“Nadie sabe qué es lo que hace que sigamos en este oficio. A veces te dan una paliza o te pegan un tiro o te meten entre barrotes. Cada dos meses decides dejarlo y encontrar alguna ocupación razonable mientras todavía caminas sin decir que no con la cabeza.”
De The Long Goodbye (1953),Raymond Chandler (1900-1959)
Que pena ¿no? Fue una semana gris de ausencia y el clásico de barrio entre Huracán y San Lorenzo fue contaminado por la absurda furia de los tarados de siempre –en la tribuna, en las plateas, en los escritorios– y por la agridulce melancolía tanguera del adiós. La sintieron los dos. Uno, porque se quedó sin ilusión cuando intentó hablar con el corazón y le respondieron con el bolsillo, como a Pugliese. El otro, porque vio cómo se le escurría entre los dedos la gloria que soñaba conseguir de la mano de las luces del poder y el dinero. Se vieron las caras en su peor momento. Presentes similares, historias cruzadas, razones opuestas. En Boedo sufren la falta de lo mucho y en Patricios lo mucho de la falta. Paradojas. Se conocen de toda la vida, se envidian, se odian, se necesitan para seguir siendo.
No debe haber nada más patético que un imbécil ofendido. Así empezó todo. Una bandera provocadora y chau, caos, gases, corridas... Después se jugó, pero eso es lo de menos. Escándalo grande, partido chiquito. Huracán saliendo por la manga blanca parecía el ejército de espermatozoides de Woody Allen en Todo lo que usted quería saber sobre sexo y nunca se atrevió a preguntar. Falsa alarma. Con lo que le quedó, Huracán no está en condiciones de embarazar a nadie, dicho esto con todo respeto. El gol tempranero de Civelli terminó con todo suspense y hasta el Chaco Torres mojó. Fue una pálida.
Vivimos días de máxima tensión en estas playas de crisis. Se va Cappa, quebrado por los que no quiebran nunca y se llevan los mejores jugadores; se va Marcelo Tinelli, desalentado por los violentos que arruinan los sueños y las inversiones; se va el Papu Gómez, demonizado por amable con el rival, insultado como D’Elía en La Rural; se va Nacha, siempre tan fiel a su amor por el teatro; se va, regresa, amaga y vuelve a irse Colombi, crack correntino, hombre de mil camisetas y estrella del mercado de pases y también se va Chamorro, espía del cuerpo técnico del Fino Palacios, el Freddy Krueger de Mauricio. Así son las cosas. Nos vamos quedando solos, muchachos.
Es raro, este país. Por mucho menos que este affaire de las escuchas –dijo con enorme perspicacia Aníbal F–, renunció Nixon a la presidencia. Claro que sí. Y el pelado Cordera a la Bersuit, Florencia de la V a Sofovich, Amalia Granata a Botineras, Lemme a la Selección y Lilita al partido que le toque. Macri, hábil para el contraataque, eludió las explicaciones y se concentró en la alta matemática, como Aguilar. “¡Por el 10% de los casos de corrupción que tiene este Gobierno echaron a Collor en Brasil!” dijo, mientras en River liquidaban, entre otros porcentajes, el 10% de Abelairas en canje por tarros de pintura para el estadio. ¿Quién dijo que Caruso Lombardi no le había aportado nada al humeante ambiente del fútbol? ¡Cien por ciento argentine style, compatriotas!
Tanto los Quemeros –bautizados así por los basurales cercanos al estadio– como los Cuervos –un apodo que remite a la negra sotana del cura Lorenzo–, han edificado su identidad a partir de la descalificación más humillante. Lo mismo han hecho Gallinas y Bosteros, Leprosos y Canallas, Triperos y Pincharratas. Un fenómeno curioso. Solo nosotros, exóticos argies que usamos “hijo de puta” como una frase de amor fraternal y aún como elogio para otros pícaros de la patria, somos capaces de convertir en virtud cualquier porquería. Por ahí anda la simpática ONG Hinchas Unidos Argentinos creada por el dirigente oficialista quilmeño Marcelo Mallo que, angustiado por la violencia y en cristiana búsqueda de paz, se propuso convocar a los “líderes naturales” –así los llamó– más importantes de las barrabravas nativas en busca de acuerdos y acopio de billetes para viajar al Mundial. ¡Wow! Qué tranquilo me deja quedar bajo la protección de espíritus tan nobles y piadosos. ¡Aleluya, hermano Mallo!
Es que la gente anda con los nervios de punta. Cappa, enfurecido y naif, putea referís mientras Tinelli exige que “alguien haga algo” porque los violentos ya no tienen piedad con los delanteros caballeros, los peatones con celular, los chicos de los recitales o los automovilistas desprevenidos, armados o no. ¿Cómo nació todo este desastre? ¿En qué han convertido a este país? ¿Qué desgracia se enquistó en el alma de estos pobres chicos y los llenó de odio, desesperanza y pipetas con paco? ¿Cuántos de los que ahora le abren la puerta a la represión pusieron su granito de arena y su voto para edificar este caos de marginalidad y delincuencia?
Adiós. Cappa hace las valijas, Nacha aterriza en Los Angeles, Tinelli se refugia en la subcomisión de marketing, Papu busca club, el Fino sigue a la sombra, los barras sacan el pasaporte y este columnista olvida que empezó a escribir solo para hablar de fútbol. Uf.
Y bueh. Así estamos, muchachos, rumbo a ninguna parte. Como idos.