Lejos de la actitud errática de Cambiemos, que se vinculó con el activismo de género en movimientos pendulares que fueron desde contener en sus filas a las más entusiastas aborteras e inaugurar centros de hormonización, hasta el pañuelo celeste de Mauricio Macri, el gobierno de Alberto Fernández va en una sola dirección. En campaña, el Presidente mostró su apoyo firme a los reclamos de las minorías sexuales y procuró que se conociera el orgullo que siente por Estanislao, su hijo drag. El oportunismo que se le achaca desde los colectivos feministas a Macri, jamás se le podría endilgar a Fernández quien, a pocos meses de haber asumido, cumple con sus palabras y otorga cada vez más espacio a las mujeres y a la comunidad Lgbtiq. En este esquema vindicatorio de las históricas “víctimas del patriarcado”, el lenguaje inclusivo, que apareció hace un par de años de la mano de un activismo que lo definía, en muchos casos, como una suerte de revolución cultural, pasó a ser oficial.
“Visibilizar e incluir a todas las personas”, dijo la ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, Estela Díaz, a propósito de la próxima inauguración de un Consejo de Transversalización de la Políticas en los Poderes del Estado, por parte de Axel Kicillof, y agregó: “Ahí vamos a trabajar una Guía de Lenguaje Inclusivo para la Administración Pública que va a definir todos los procedimientos de lenguaje”. Por su parte, la directora ejecutiva del PAMI, Luana Volnovich, también estableció que todas las disposiciones y circulares del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados sean escritas con el mismo sistema.
Las principales objeciones no tardaron aparecer en las redes sociales desde diversos sectores. La militancia peronista de base achaca el énfasis en cambiar las formas en detrimento de urgencias que siguen sin discutirse públicamente. Muchas travestis denuncian, a su vez, haber luchado durante décadas para ser tratadas como mujeres e insisten en no renunciar a lo ganado para pasar a una nominación neutra.
“Van a pasar sobre mi cadáver antes de que yo diga todes”, había bromeado el escritor Alan Pauls un tiempo atrás para agregar un argumento compartido por otros referentes de la cultura nacional: “No es ahí donde la lucha va a producir resultados. Por supuesto adhiero totalmente a la causa, pero me parece que es un concepto un poco ingenuo de cómo las relaciones de fuerza y de dominación se inscriben en la lengua”. En un sentido similar, Daniel Molina, autor de un elocuente ensayo titulado Lenguaje inclusivo: una solución falsa para un problema que no existe aseguró: “en el campo de las teorías gramaticales, el lenguaje inclusivo (inventar un neutro artificial en contra del masculino genérico que es parte del núcleo sintáctico natural del castellano) es el equivalente al terraplanismo y a los antivacunas”. Para él “destruir la sintaxis del castellano” nada tiene que ver con la igualdad de derechos.
Atendiendo a todas estas visiones críticas vale la pena detenerse en el pañuelo celeste de Macri y leerlo como un intento de seducir a algunos segmentos provida vinculados al Evangelismo que contribuyó para que Jair Bolsonaro llegue al poder. A partir del aborto, el género viene constituyendo un factor de polarización que puede propiciar una situación similar a la de Brasil. En la medida en que crece la voluntad de apadrinar minorías a través de la institucionalización de sus reclamos y de erigir lo que fue pensado como un elemento disruptivo en emblema oficial, muchos de los que quedan fuera de ese esquema pueden ser pasto de un nuevo populismo reaccionario pivoteado por la falsa religión y los rencores alimentados por quienes viven de generar nuevas grietas. Que el árbol no tape al bosque.
*Periodista, guionista y docente.