capitán y titular. Ya sabemos lo que pasó en el Mundial de México con Maradona. Y también sabemos lo que pasó en el de España.
A partir de estos Juegos, el Messi de la Selección es otro, dio un enorme paso adelante. Cabe esperar que cuando vuelva a la Mayor sea tratado de la misma manera. La cabeza del pibe y el equipo lo necesitan