Honestidad, coherencia, convicción: si esos fueran realmente valores para destacar en una persona que ejerce un cargo político, diríamos que Jorge Rafael Videla fue un gran hombre, del tipo que el país necesita. Si hoy en la Argentina estuviéramos ante una crisis moral, deberíamos saludar la muerte de un hombre que llevó estos valores hasta las últimas consecuencias.
Honestidad, coherencia y convicción son tres valores que podrían definir a Adolf Hitler. ¿O no se suicidó, acaso? ¿O no es eso tener coraje, convicciones y profundo sentido del honor? Lo mismo pasó cuando Videla asumió, él solito, la responsabilidad por los crímenes de lesa humanidad de los que se lo acusaba. “Soy el único responsable”, dijo, como un verdadero jefe, librando de todo cargo a sus subalternos.
Sería bueno dejar de lado cualquier clase de moralismos y poner el foco en donde realmente importa: en la política. Es una gran noticia que Jorge Rafael Videla haya muerto en la cárcel. Que aquellos crímenes que cometió hayan sido juzgados. Y es una gran noticia, también, que haya sido sepultado por la historia. Que a nadie se le ocurrirá jamás en la Argentina ponerle “Videla” a una plaza, a una avenida o usar su cara como imagen de un billete.
Que Néstor Kirchner haya pedido bajar el cuadro de Videla de Campo de Mayo es también una gran noticia, la estocada final de una lucha de muchísimos años de los organismos de derechos humanos y acompañada por buena parte de la población argentina. El gesto de Kirchner no debe justificar cualquier acto posterior de su gobierno o el de su esposa, pero no deja de ser un gran gesto, que la historia agradece.
También es una gran noticia que los niños (y las niñas) estudien lo que pasó durante la dictadura militar como parte de la historia de este país. Así como presumen que Roca se murió, podían haber pensado lo mismo de Videla.
No es el olvido de los niños y de los más jóvenes lo que debería celebrarse, sino lo lejano que quedó aquello. La memoria debe ejercerse en el plano escolar, pedagógico y de calendario. Pero lo que debe haber es justicia. Y si Videla murió en la cárcel y la dictadura es recordada en la educación, en los medios y en la opinión pública, está bien que en el resto de la vida cotidiana nos desprendamos de semejante lastre.
Pero a pesar de la nula incidencia de Videla en la vida política del país, su figura solía volver, como un fantasma agitado para crear confusión y terror. Desde sectores de la oposición se exagera hasta la demencia al llamar “diktadura” al Gobierno de Cristina Fernández. Sería sólo una estupidez supina si no fuera una falta de respeto hacia las víctimas de la dictadura.
Es ridículo comparar a éste (o a cualquier otro gobierno democrático, sea Alfonsín, Menem, De la Rúa o Kirchner) con una dictadura. Es banalizar la discusión. Lo mismo podría decirse cuando desde el oficialismo nacional se compara a Macri con la dictadura. Macri fue elegido democráticamente.
El aparato represivo del Estado está intacto desde la dictadura. Y por eso hay desaparecidos en democracia. Julio López, Luciano Arruga, Marita Verón, Daniel Solano o Miguel Bru son ejemplos, distintos pero parecidos, de víctimas del aparato represivo durante los gobiernos democráticos.
¿Qué habría que hacer, pues, para terminar con la peor herencia de Videla? ¿Cómo hacemos para bajar definitivamente esa foto, la de los servicios de inteligencia al servicio de la represión social, gesto menos simbólico y más profundo? Se trata de deshacernos definitivamente de Videla, de sepultarlo en los confines de la memoria.
Me pregunto, entonces, qué fotos habría que bajar y en qué otras habría que inspirarse. Sentado frente a mi computadora veo la foto de una chica hermosa. A su lado un pibe alto, hermoso. Son mis suegros. Eternamente jóvenes. Tenían 23 y 21 cuando desaparecieron. Ella estuvo en la ESMA, donde nació Victoria, mi mujer. El, no se sabe dónde lo detuvieron. Ambos fueron víctimas de la dictadura que encabezó Videla. Apenas se murió el dictador, pensé en ellos. Y también en las pesadillas de Victoria, en las veces que tendré que seguir despertándola cuando en medio de la noche, sueña con que vienen a llevársela, a ella o a algún ser querido.
Pensé en las pesadillas que Videla nos legó y que aún nos persiguen. En que su muerte podía ser un buen motivo para celebrar, no la muerte, sino la posibilidad de destruir su legado. La democracia será plena y digna cuando no quede nada de él entre nosotros. Más allá de la coherencia, la convicción y la honestidad de ese viejito fanático y asesino que se murió en prisión.
*Periodista. Ex director de la revista Barcelona.